China versus Estados Unidos: Encaminándonos hacia un nuevo orden mundial
Los cambios vertiginosos que estamos presenciando a nivel sistémico se agudizan con la disputa que están llevando a cabo Estados Unidos y China, la cual será determinante en la conformación de una nueva estructura de poder del sistema internacional, y por definición, en su consiguiente estructuración de un nuevo orden mundial.
A fines de julio Estados Unidos cerró el consulado chino en Houston, Texas, una medida que, según el vocero del Departamento de Estado, Morgan Ortagus, tenía la intención de “proteger la propiedad intelectual estadounidense y la información privada de los estadounidenses”. En respuesta, China, ordenó el cierre del consulado estadounidense en la ciudad de Chengdu, en el suroeste del país, argumentando que era necesario ante las acciones llevadas a cabo por Estados Unidos. Las medidas tomadas por estos países representan una escalada inesperada en el conflicto que inició en marzo de 2018 con la guerra comercial que ha mantenido en estos últimos dos años en constante tensión a ambas potencias. El ascenso de China en el sistema internacional representa una amenaza al poder norteamericano que ha mantenido su preponderancia desde el término de la Guerra Fría, y que hoy claramente ve vulnerable su posición frente a una China que está decidida a recuperar su lugar de centralidad en la sociedad internacional y en pos de este objetivo está desplegando toda su estrategia de poder tanto nacional, como regional y global. Estos hechos cambian el status quo de la política internacional mudando los equilibrios de poder que se habían mantenido por décadas inamovibles, conduciéndonos hacia un reordenamiento mundial en el que China apelará a su nueva posición como actor global retando a la estadounidense no sólo económicamente, sino que también tecnológicamente y hasta institucionalmente en el concierto mundial.
El ascenso por parte de China en el mundo se está produciendo en un contexto muy particular del sistema internacional que enfrenta cambios profundos en su estructura de poder, tanto por la irrupción misma de China en el escenario global como también por una serie de nuevos fenómenos que están afectando la política internacional, como es el caso de la crisis económica, el cambio climático, la cuarta revolución industrial, el surgimiento de las denominadas “nuevas amenazas” entre las que podemos destacar las pandemias- a propósito de la que el mundo está enfrentando por el COVID-19-, y el terrorismo, entre otras. A esto se suma que el orden económico internacional, estructurado a fines de la Segunda Guerra Mundial en torno al Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), principalmente – y que han sido expresión del poder norteamericano por décadas-, está hoy sumido en un evidente declive demandando profundas revisiones y transformaciones.
La controversial guerra comercial oculta más bien una verdadera competencia tecnológica por dominar las nuevas tecnologías del Internet tales como la tecnología de quinta generación (5G) que en combinación con el Big Data son elementales para el progreso de las sociedades futuras en el contexto de la Cuarta Revolución Industrial, por cuanto posibilitarán el desarrollo de la inteligencia artificial, la robótica, las ciudades inteligentes y el internet de las cosas. Sería entonces una suerte de guerra tecnológica, estratégica y geopolítica que intentan ganar Estados Unidos y China a fin de dominar las nuevas manifestaciones de poder que se observan en la era tecnológica y digital en la cual estamos inmersos.
En efecto, la guerra comercial, contendría a lo menos tres dimensiones: estratégica, tecnológica y geopolítica
- Estratégica, principalmente por dos razones. La primera, por cuanto lo que realmente está en juego es la preponderancia de la principal potencia del sistema internacional: Estados Unidos, que prácticamente no había tenido competencia equiparable desde el término de la Guerra Fría. Y, en segundo lugar porque también está en juego la supervivencia de un modelo de orden mundial estructurado en Occidente, versus el desarrollo de un modelo alternativo impulsado por China desde el ámbito regional hacia el ámbito internacional, materializado a través de un conjunto de organismos regionales e internacionales con el perfil chino, tales como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB), la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), el Área de Libre Comercio de Asia Pacífico (FTAAP), la iniciativa de la Franja y la Ruta (OBOR) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que predisponen las bases de un proyecto político y económico que, de ir escalando poco a poco en la dimensión global, constituirán un nuevo institucionalismo en el sistema internacional, pero esta vez, al estilo chino.
