La crisis que ya está
La temperatura media del planeta pasó los 14,5°C en 2000 y en 2024 supera ya los 15°C. A esto se agrega la percepción de una sexta extinción masiva en curso por perdidas de animales y vegetales. El panorama mostrado no solo parece apocalíptico, ya lo es. Varios presidentes lo dijeron estas semanas en Naciones Unidas: más allá de las guerras, esta crisis no tiene ya solución, la enfrentamos todos juntos para paliar sus efectos o la humanidad está en muy serio peligro.
Entre los años 70s y 80s del siglo pasado, evidencias científicas indicaban que las emisiones incrementales de dióxido de carbono (CO2), por las quemas de combustibles que requerían la revolución Industrial y sus máquinas de vapor, primero quemando leña, luego carbón mineral, hasta hoy quemando petróleo, estaban acumulando más CO2 atmosférico que aquel que los sistemas de absorción terrícola (vegetales terrestres y oceánicos) podían mantener en equilibrio. Esto significaba que aumentaba el efecto invernadero normal, lo que mantenía a la superficie planeta hace miles de años en una media de 14 °C, y provocaría un aumento paulatino de la temperatura, amenazada con calentar el planeta, aumentando la evaporación, fundiendo hielos polares, glaciares, etc., provocando un cambio climático global que podría ser catastrófico durante el siglo XXI.
Éramos jóvenes entonces, trabajábamos científicamente en las futuras energías alternativas como una posibilidad de bajar la emisión de carbono y, sobre todo, con soluciones pequeñas y descentralizadas para ayudar a las comunidades más pobres de Chile, Latinoamérica y el Mundo (soñadores éramos) a enfrentar la pobreza de no acceder a las energías “convencionales” centralizadas y pagadas, que se vendían en un mercado inalcanzable. En publicaciones, en congresos, seminarios y simposios, éramos tratados como personajes raros, hasta desubicados. Las comunicaciones globales, dominadas por el poder del petróleo, iniciaron una campaña mundial para levantar la negación total a la idea del calentamiento global y eminentes científicos pusieron su nombre para certificar esta negación.
Estaba en 1998-1999 como ingeniero trabajando para arquitectura USM en la zona polar de la antártica, cuando testigos de hielo (cilindros) extraídos hasta más de 1000 metros de profundidad con 4 mil años de historia atmosférica en sus burbujas, demostraron que el aire se había mantenido constante en sus gases hasta inicios de la revolución industrial. La evidencia anotaba que, desde entonces, las emisiones de CO2 antropogénico habían subido año a año exponencialmente, cosa que ocurría de modo paralelo al crecimiento de la población planetaria, de mil millones de individuos en 1860 a los 8 mil millones en 2024. Ambas constataciones nos dieron la razón, pero recién, en el segundo decenio del siglo XXI. Ya quedan pocos países que niegan el hecho del calentamiento global, cuyo principal impacto ha sido un vertiginoso y desastroso cambio del clima.
Estos años en todo el planeta se mide el derretimiento de los hielos en el Ártico en Groenlandia y en la Antártica, retroceden los glaciares de los Andes, los Alpes, el Himalaya y se funde el permafrost siberiano, aumentan las evaporaciones de los océanos, provocando en algunas regiones lluvias intensas en muy poco tiempo, en otras largas sequias. Los océanos en subida ya invaden muchas ciudades costeras y hunden islas. Los huracanes, ciclones, tornados, trombas, marejadas y tormentas han aumentado su ritmo de ocurrencia e intensidad, provocando desastres en todos los continentes, con cuantiosas pérdidas humanas y de infraestructuras. La temperatura media del planeta pasó los 14,5°C en 2000 y en 2024 supera ya los 15°C. A esto se agrega la percepción de una sexta extinción masiva en curso por perdidas de animales y vegetales. El panorama mostrado no solo parece apocalíptico, ya lo es, como se desprende del reciente Informe sobre la Brecha de Emisiones 2024 del PNUMA. La crisis la tienen, cual más cual menos, todos los países del planeta.
Si este 2024 sumamos los grandes incendios en el Amazonas, paraguayo, boliviano, brasileño, peruano, ecuatoriano y colombiano, a los ya ocurridos en Chile y Argentina -solo por referirnos a nuestro vecindario-, resulta que ya hemos traspasado el límite del no retorno en las emisiones de dióxido de carbono y la extensión de especies animales y vegetales, con un impacto económico, ambiental, humano y social que ya no será recuperable. De más está decir que el exceso de carbono atmosférico que hoy provoca la crisis climática lo emitimos en decenios anteriores y que, lo que emitimos hoy, impactará a nuestros hijos, nietos y bisnietos. Por eso es interesante destacar que la humanidad pasó el punto de no retorno. Que la crisis ya está y habrá que luchar con ella.
En Arquitectura, sobre todo en el diseño de las ciudades, el asunto se puede ver así: nuestras escuelas locales (Valparaíso), fundadas antes del 2000, tenían que enfrentarse al diseño de viviendas, hospitales, escuelas, crecimiento urbano, para un mundo de 6 mil millones de seres humanos y sin calentamiento global tangible, con maestros educados a la mitad de siglo XX, con 4 mil millones de demandantes. Basadas en ejemplos de pre y post II guerra mundial, no pudieron jamás imaginar lo que vendría hoy. Consideremos además mil millones de seres humanos más naciendo en menos de 10 años, con la rapidez con que avanza y cambia la tecnología, las comunicaciones y el procesamiento de datos. Con la IA también predicha en los 70 en pleno auge y desarrollo. Precisamente una IA bien aplicada que ayudaría a enfrentar lo que la crisis global ya ha desatado.
Ya no es un asunto de cada país, es una cuestión global. El mapa lo dibujamos nosotros, pero el calentamiento y sus consecuencias no reconoce fronteras políticas. Varios presidentes lo dijeron estas semanas en Naciones Unidas: más allá de las guerras, esta crisis no tiene ya solución, la enfrentamos todos juntos para paliar sus efectos o la humanidad está en muy serio peligro.
Pedro Serrano R.
Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso. Director Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM. Presidente de Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable.
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