Arquitectura gobal y ciudad, los cambios post-pandemia

“El llamado retorno jamás será lo mismo y tenemos derecho a añorar y quejarnos todo lo que se quiera, pero se les pide aquí a las arquitectas, arquitectos y al mundo del diseño, ser lo más creativos, científicos y soñadores posible, con estas nuevas demandas, demandas que dan por tierra con muchos de los estándares, principios, teorías, dogmas y convenciones, que hasta ahora se consideraban inamovibles. Esto por supuesto, es un desafío y una oportunidad fantástica para innovar con sentido”.

Si de algo nos dimos cuenta en estos 8 meses de Covid 19 en Chile y en el mundo globalizado, es que nuestras ciudades, nuestras casas, los recintos públicos, los recintos educativos como escuelas y universidades, los emprendimientos turísticos, los sistemas de abastecimiento, los protocolos de salud y muchas cosas que se atribuyen al urbanismo y la arquitectura, no estaban pensados ni preparados para los aun desconocidos efectos e impactos de un virus. Éste es un pequeñísimo fragmento de ARN, capaz de invadir una célula humana, hacerse de su control reproductivo, -cosa que el virus no tiene-, y convierte a cada célula que invade en una suerte de zombi, dedicado a replicar autónomamente miles virus en poco tiempo.

Pedro Serrano
Director de la Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM. Presidente de la Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

Especialmente agresivo -más agresivo que otros virus antes conocidos-, el COVID 19 logró repartirse por casi todo el planeta de un modo vertiginoso, en pocos meses, mediante vuelos comerciales de todas las aerolíneas del mundo. La globalización de un transporte aéreo, rápido y eficiente es un fenómeno nuevo globalizado, con muchas complejidades e impactos: Casi 230.000 vuelos diarios había en el mundo antes de la pandemia.

Millones de pasajeros se trasladaron en un mes por todo el planeta, tomaron múltiples combinaciones y miles de ellos portaban sin saberlo el contagio. A Chile, Perú y Ecuador, llegaron primero a los barrios mas pudientes de Guayaquil, Lima y Santiago. Estábamos en temporada de vacaciones y a Chile llegó el contagio en febrero y marzo, cuando los turistas de verano, los becarios y los que tenían el dinero para viajar lejos, volvían de Europa y Asia, donde el virus ya hacía estragos.

De partida los aeropuertos no supieron qué hacer con el flujo de miles de turistas retornando, a sabiendas que muchos de ellos venían con el contagio. Los controles sanitarios provocaron atochamientos en el aeropuerto de Santiago, en momentos que la “distancia social” recién estaba siendo tema sanitario. Así entró entonces el coronavirus a Chile. Se puso de moda tomar la temperatura, cosa que no sirvió ni sirve de mucho pues los asintomáticos, y los recién contagiados no presentan síntomas de fiebre.

Además, estaba la actitud hedonista de muchas y muchos de los portadores, que sabiendo su condición de contagiados hicieron fiestas, viajaron a sus segundas residencias en la costa norte y sur, los lagos, etc., repartieron en menos de un mes la pandemia en la mayoría de las comunas de Chile. Los y las mismas hedonistas forzaron con tramites mal diseñados por internet los débiles controles policiales y las aduanas sanitarias y viajaron ya hasta avanzado marzo, por la ruta 5, la 68 y la carretera de la costa, en buses y helicópteros, llevando el contagio a Valparaíso, San Antonio, La Serena, Temuco, a todas las comunas importantes y a aquellas con segundas viviendas.

Algunas comunas de zonas de segundas viviendas pusieron patrullas a caballo para devolver a los persistentes “turistas de pandemia”, que escapaban de un Santiago metropolitano, que llegó a tener un 85% de los casos nacionales. En junio de 2020 la epidemia se disparaba en Santiago, con un récord de 6000 casos por día. Se pierde la “batalla de Santiago”, renuncia el Ministro de Salud, y el estado de emergencia se amplía “transitoriamente” hasta septiembre de 2020, puesto que nadie sabe qué es lo que va a pasar.

Algún día del 2021, amaneceremos a una situación mejor. Ya nunca será lo mismo. La vacuna puede estar disponible en Chile en seis meses, y hay una cantidad inverosímil de laboratorios tras el negocio del siglo: vender 8000.000.000 de vacunas a a países desesperados, más por el trastoque económico, que por las muertes ciudadanas. Deberán esperar uno o dos años, pero eso no detendrá a este persistente y agresivo coronavirus. Por lo tanto, parece indispensable imaginar esa arquitectura, ordenamiento urbano y nuevas normas de comportamiento en la esperada y anhelada post pandemia. Que será cuando se controlen los contagios, pero no el virus.