- Tecnológica, por cuanto la tecnología constituye en nuestra era la fuente principal de poder en torno al cual se reestructurará el sistema internacional, dando lugar a nuevas posiciones relativas de poder de cada uno de los Estados que conforman la sociedad internacional, pudiendo generar la caída o retroceso de éstos de sus posiciones de poder y provocando el ascenso de otras potencias en este nuevo escenario como ha sido el caso de China y su resurgimiento en el plano internacional tras estos últimos treinta años.
- Y geopolítica, por cuanto el despliegue de poder que deviene del desarrollo de la tecnología será utilizado con fines expansionistas sobre territorios y recursos estratégicos, que serán vitales para la supervivencia de la humanidad en un tiempo que se ve amenazado por la escasez de recursos como el agua y el alimento, la sobrepoblación, el calentamiento global y la cuarta revolución industrial que amenaza con cambiar todo el sistema económico internacional que se ha construido y que se ha mantenido vigente hasta nuestros días. Al respecto, China ya está trabajando arduamente en proyectos en la región del Ártico en donde dispone de una base, llevando a cabo campaña silenciosa pero insistente por un papel más importante en su gobernanza. El interés de China en esta región se debe a que es rica en recursos: petróleo, gas, pescado, minerales, entre otros. Según se estima, posee un tercio de las reservas mundiales de gas natural, así como de uranio y reservas significativas de tierras raras. Las tierras raras, en particular, son vitales para los planes de Beijing de convertirse en un líder mundial en tecnologías limpias, y China está agotando rápidamente sus vastos recursos. Asimismo sucede en la Antártica donde posee cuatro bases desde 1985 y se encuentra construyendo una quinta base.
Incluso, la disputa entre Estados Unidos y China se ha extendido hacia el plano espacial. China ha estado avanzando fuertemente en programas espaciales, tales como el lanzamiento, desde una plataforma en el Mar Amarillo, de un Cohete Larga Marcha 11 que llevaba a bordo siete satélites, dos experimentales y cinco comerciales, todos ellos puestos en órbita; la exploración del cráter Von Kármán21 (de 180 kilómetros de diámetro), con la sonda Chang’e-4; el módulo lunar Yutu 2 remitiendo información y fotografías desde el lado oscuro de la luna; el despliegue del sistema de posicionamiento satelital Beidou, el cual estará conformado por unos 35 satélites al 2020, y los preparativos para la puesta en órbita de su primer laboratorio espacial, con taikonautas a bordo a partir del 2022. Más recientemente, a modo de demostrar el inmenso poder científico y tecnológico que ha desarrollado, lanzó el pasado jueves 23 de julio su primera misión a Marte. Se trata de la misión Tianwen 1- “Preguntas al Cielo”- que incluye una nave que orbitará el planeta, así como un rover que explorará la superficie de éste. Por otro lado, su contraparte, en mayo pasado, a través de la empresa privada estadounidense SpaceX y la NASA realizaron con éxito el histórico lanzamiento de la cápsula Crew Dragon hacia la Estación Espacial Internacional (EEI). La cápsula Crew Dragon, sobre el cohete Falcon 9, despegó desde el mismo lugar utilizado para la misión a la Luna en 1969. Adicionalmente, Estados Unidos alista su programa Artemis, el cual apunta a desplegar en 2024 astronautas en la luna, con la construcción de una base permanente en aquel cuerpo celeste, que busca estar operativa en 2028. Asimismo, el país norteamericano, en conjunto con empresas privadas y bajo la dirección del Pentágono trabajarán para concretar programas que le permitan no sólo llegar a Marte, sino que tener también a disposición un mecanismo permanente de movimiento de carga y despliegue de satélites.
En suma, la tecnología se ha convertido en un elemento clave para la supervivencia de la vida humana. Por lo tanto, quien logre convertirse en la primera potencia tecnológica contará con ventajas únicas en un escenario mundial en que el poder global se está reestructurando en torno a ésta en la nueva era tecnológica y digital que nos envuelve. Los cambios vertiginosos que estamos presenciando a nivel sistémico se agudizan con la disputa que están llevando a cabo Estados Unidos y China, la cual será determinante en la conformación de una nueva estructura de poder del sistema internacional, y por definición, en su consiguiente estructuración de un nuevo orden mundial.
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