La religión de los datos sustituirá los deseos y experiencias como el origen de todo sentido y autoridad

En la anterior entrega de “Interpretaciones sobre el actual estadio del capitalismo histórico” se sostuvo que el tecnohumanismo seguía viendo a los humanos como la cúspide de la creación y se mantenía fiel a muchos valores humanistas tradicionales.

En cambio, la religión de los datos sostendría que los seres humanos ya finalizaron su tarea cósmica y que ahora su lugar debería ser ocupado por entidades completamente nuevas.

Ahora analizaremos el dataísmo y cómo su lógica amenaza convertir a los humanos en lo que nosotros hicimos a los animales: la infravaloración de la vida y experiencia de todos ellos.

El dataísmo

Crisóstomo Pizarro Contador
Director Ejecutivo del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

En el párrafo final de nuestra anterior entrega vimos que, para Harari, el tecnohumanismo impulsaba a la humanidad al desarrollo de tecnologías capaces de controlar y rediseñar la voluntad humana. Pero cuando se disponga de ese control el tecnohumanismo no sabrá qué hacer ya que la “sagrada voluntad humana” se convertirá simplemente en un nuevo producto diseñado.

En cambio, la lógica de la religión de los datos, o dataísmo, como se verá ahora, procura

“cortar todo el cordón umbilical humanista. Ella anticipa un mundo que no se sostenga en los deseos y experiencias como origen de todo sentido y autoridad. Lo que sustituirá estas bases es la religión emergente del dataísmo que no venera ni a Dios ni al hombre, adora los datos[1].

La religión de los datos sostiene que el valor de cualquier fenómeno o entidad es una función de su aporte al procesamiento de datos. Esta creencia es la que está dominando a la mayoría de las altas esferas de la ciencia, y surge de la alianza entre la concepción de esas ciencias que define a todos los organismos como algoritmos químicos, y la ciencia informática. Esta genera algoritmos electrónicos cada vez más sofisticados y alega que las mismas leyes matemáticas son aplicables a los algoritmos bioquímicos, así como a los algoritmos electrónicos. De esta manera se desmoronaría la muralla que ha separado a las máquinas de los animales, y se afirma en la confianza en que los algoritmos electrónicos superarán a los algoritmos bioquímicos.

El dataísmo ofrece a políticos y empresarios tecnologías innovadoras y grandes poderes y a los intelectuales la posibilidad de tener una única “teoría global”. Esta unificaría a todas las disciplinas, desde la música a la biología, pasando por la economía. Los humanos ya no tendrían las aptitudes para destilar los inmensos flujos de datos transformándolos en información, conocimiento o sabiduría.

La adopción biológica del dataísmo transformó un descubrimiento de la informática “en un cataclismo que sacudió al mundo y que bien podría llegar a transformar la naturaleza de la vida”[2]. Aunque se esté en desacuerdo con la idea de que en cuanto organismos los seres humanos, las jirafas y los tomates son todos algoritmos y que sus diferencias solo consisten en distintos modos de procesamiento de datos, no puede desconocerse que “este es el dogma científico actual, y que está cambiando nuestro mundo hasta hacerlo irreconocible”[3]. La visión algorítmica también envuelve a sociedades completas, como las colmenas, las colonias de bacterias, los bosques y las ciudades.

 Las disciplinas sociales como la economía y la ciencia política son comprendidas como un mecanismo para reunir datos sobre los deseos y capacidades y transformarlos en decisiones. La economía procesa los datos mediante interacciones entre productores y consumidores. Los cientistas políticos también atribuyen las diferencias entre democracia y dictadura como sistemas que compiten entre sí según el método centralizado o el método en que se apela a las preferencias de los individuos para organizar el procesamiento de datos y la toma de decisiones. Con respecto a la democracia hay que resaltar que ella venció a la dictadura porque en las condiciones únicas del siglo XXI el procesamiento distribuido de datos funcionaba mejor. Por eso es impropio diferenciar entre capitalismo y comunismo en términos de ideologías, éticas y políticas.

