Pandemia, desamparo y vivienda en Valparaíso. Las opciones que se abren para la ciudad

En esta columna Pedro Serrano demuestra cómo Valparaíso ha sido una de las ciudades de Chile más afectadas por el estallido social y la pandemia, y consecuente crecimiento permanente del número de campamentos. Ante esta grave situación propone una política que considere las dimensiones urbanísticas, económicas y sociales requeridas para responder a las necesidades de las 60 mil personas que viven en esta situación. Además, en la elaboración y ejecución de esta política sugiere sumar el uso de los recursos culturales, artísticos, científicos y técnicos crecientemente concentrados en los cerros de Valparaíso, los que también podrían reforzar su vocación como ciudad universitaria. De esta manera se podría progresar en la búsqueda de una ciudad más justa, y por lo tanto, más solidaria e inclusiva.

Pedro Serrano R.
Director de la Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM. Presidente de la Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

El mecanismo histórico del crecimiento de Valparaíso hacia los cerros ha sido desde hace más de cien años la toma de terrenos, la construcción irregular, años de ocupación, calles, escaleras y callejones de acceso jugando ingeniosamente con la pendiente sin planificación y finalmente, la esperada regularización, el acceso al agua potable y la electricidad.

Poco a poco, con mucha autoconstrucción, Valparaíso ha tejido el desorden de sus cerros, allí donde las calles pasan por donde pueden y las escaleras se encumbran desmesuradas de cota en cota. Primero, el Valparaíso histórico del plan, con extensiones de tierras ganadas al mar, hoy en buena parte patrimonial sube con los ascensores, así se encumbró hasta la cota 50m sobre el nivel del océano. Muy pronto un camino recorrió dicho borde en altura, hoy el Camino Cintura o Avenida Alemania y durante décadas, tras muchas tomas, incendios, terremotos y más tomas, la ciudad siguió encumbrándose en sus cerros, llegando hoy en día sobre la cota 300. El complejo penitenciario de Valparaíso colocado a un lado del antiguo camino La Pólvora, en una de las cumbres de la ciudad, está hoy en día rodeado de asentamientos urbanos irregulares o “tomas de terreno”, las que siguen preferentemente los caminos contra incendios forestales que se ubican en los lomos de los cerros.

Hasta aquí esto podría haber sido escrito a mediados de 2019, justo antes del estallido social chileno, donde violentas bandas se apoderaron el centro de la ciudad y, sin la intervención determinante de la policía, vandalizaron muchas cuadras de las calles principales, quemando supermercados, tiendas y muchos edificios, en una ciudad que había venido perdiendo lentamente los habitantes de sus edificaciones más céntricas en el Almendral y el sector puerto.

Según los datos del Catastro Nacional de Campamentos 2019, (MINVU), “se contabilizaron en Chile 802 campamentos y se estimaron 47.050 hogares. Las regiones con mayor cantidad de hogares en campamentos son Valparaíso (11.228) y Antofagasta (7.641).”

La región de Valparaíso tenía el 2019 once mil hogares en campamentos, siendo las ciudades con mayor incidencia Viña del Mar y Valparaíso.  Resulta curioso tratar de entender por qué, en una ciudad casi sin industrias, con escasas ofertas de trabajo, la gente llega en esas cantidades a asentarse irregularmente. La topografía empinada y la falta de servicios tampoco ayuda a explicar las razones. Descontando lo difícil de acceder por la pendiente, parece que la existencia de enormes paños de terrenos baldíos, relativamente cerca del centro de la ciudad, todos con vista al mar en un enorme anfiteatro, mucha leña en los bosques quemados, más el carácter solidario de la gente, podrían ser la razón de tanta familia migrante de la región dirigiéndose hacia los campamentos y tomas.

Lo primero que agudizó esta situación fue el estallido social y luego, el casi año y medio de pandemia: las cuarentenas, el plan paso a paso, Valparaíso y Viña del Mar, confinando y desconfinando la población, con rápidos aumentos de contagios, las universidades cerradas, el comercio detenido, el trabajo administrativo virtual. Todas estas causas sumadas han disminuido las opciones de ingresos de muchas familias que habían llegado con mucho esfuerzo desde la pobreza a esa zona difusa de la clase media de bajos ingresos. En 2020 y 2021 muchos de los que vivían pagando un arriendo, muchas veces en condiciones precarias, quedaron bajo la línea de pobreza y pasaron mucho tiempo sin los auxilios del Estado. El 10% de retiro de las AFP tampoco ayudó mucho a este segmento. Por lo anterior gran cantidad de familias, con lo justo para mal comer, han dejado sus arriendos y han ingresado a los campamentos antiguos y abierto otros nuevos. No se tiene una contabilidad actualizada, todos los días ingresan decenas de familias que han visto precarizadas sus vidas como consecuencia de la emergencia sanitaria. Once mil familias eran el 2019, en torno a las 50.000 personas. Hoy tal vez sean más de 60.000.