La nueva arquitectura

Esta claro para todas y todos que, para hacer cuarentena en casa, como dice la propaganda: “Quédate en casa”; primero hay que tener casa, y teniendo casa, se necesita que esta sea apta para una cuarentena de 6 o más meses. Nos dimos cuenta de la importancia del tamaño de la cocina, de la necesidad de un lugar para tele-trabajar y tele-estudiar, de disponer de algún espacio mayor donde hacer familia, etc. Un estado nuevo que nunca hasta este año 2020 apareció en los programas de un proyecto de arquitectura para vivienda.

El último análisis de la Cámara Chilena de la Construcción, de mayo 2020, indica que un 13% de la población chilena no tiene acceso a vivienda, vive en una estructura inhabitable o es allegada. Somos los Chilenos 19.458.504 habitantes según exacta proyección INE a mayo 2020, o sea 2.500.000 personas no tienen vivienda adecuada y el déficit mínimo es de 739.603 viviendas.

De acuerdo a un informe del Hogar De Cristo (2019), además, un 4,5% de la población no cuenta con servicios higiénicos, (vital para una cuarentena), y un 9,8% vive hacinado, lo que físicamente y mentalmente imposibilita una cuarentena o “distancias sociales” apropiadas.

“Según el WRI (World Resources Institute), se estima que en el planeta 1.600 millones de personas carecerán de una vivienda adecuada para el año 2025.”

Según los mismos datos, de los aproximadamente 2.500.000 de chilenos sin casa, 600.000 (3,4%) viven la pobreza multidimensional, pobreza en todas sus formas. Por otra parte, gente en condición de calle, o sea definitivamente sin techo, hay en Chile unos 20.000, muchos de los cuales se mueven por las regiones, buscando mejores intemperies. Todos estos dramas son los que afectan a una buena proporción de connacionales.
Agregamos aquí además miles de inmigrantes: según el INE, en marzo de 2020 vivían 1.492.522 extranjeros en Chile. Una gran proporción de ellos ha quedado sin sus empleos temporales y vive en precarias condiciones. Miles de ellos intentan retornar a sus países, hay cuarentenas aquí y en el destino anhelado, están acampando en pleno invierno fuera de sus embajadas, y son trasladados a albergues de emergencia, que no cumplen con ningún protocolo.

Estas y otras tragedias han salido a la luz por las circunstancias que impone la lucha contra el Covid 19. Hasta ahora, según opiniones de los expertos virólogos, infectólogos, epidemiólogos, la estrategia de control han sido mal llevada por los chilenos.

Igual para las y los que pueden hacer teletrabajo en cuarentena, en un departamento clase media, pequeño, con dos hijas menores, que revolotean por pocos metros cuadrados, que también tienen tele enseñanza y hay que atenderlas, jugar y alimentar, más las labores compartidas de aseo, abastecimiento, alimentación etc., el teletrabajo ha se ha convertido en una opción agotadora, donde la organización del trabajo familiar, el espacio diseñado, incluso los muebles, no estaban pensados para esta emergencia.

En post pandemia se abre la opción liberadora de ir al colegio y a un trabajo espacialmente modificados, abrirse al mundo social con los nuevos protocolos de una arquitectura adaptada y algo así como el nuevo “manual de Carreño” socio sanitario: cambiarán la vestimenta, los saludos, las reuniones, los trámites, los deportes, las celebraciones, todo esto será un mundo nuevo en la futura “normalidad”.

Es más, uno de los desafíos que nuestra arquitectura debiese abordar, no solo es proponer soluciones de vivienda social dignas, si no que soluciones de viviendas dignas y funcionales para enfrentar condiciones de pandemia en distintos climas, pensados en familias de al menos 5 habitantes, para salud fisiológica y sobre todo para su salud mental.

Salen a colación en este contexto los “conventillos o guetos verticales”, el gran invento de las inmobiliarias chilenas en el último decenio. Miles de personas en un sólo edificio. Por ejemplo, el de calle Coronel Souper 3202 en Santiago, el cual tiene 42 pisos y cuenta con 1.131 departamentos, 27 hogares por piso. Familias viviendo en espacios mínimos se encuentran prácticamente atrapadas en pandemia. Incluso en algunos de esos edificios fallan los ascensores y en otros, la gente del piso 42 comenta en la prensa, que ha esperado mas de dos horas un ascensor. Siendo el ascensor, además, una cápsula eficiente de transmisión aérea del virus, estrechamente confinada y con pasamanos y paredes metálicas donde se fija por días. Pensar los nuevos ascensores post pandemia es otro desafío interesante para la arquitectura.