Riesgos para la democracia

En la medida en que el procesamiento de datos está cambiando en el siglo XXI “la democracia podría decaer e incluso desaparecer”[4]. El volumen y velocidad de los flujos de datos podría dejar obsoletos los procesos electorales, los partidos políticos y parlamentos. Todos ellos serían ineptos para procesar eficientemente esos flujos de datos. En los siglos XIX y XX la revolución industrial se desarrolló lentamente permitiendo entonces que los políticos y votantes regularan la política. La aceleración de la producción y del flujo de datos durante el siglo XXI escapa no solamente a la regulación política. Téngase en cuenta, además, que los diseños alternativos de las webs no se resolvieron de manera democrática. Los electores no votaron sobre la forma en que debía adoptar el ciberespacio, pero esto es crucial en la vida cotidiana, la economía y la seguridad. Ellas fueron hechas por diseñadores de webs situados muy lejos de la atención del público: “cuando la engorrosa burocracia se decida a actuar en la ciberregulación, internet habrá mudado 10 veces. La tortuga gubernamental no puede seguir el ritmo de la liebre tecnológica”. Lo que ocurriría a la democracia también abrumará a las dictaduras[5].

La política tradicional democrática o dictatorial no conoce bien la biología y la cibernética, y por lo tanto perderá el control de los acontecimientos y no podrá jugar un papel en la construcción de visiones significativas del mundo futuro. En este siglo la política está desprovista de visiones grandiosas. El gobierno se ha convertido en una mera administración que gestiona el país, pero no lo dirige. “No tiene ni idea de dónde estará el país dentro de 20 años más”.[6] Muchos economistas y cientistas sociales neoliberales dicen que es preferible que el mercado adopte todas las decisiones importantes, una buena excusa para la inacción e ignorancia que se considera como demostrativa de una gran sabiduría. Las estructuras políticas tradicionales podrían ser desechadas por nuevas estructuras muy distintas a las conocidas. Si la humanidad no puede ser protagonista en la construcción del mundo nuevo, podría ceder el paso a nuevos actores. Aquí entra de lleno la religión del dataísmo[7].

“Procesadores” humanos

De acuerdo con esta religión toda la especie humana podría concebirse como un único sistema de procesamiento de datos en el que los humanos desempeñan la función de los chips y como un proceso de mejora de la eficiencia. Esto sería un efecto de la operación de cuatro métodos:

Primero, el aumento de la cantidad de procesadores. Entonces las ciudades con más de 100 mil habitantes tienen más potencia computacional que la de un pueblo de 1000 seres humanos.

Segundo, mientras mayor es la variedad de procesadores, el uso de varios procesadores en un único sistema podría aumentar su dinamismo y creatividad. Si estos variados procesadores se conectan más y más entre sí, también producirán nuevas innovaciones tecnológicas y sociales.

Tercero, el aumento en el número de procesadores tiene ventajas. Es probable que una red comercial que conecte a diez ciudades produzca más innovaciones que diez ciudades no conectadas.

Cuarto, el aumento de la libertad de movimiento entre las conexiones es una condición para que ellas sean de verdadera utilidad porque entonces habría una libertad de movimiento de los datos.

En este proceso pueden distinguirse cuatro fases en el procesamiento de datos de los sapiens.

En la primera fase, hace 20 mil años había muchos más sapiens que hace 70 mil años. Dicho aumento posibilitó la conexión de un número de datos ilimitados de sapiens en una única red de procesamiento de datos. Esto confirió una gran ventaja a los sapiens sobre todas las demás especies humanas y animales. No ignoremos que el número de neandertales, chimpancés o elefantes no pudieron conectarse a la misma red por sus limitaciones tecnológicas. En cambio, muchos sapiens de Europa pudieron propagarse a diversas culturas. Sin embargo, ellos procesaban la información de manera diferente y no podían conectarse todos entre sí. Tampoco los sapiens europeos podían hacerlo con los sapiens de China. La inmensa variedad de culturas humanas con sus propios estilos de vida, pautas de comportamientos y visiones, explica la falta de conectividad de diversas culturas. Sin embargo, esto representó la primera fase de la historia en la que se produjo un gran aumento y variedad de procesadores humanos a expensas de la conectividad. Esta primera fase de la historia corresponde a la primera “revolución cognitiva”.