Nuevamente, la unidad básica para iniciar un campamento es la mediagua, vale decir un núcleo ligero de madera, con cerramiento de 3×3 m que puede ser adquirido en cualquier barraca de los cerros por 250.000 a 350.000 pesos. Con 650.000 $ se puede adquirir los 18m2 de una mediagua estándar. A veces sin piso, sin doble forro, con techo de calamina sin cielo. Un cobijo mínimo, rápido de montar, ambientalmente indigno, frio, ventilado y desolador por donde se lo mire. Hay en Valparaíso más de 11.000 familias de chilenos altamente precarizados viviendo en estas condiciones, con litigios por las tierras, acomodos de propietarios especulativos, desalojos por la fuerza pública, niños y ancianos pasando frío y hambre.

El último análisis de la Cámara Chilena de la Construcción, de mayo de 2020, indica que un 13% de la población chilena no tiene acceso a vivienda, viven en una estructura inhabitable o es allegado. Éramos los chilenos, a mayo del 2020 19.458.504 habitantes, según exacta proyección INE. O sea, aproximadamente 2.500.000 personas no tienen vivienda adecuada y el déficit mínimo en Chile sería de 739.603 viviendas.

Según la misma fuente, de los aproximadamente 2.500.000 de chilenos sin casa, 600.000 (3,4%) viven la pobreza multidimensional, pobreza en todas sus formas. Allí caen las más de 11.000 familias en campamentos de la ciudad de Valparaíso. Por otra parte, gente en condición de calle, o sea definitivamente sin techo, hay en Chile unos 20.000, muchos de los cuales se mueven por las regiones, buscando mejores intemperies. Todos estos dramas son los que afectan a una buena proporción de connacionales.

Valparaíso ha sido tal vez la ciudad chilena más golpeada por esta crisis múltiple, la carencia de empleo y la falta de oportunidades para los miles que bajaban a las calles de Valparaíso a comerciar lo que fuera en las veredas, y que perdieron también esa opción. Aquí resulta curioso y muy significativo señalar que el puerto de carga no ha detenido sus labores y esto no ha implicado nada para la situación de miseria de la ciudad. Podríamos decir que es una muestra fehaciente de que el crecimiento y desarrollo del puerto de carga y cruceros (este último detenido por pandemia) está cada vez menos asociado al desarrollo equilibrado, equitativo y solidario de la ciudad. El verdadero desafío va por otro lado. Valparaíso es desde hace décadas una ciudad para estudiar: sus universidades, escuelas, institutos, CFT, mueven buena parte del comercio general y el transporte local. También se sostiene con dificultad una actividad financiera y administrativa bancaria. Sin embargo, el gran potencial de Valparaíso es precisamente lo curioso de su ciudad, todavía un mito para los viajeros globales de los tiempos en que el Canal de Panamá no existía. Algo queda de lo multicultural que fue la ciudad durante más de 100 años, eso puede alimentar un turismo sustentable en la ciudad como parte de su soporte de desarrollo futuro.

Por las mismas razones que aun hacen de Valparaíso una ciudad susceptible de ser amada, multitud de artistas se han venido a vivir a sus cerros, músicos, artistas plásticos, cineastas, gente de teatro, artesanos, innovadores y creadores. En esto último ha aparecido un rubro nuevo y pujante, que no requiere estar presente en la capital ni en grandes oficinas, solo necesitan buena conectividad a internet, un poco de energía y si agradecen el carácter de la ciudad: Son los creativos informáticos, los creadores e innovadores de software, APP o aplicaciones, juegos, sistemas inteligentes. Todos estos profesionales, jóvenes en su mayoría, pueden formar un gremio ciudadano muy importante y poderoso, absolutamente nuevo y en el ritmo de los tiempos. La inteligencia artificial y la robótica son temas importantes en nuestras universidades. Por allí la ciudad se puede transformar en un nodo global para el desarrollo del siglo XXI.

Todo esto para hacer notar que la ciudad puede salir de su marasmo con los potenciales de su propia gente, ubicando e incentivando con sabiduría los nichos en los que puede desarrollar su nueva pujanza, algo así como la “Economía Naranja” (2015, Luis Felipe Buitrago R., Iván Duque M). Resolver los problemas que dejará la pandemia requerirá de tiempo y recursos, la miseria de sus campamentos irregulares requerirá de levantar las opciones de trabajo, educación, conectividad y salud para unas cien mil personas que hoy día luchan por sobrevivir malamente en los cerros de la ciudad. Por otra parte, está el plan de la ciudad deteriorado y destrozado, la permanente amenaza de terremotos, tsunamis, aluviones e incendios. Pero está el porteño, las nuevas vocaciones de la ciudad y sus entidades más permanentes, que han sido, son y serán por décadas, las universidades, aportando miles de profesionales cada año, investigando decenas de temas, creando arte, tecnología y alimentando la innovación y nuevos emprendimientos.

Hoy la ciudad de Valparaíso sufre. En la post pandemia será su gente y su creatividad las que tejerán un futuro sustentable solidario y amable, como dije antes, susceptible de ser amado.

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