Hay que escuchar “tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”

El papa Francisco ha partido, pero nos ha dejado un claro mensaje: no puede haber justicia sin justicia ambiental, ni desarrollo sin dignidad. En tiempos de crisis global, su legado permanece como una brújula ética y una esperanza activa. Porque, como él mismo escribió en Laudato Si’, hay que escuchar “tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. Y nosotros, como humanidad, aún tenemos la oportunidad –y el deber– de escucharlo.

La muerte de Su Santidad el papa Francisco representa la pérdida de una de las voces morales más claras y firmes en la lucha contra el cambio climático. Él fue, sin duda, el papa del cambio climático, no solo por haber introducido este tema en la reflexión teológica contemporánea, sino porque logró hacerlo con una fuerza política y espiritual que interpeló tanto a creyentes como a no creyentes.

Su encíclica Laudato Si’ representó un hito sobresaliente en los esfuerzos de la humanidad por redirigir el crecimiento económico hacia un verdadero progreso, uno que conjugue el bienestar material y social con la conservación del planeta. En ella, Francisco planteó una crítica contundente al actual modelo de desarrollo. Nos urgió a modificar los estilos de vida, de consumo y de producción como única vía para frenar la depredación de los recursos naturales, la contaminación y los efectos devastadores del cambio climático. Subrayó, con palabras claras y compasivas, la responsabilidad humana en la destrucción de nuestra “Casa común”.

Laudato Si’ fue un nuevo paso en la discusión teológica sobre el sentido del progreso que ya había expuesto Benedicto XVI en Caritas in Veritate. Francisco nos urgió a redireccionar la globalización en el sentido del desarrollo de todos los pueblos de la humanidad, otorgando un lugar privilegiado a los trabajadores y sus derechos de asociación y libertades políticas y promoviendo la participación de los grupos más excluidos en los procesos democráticos.

Propuso considerar a los pueblos más pobres no como objetos de la filantropía, sino como agentes de su propio desarrollo, insistiendo en que “la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolver al pobre lo que le corresponde”. Para ello promovió su participación en condiciones de igualdad en la comunidad internacional. También demandó que asumiéramos nuevas formas de relacionarnos con la naturaleza, y que utilizáramos la tecnología –especialmente las técnicas de la información y comunicación– como verdaderos medios al servicio de las relaciones de justicia entre los hombres y pueblos.

Francisco llevó este mensaje a los foros internacionales más relevantes, incluyendo el G7, donde insistió en la necesidad de reformas estructurales para enfrentar la crisis climática. Frente a los líderes de las principales economías del mundo, el papa exigió compromisos reales y urgentes para transitar hacia modelos de desarrollo sostenibles, justos y equitativos.

Francisco ha partido, pero dejándonos un claro mensaje: no puede haber justicia sin justicia ambiental, ni desarrollo sin dignidad. En tiempos de crisis global, su legado permanece como una brújula ética y una esperanza activa. Porque, como él mismo escribió en Laudato Si’, hay que escuchar “tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. Y nosotros, como humanidad, aún tenemos la oportunidad –y el deber– de escucharlo.

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