La segunda fase se extiende desde la revolución agrícola hasta la invención de la escritura y el dinero hace unos 5 mil años. La aceleración del crecimiento demográfico aumentó rápidamente el número de procesadores humanos y el asentamiento de mucha gente en un mismo lugar. Estos fenómenos produjeron densas redes locales con un número sin precedente de nuevos procesadores. No obstante, durante esta segunda fase predominaron las fuerzas centrífugas. Los nuevos procesadores humanos continuaron divididos en innumerables tribus pequeñas, cada una con sus propios estilos de vida y visión del mundo. La idea de la unidad de la humanidad ni siquiera alcanzó la forma de una fantasía.

La tercera fase comienza con la invención de la escritura y el dinero hace unos 5 mil años y se extiende hasta la revolución industrial. La escritura y el dinero se impusieron a las fuerzas centrífugas. Al menos desde el primer milenio antes de Cristo con la aparición de la acuñación, los imperios y las religiones universales empezaron a soñar conscientemente en la formación de una red de alcance global.

Ese sueño cobra forma con la cuarta y última fase de la historia: esta comienza alrededor de 1492 “[…] cuando los primeros exploradores conquistadores y comerciantes modernos tejieron los primeros hilos que rodearon al mundo”[8].

En los últimos 70 mil años la humanidad recorrió las siguientes etapas: expansión, separación en varias culturas, y luego nuevas fusiones. En la fusión de la “aldea global” cada grupo humano aportó una “herencia única” formada por pensamientos, utensilios, y comportamientos acumulados durante su historia: “nuestras despensas guardan ahora alimentos, lenguajes, religión y música que constituyen reliquias procedentes de todo el planeta”.

“El dataísmo, al igual que el capitalismo, se inicia como teoría científica neutral pero se está transformando en una religión que pretende pontificar sobre lo que es bueno y lo que es malo”. El valor superior de esta religión es el “flujo de información”[9].

Contrariamente al tecnohumanismo, en esta religión las experiencias humanas no son sagradas y el Homo Sapiens no es la cúspide de la creación y precursor de un futuro Homo Deus. Los humanos solo son “herramientas para crear el internet de todas las cosas. Este internet podría acabar extendiéndose […] hasta cubrir toda la galaxia e incluso el universo. Este sistema cósmico de procesamiento de datos será como Dios. Esta visión es semejante a las ideas de algunas religiones tradicionales, como el hinduismo y cristianismo, e incluso Silicon Valley. Con respecto a las profecías del libro de Ray Kurzweil titulado Singularity is near, Harari dice que es un eco de San Juan Bautista cuando declaró que el reino de los cielos está cerca[10].

Homo Sapiens es un algoritmo obsoleto. Si se creara un sistema de procesamiento de datos que pudiera tratar más datos que los humanos, y los procesara más eficientemente, “¿no sería dicho sistema superior a un humano, exactamente de la misma manera en la que un humano es superior a una gallina?”[11].

El principal y primer mandamiento de la religión de los datos es la maximización del flujo de datos a través de la conexión a más y más medios y la producción y consumo de más información. El segundo mandamiento es conectar todo al sistema, incluso a los “herejes” que no desean hacerlo[12].

Todo comprende todas las cosas: cuerpo, automóviles, frigoríficos, gallinas, árboles. Ninguna parte del universo debe quedar desconectada de la “gran red de la vida”. La muerte sería una situación en la que la información no fluye. Por eso la libertad de información es el “mayor de todos los bienes”[13].

Un nuevo valor: la libertad de información

El dataísmo es el primer movimiento desde la revolución francesa que ha conseguido crear un valor realmente nuevo, después de los valores de la libertad, igualdad y fraternidad humana proclamados en 1789. La libertad de información no es igual a la libertad de expresión, porque esta es concedida a los humanos. En cambio, la libertad de información es un atributo concedido a la información.