Por otra parte, Según los datos del Catastro Nacional de Campamentos 2019, (MINVU), “se contabilizaron en Chile 802 campamentos y se estimaron 47.050 hogares. Las regiones con mayor cantidad de hogares en campamentos son Valparaíso (11.228) y Antofagasta (7.641)”. Las familias que han quedado sin ingresos están retornando a nuevas tomas y campamentos,

Once mil hogares de la Región de Valparaíso se encuentran en las condiciones más precarias de hacinamiento, falta de servicios y mala calidad de cobijo para enfrentar una pandemia, un campamento en invierno y con contagios, es una bomba de tiempo en cuanto epidemias y no sólo la de Covid 19. Se ha decretado en Valparaíso (junio-septiembre 2020) una cuarentena total, casi imposible de cumplir para los habitantes de los campamentos, sin trabajo, sin poder bajar al centro, hacinados, con los fríos y lluvias del invierno penetrando cobijos permeables e inestables. He aquí una deuda país enorme y por supuesto un desafío de arquitectura importante, fuera de las revistas de decoración o los premios internacionales. No se trata de una villa o población prototipo, si no de un tema vinculado a 50.000 familias con poco acceso a la educación, trabajo, salud y por supuesto vivienda. Vale decir, son muchas necesidades interconectadas que no se resuelven con solo un proyecto de arquitectura.

En la “otra cara” de la arquitectura, esa con glamour acumulado, está el edificio de departamentos, clase media o alta, las viviendas sobre los 50 m2, los cines, los restaurantes (algunos abriendo con mini invernaderos), los hospitales con nuevos protocolos de acceso, de separación, vestimenta y cotidianeidad; los loft de moda, los recintos religiosos, hoy con prohibición de funcionar; los condominios, los hoteles, convertidos hoy en “residencias sanitarias”; los museos, las segundas y terceras viviendas; las mansiones sobre los 300 m2, los lodges de pesca, las cabañas junto al lago, los bancos, los estacionamientos, los malls, los campus universitarios, los edificios corporativos, las oficinas, los gimnasios, los campos y recintos deportivos, las escuelas, etc.. Todos ellos tendrán que incorporar el enfoque necesario para enfrentar ésta y otras pandemias. Soleamientos, ventilaciones, distancias, protocolos, sistemas de sanitización etc.

Somos hoy en la Tierra 8000 millones de seres humanos y creciendo. Con posibles pandemias que ojalá no vengan, pero que si vienen, no nos pueden pillar sin preparación. El Covid 19 viajó por todo el mundo principalmente en avión comercial y también se repartió en cruceros de lujo. En ambos medios los viajeros no eran precisamente pobres. Gente con gran capacidad de viajar en un mundo globalizado, es la principal fuente de repartición de contagios. Además los científicos han detectado ya como 600 mutaciones del coronavirus en animales.

Al menos por dos años o más esta pandemia nos tendrá respetando la llamada “distancia social”, que de acuerdo al país que se trate, fluctúa entre el metro y el metro y medio. Eso tendrá un gran impacto, ya lo está teniendo, en nuestros edificios y espacios públicos, allí donde deba concurrir mucha gente. Hoy día hacemos, debidamente enmascarados, colas en los supermercados, las farmacias, los almacenes, los bancos, los consultorios, el registro civil y las notarías. Todas ellas son entidades que nunca tuvieron en la intención arquitectónica de sus edificios el acoger en sus programas estos modos sociales de espera y atención, en espacios que hoy no les alcanzan. Habría que preguntarse, si las escuelas de Arquitectura del país y el mundo, están tomando en cuenta estas nuevas variables para imaginar futuros o siguen en la actitud de repetir los estilos pre-pandemia, en los talleres formativos y avanzados on line.

Por supuesto, hay desde ya cambios evidentes en las vestimentas, nuestra primera arquitectura, el envoltorio artificial y de diseño que nos cubre. Hace un par de meses ver en las calles gente enmascarada, con cubre pelos, pantallas protectoras, guantes de goma y botas especiales, era algo impensable, incluso punible por la policía, pero ahora es “normal”, hasta obligatorio.

No cumplen estos nuevos estándares para la arquitectura, los ascensores, las oficinas y los despachos de atención a público, (aparecen las barreras transparentes de separación, las esperas al aire libre), los cines (se vienen los autocines), el teatro municipal, los templos religiosos (que han sido grandes focos de contagio), los supermercados y centros comerciales, etc.. Tampoco cumplen los nuevos estándares, las salas de clases de una escuelita rural o los auditorios de una universidad. Es posible que en un par de años el Covid 19 haya sido superado, pero por precaución hay que pensar diseñar y construir la nueva realidad donde ya nada será igual.

