Trump, el incontrolable
“En uno de los debates más controversiales que se tenga memoria, el presidente de los Estados Unidos desplegó su estrategia comunicacional política en el espacio que más le acomoda: la televisión. La ya cuestionable política-espectáculo da paso a la política de la aniquilación discursiva desde las esferas del poder global”.
En el primer debate presidencial en los Estados Unidos, el reto estuvo planteado desde el minuto inicial. Y rápidamente se desveló. La dinámica y estilo de este hito de la comunicación política internacional la puso Donald Trump. Por eso fue un caos, pero muy estudiado en su puesta en escena y efectos.
En uno de los debates más controversiales que se tenga memoria, el presidente de la potencia desplegó su estrategia comunicacional política en el espacio que más le acomoda: la televisión. De esta forma, la cuestionable política-espectáculo se fusiona con la política de la aniquilación discursiva desde las esferas del poder global.
Trump controló el espacio hasta el saludo final o de cierre del superado periodista-moderador, Chris Wallace de FOX, crudo reflejo de una débil fiscalización mediática a nivel estructural, que solo acrecienta la imagen de prepotencia de dicho mandatario.
Como animal televisivo que es Trump, que conoce las lógicas de los prime time, exprime lo que es el segundo en los estelares y asimila el libreto temático de la noche en su detalle, supo que acorralando con su discurso polarizador, provocador y agresivo a Joe Biden, podía incomodarlo, mostrarlo débil e incluso sacarlo de quicio, como lo consiguió en algunos pasajes.
Era algo difícil, pues Biden no iba a entrar en ese juego, era su estrategia y diferenciación. Sin embargo, a los 15 minutos el demócrata se percató de que el debate se le había ido de las manos. Cada vez que intentaba argumentar una política pública o un diagnóstico político, algo que le cuesta más a Trump, era interrumpido por el presidente de EE.UU. De hecho, por parte de Trump, no se respetaron los minutos protegidos para las respuestas de Biden. Aspecto que seguramente condicionará los protocolos de los próximos debates, si es que vuelven a realizarse.
Los primeros ejes temáticos del programa de TV eran de los más complejos para Trump, por el actual escenario, algo que podía darle superioridad retórica a Biden. Me refiero a las designaciones en las cortes, salud, el Covid y la economía. No obstante, como esos púgiles que no estaban dispuestos a que el adversario se ganara los aplausos del respetable en los primeros rounds, Trump reiteró el libreto que desarticuló a Hillary Clinton en las elecciones pasadas. Impidió que el senador hilvanara algo más allá del minuto, apostando a no debatir, sino exasperar.
Un par de fuertes exabruptos del ex vicepresidente demócrata (trató de “payaso”, “racista” y “mentiroso” al republicano), lo desconcentraron en instantes clave donde pudo haber rematado discursivamente, ganando algunos “asaltos” en una suerte de velada, tipo lucha libre que tanto le agradan al inquilino de la Casa Blanca. Por si fuera poco, Trump siempre cerró los intercambios/interpelaciones con la última palabra, con el último encuadre. En esos momentos, además, el mandatario inocula los contextos con su fórmula de falacias y fakes, las que provocan las interacciones simultáneas en redes sociales y el resto de las plataformas digitales (monopolizando el volumen de comentarios).
La muerte del “juego limpio” en los debates estadounidenses se vivió anoche. La tranquilidad del demócrata Biden fue una fortaleza, pero para determinados tipos de electores, podría ser confundido como un rasgo de distancia o desconexión, falta de empatía, coraje o pasividad extrema. El meta-debate que se empieza a jugar desde hoy, tendrá que ser diseñado por los demócratas para asociar la personalidad de reality-show evidenciada por Trump, como algo caótico y saturado, lo que podría incentivar en los independientes o en aquellos que, no sintiendo mucha simpatía por Biden, aprecien que será necesario acudir a las urnas para volver a un equilibrio cívico mínimo y racional.
Probablemente, lo que quiso proyectar Trump anoche hacia su base política, es que quien desea despojarlo de su poder presidencial, tendrá que exhibir antes una entereza expresiva, lingüística, emocional y comunicacional electrizante, contundente y hábil; deslizando la interrogante en tiempos donde la fortaleza sicológica-mental y sanitaria son muy valoradas por las ciudadanías: ¿podrá Biden llegar al final de la meta con un ritmo trepidante e impredecible como el que impone Trump en las elecciones?
No es menor lo que está en juego. ¿Seguirá la predominancia de un estilo que no escucha, violenta, polariza y minimiza a los supremacistas blancos? ¿que acapara las interacciones en las redes sociales haciendo del conflicto político algo extremadamente rentable para los gigantes digitales, pero dañino para la democracia? ¿Continuará el socavamiento de los enclaves que otorgan confianza ciudadana? Todos temas, en todo caso, que no son exclusivos de los Estados Unidos, sino del sistema-mundo en el que nos toca habitar y vivir, compartiendo grandes desafíos como país y ciudadanos globales.
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