Más aun, este valor nuevo puede circular libremente por encima del derecho de los humanos a poseer datos y restringir su movimiento. Así como el capitalismo cree firmemente en que todo lo bueno es una función del crecimiento económico, la religión de los datos cree que todo lo bueno depende de la libertad de información. Ya se dijo que Google tiene el poder de detectar nuevas epidemias más deprisa y eficientemente que los servicios de salud tradicionales. Esto supone como condición permitir el libre acceso a la información que producimos. Este acceso también puede ayudar a la reducción de la contaminación del planeta y ahorrar muchos gastos en carreteras, áreas de aparcamiento, puentes y túneles. Esto podría lograrse mediante planes de racionalización del uso de los medios de transportes. En 2010 los autos particulares del mundo sobrepasaban los mil millones. Esta cantidad podría reducirse a la mitad si se aplicaran esos planes que incorporarían el uso de autos colectivos. Este posible progreso también requiere una renuncia a la privacidad que permita a los algoritmos saber siempre dónde estamos y a qué lugar queremos dirigirnos[14].

“Registra, sube, comparte”.

Es un hecho que la mayoría de las personas quieren participar en el flujo de datos, a pesar de que esto cueste la pérdida de la privacidad, autonomía e individualidad. Los jóvenes parecen ser los más entusiastas en pertenecer a este flujo de datos. El individuo se reduce a un pequeño chip dentro de un “sistema gigantesco que en verdad nadie entiende“. Desconocemos el lugar que ocupamos en el programa de todas las cosas y cómo nuestros bits de datos se conectan con los bits de los otros miles de millones difundidos por correos electrónicos, teléfonos y artículos. Entre todos nos inundamos de datos. El flujo incesante de datos produce invenciones que nadie planea, controla ni comprende. Nadie comprende la economía global o qué va a ocurrir a la economía global. Si los creyentes del capitalismo creen en la mano invisible del mercado, los practicantes de la religión de los datos creen en la mano invisible del flujo de datos[15]. Las religiones tradicionales creían que Dios conocía todos los pensamientos y sentimientos de las personas, pero ahora la religión de los datos cree que el verdadero dios está representado por los algoritmos que observan siempre y conocen lo que hacen y sienten los humanos, lo cual es muy importante en el flujo de datos. Para los creyentes la desconexión significa arriesgarse a la pérdida del sentido de la vida “la nueva consigna dice: si experimentas algo, regístralo, si registras algo, súbelo, si subes algo, compártelo”. Aceptar esta consigna no se identifica con estar a la moda, es un problema de supervivencia[16].

El desarrollo de la revolución dataísta podría durar décadas o uno o dos siglos. La revolución humanista también tomó un prolongado periodo. En sus comienzos no eliminó completamente a Dios porque el carácter sagrado de los humanos se organizaba por haber sido creados por Dios. Solo mucho más tarde algunas personas se atrevieron a sostener que los humanos eran sagrados por derecho propio.

Hoy la mayoría de los dataístas sostienen que el internet de todas las cosas es sagrado porque ha sido creado para estar al servicio de la humanidad, pero con el transcurso del tiempo podrá acabar volviéndose sagrado por derecho propio. Los algoritmos seguirán avanzando gracias a las iniciativas de enormes equipos humanos muy especializados pero que no comprenden todas sus estructuras. Llegará el momento en que ocurrirá lo mismo que le pasó al cristianismo. Según esta religión no podemos entender a Dios ni su plan.

El dataísmo sostiene que el cerebro humano es incapaz de entender los nuevos logaritmos. Hoy con el auge del aprendizaje mediante las máquinas y redes artificiales existen cada vez más algoritmos que evolucionan de modo autónomo. Cuanto más se desenvuelvan los algoritmos tomarán la dirección de su propio camino y podrán llegar a lugares a los que jamás ningún humano ha conocido.

Dudas sobre la religión de los datos: ¿debe reducirse la vida sólo a un flujo de datos para la toma de decisiones?