Las universidades, con miles de estudiantes, con salas de clases para 20, 40 o 60, auditorios para 200 o 1000 asistentes no tienen la infraestructura ni la organización para un retorno a lo presencial, con las distancias, las ventilaciones y las medidas mínimas para evitar contagios. Los rebrotes de junio y agosto 2020 en China, Corea, Nueva Zelandia, España, Francia, Roma, indican que los retornos presenciales son peligrosos y aun no sabemos como operar ante un virus aun impredecible. Hoy en agosto hay rebrote en nueva Zelandia, Alemania, China, España y Francia, países que se supone habían separado la crisis y abrieron sus calles y sus playas en verano. Mucha gente, malas medidas, poco control, irresponsabilidad, de nuevo el hedonismo y por supuesto rebrotes.

Es muy probable que las universidades deban adaptarse de modo ingenioso y creativo, aprovechando además, la enorme capacidad digital en equipos y cultura “on line”, que se ha desarrollado en tan corto tiempo. Ya en poder digital, la universidad no es la misma, se han avanzado impensables años de Transformación Digital, TD, en menos de 6 meses de emergencia.

Para hacer clasesn talleres y laboratorios en los mismos espacios, las universidades deberán desarrollar protocolos, medidas de seguridad, probablemente turnos presenciales y turnos “online” y educación mixta semipresencial, en recintos además, adaptados para la sanitización permanente y ventilación adecuada. Esto por supuesto si el transporte colectivo público toma drásticas medidas de control, dado que el riesgo de los trayectos puede ser mayor que la estancia en la Universidad.

Una buena cantidad de estudiantes universitarios son de otras ciudades, otras regiones, e incluso de otros países. En muchos lugares la cobertura de internet debiese mejorar. Igualmente se debe hacer un esfuerzo para equipar adecuadamente a todos los actores de la comunidad educativa con bits, software, computadores, tabletas, conectividad.

La nube de satélites Starlink de Space- X (Elon Musk) son “una constelación de satélites de internet con el objetivo de brindar un servicio de internet de banda ancha, baja latencia y cobertura mundial a bajo costo”. La primera semana de junio Space X llevaba 540 satélites en órbita y funcionales, de un total inicial de 12.000. Para agosto de 2020, iban 600.

Por supuesto, la mirada urbana de nuestras ciudades, tendrá que hacerse cargo de estas nuevas exigencias, tanto en los espacios abiertos, como las calles, los parques y las plazas, el transporte público, los terminales de buses, las estaciones de metro, incluso los aeropuertos. Todo esto debiese cambiar sus dimensiones, demarcaciones, los lugares de espera, todo de acuerdo a los nuevos protocolos de comportamiento ciudadano. Habrá que acoger las agrupaciones de personas y aglomeraciones a modo que ya no lo sean.

Por allí un grupo rock probó con un recital tocando dentro en esferas transparentes, con el publico también en esferas. Un circo en Vicuña sacó las graderías y estableció un estacionamiento en torno a la pista, donde las familias asistían dentro de los automóviles. Ordenas concentraciones en Alemania se hicieron dejando rigurosos y disciplinados metros de distancia entre participantes, etc. Los restaurantes desesperados por el receso se han volcado al delivery, otros han implementado, sistemas de mesas distanciadas, mesas con barreras de plástico, y otros simplemente han quebrado.

Por supuesto, el llamado retorno, jamás será lo mismo y tenemos derecho a añorar y quejarnos todo lo que se quiera, pero se les pide aquí a las arquitectas, arquitectos y al mundo del diseño, ser lo más creativos, científicos y soñadores posible, con estas nuevas demandas, demandas que dan por tierra con muchos de los estándares, principios, teorías, dogmas y convenciones, que hasta ahora se consideraban inamovibles. Esto por supuesto, es un desafío y una oportunidad fantástica para innovar con sentido.

Curiosamente, el petróleo se acumuló y bajó de precio, porque se detuvieron los aviones, buena cantidad de barcos y cientos de millones de automóviles. En Chile bajó la disparada venta de automóviles del 2019. El petróleo en el mundo afronta en estos momentos un colapso nunca imaginado y esto impactará de un modo difícil de imaginar en el movimiento en las ciudades. Las renovables han tomado fuerza inusitada aprovechando de avanzar años en 6 meses.

La bicicleta ha recibido en todo el mundo un impulso que, nosotros los ciclistas (me incluyo), jamás imaginamos: Francia, España, Alemania, están subsidiando a sus ciudadanos para comprar bicicletas, están aumentando las ciclovías, en número, longitud y ganando en anchura. La bicicleta no sólo no contamina y mejora la salud y las defensas, si no que permite, por sus dimensiones, mantener la ”distancia social” recomendada y viajar “sin tocar el suelo con los pies”.

Una bicicleta eléctrica es también un futuro accesible, permite pedalear a toda edad con asistencia por una ciudad con pendientes, como Viña del Mar o Valparaíso. Obviamente si sus planificadores incorporan los adecuados espacios para ella.

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