Es posible que en algunas décadas más podamos despejar esta duda y comprender que los humanos no son reductibles a meros algoritmos y que la vida es mucho más que la toma de de decisiones. Esto sería una visión muy sesgada de la vida[17]. La demostración de que los organismos no sean solo algoritmos no impedirá necesariamente que los algoritmos se apoderen del mundo. Muchas religiones alcanzaron una enorme popularidad y poder a pesar de sus errores fácticos. Debido a la enorme propagación del dataísmo por todas las disciplinas científicas “un paradigma científico unificado es un dogma irrefutable”[18].

Las excursiones interdisciplinarias fortalecerán dicho paradigma. Si este al final se concreta, podríamos vernos reducidos de ingenieros a chips, luego a datos y disolvernos en el “torrente de datos como un terrón en un río caudaloso”[19].

La lógica del dataísmo amenaza convertir a los humanos, en lo que nosotros hicimos a los animales: la infravaloración de la vida y experiencia de todos ellos. Esto sucedió porque los animales cumplían funciones que no eran importantes para el sistema, y por eso muchos se extinguieron. Los criterios para medir el valor de los seres vivos por su utilidad para el sistema nos condenarán a sumirnos al olvido al igual que muchas otras especies de animales. En retrospectiva, la humanidad resultará ser solo una onda en el flujo cósmico de los datos[20]. En verdad no podemos predecir el futuro.

Las situaciones descritas por Harari son solo posibles “hipótesis”, y no “profecías”. Cuando se piensa sobre el futuro estamos muy limitados por las ideologías y los sistemas sociales. “La democracia nos anima a creer en un futuro democrático, y el capitalismo no nos deja contemplar una alternativa no capitalista, el humanismo hace que nos cueste imaginar un destino posthumano. Nadie sabe cómo serán el 2050 el mercado laboral, la familia, la ecología, las religiones, y los sistemas políticos y económicos que dominarán al mundo[21].

Los humanos han cedido su autoridad al libre mercado, al conocimiento masivo y algoritmos externos en gran medida debido a su incapacidad para comprender el “diluvio de datos”[22].

De todo lo que está sucediendo en nuestro tiempo, que avasalla a la gente con información irrelevante, los grandes temas que deberían ocupar a la humanidad en una perspectiva de décadas son el calentamiento global, la desigualdad y la disrupción del mercado laboral.

Sin embargo, si adoptáramos una visión verdaderamente amplia de la vida, todos los problemas resultan eclipsados por tres procesos:

Primero, la convergencia de la ciencia en el dogma unilateral que sostiene que los organismos son algoritmos y la vida solo un procesamiento de datos.

Segundo, la desconexión entre inteligencia y conciencia.

Tercero, la idea de que los algoritmos no conscientes pero inteligentísimos serían capaces de conocernos mejor que nosotros mismos muy pronto.

Harari dice que los tres procesos plantean tres interrogantes clave” que él espera que permanezcan en nuestra mente después de leer su libro:

“[Primero], ¿Son en verdad los organismos solo algoritmos y es en verdad la vida solo procesamiento de datos?

[Segundo], ¿Qué es más valioso: la inteligencia o la conciencia?

[Tercero], ¿Qué le ocurriría a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?”[23]


[1] Harari, Y. N., Homo Deus. Breve historia del mañana, Santiago: Penguin Random House, SAV, Decimosexta edición, octubre 2020, p. 399.

[2] Ibid., p. 401.

[3] Ibid., p. 401.

[4] Ibid., p. 406.

[5] Ibid., p. 407-408.

[6] Ibid., p. 409.

[7] Ibid., p. 410-411.

[8] Ibid., p. 413.

[9] Ibid., p. 414.

[10] Ibid., p. 414.

[11] Ibid., p. 415.

[12] Ibidem.

[13] Ibidem.

[14] Ibid., p. 418.

[15] Ibid., p. 419.

[16] Ibid., p. 420.

[17] Ibid., p. 427.

[18] Ibid., p. 428.

[19] 429.

[20] Ibidem.

[21] Ibid., p. 430.

[22] Ibidem.

[23] Ibid., p. 431

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