La ciudad sin cables
El acceso a la energía eléctrica debe reconocerse como un derecho social indispensable para la población. No se especifica en Chile, si dicho acceso tiene legalmente una discriminación en la calidad de servicio según estrato socioeconómico. Si la constitución chilena establece el derecho a vivir en un ambiente sin contaminación ¿serán los cables y los postes contaminación visual? Son muchas las preguntas a resolver con el Estado de Chile, que como mandante, debe normar en sus tratos con la empresas eléctricas privadas. Lo que realmente importa es avanzar en la calidad de vida de los chilenos.
Aprovechando un día luminoso subimos con un kinesiólogo -por terapia-, al campo dunar de Concón. Recuperando el caminar perdido, llegamos a un punto alto y tuve consciencia de un mirar que está negado a la mayoría de los ciudadanos: pude mirar al este La Campana, El Roble, El Mauco, la cordillera lejana, hacia el sur los cerros más allá de Valparaíso, hacia el norte la Silla del Gobernador y hacia el oeste la enorme extensión brillante del Pacífico.
Lo impactante del momento y el lugar era darse cuenta, tener consciencia presente de que no había un solo cable ni postación interrumpiendo el mirar.
Algo tan simple en la naturaleza en las alturas y tan imposible para el habitante urbano que nace, crece y se desarrolla rodeado de cables, cables que en la actualidad han llegado a visos casi surrealistas de postaciones con cientos de hilos plastificados, que cubren toda visión del paisaje. En este punto el cerebro humano nos juega una pasada interesante, que nos evita el estrés de vivir mirando un ambiente y paisaje saturado de cables. Es interesante constatar que de tanto mirarlos, no los vemos. La imagen es filtrada en nuestro cerebro como información no importante.
Pero están allí, en muchas partes de Chile volvimos a darnos cuenta de ellos, luego que un temporal de vientos derrumbara miles de árboles sobre el tendido de cables, de teléfono, de tv cable, fibra óptica, de electricidad de media y baja tensión.
Miles de familias quedaron sin servicio eléctrico, se perdieron millones de dólares en comida en los refrigeradores de miles de familias y en las conserveras de cientos de negocios, se detuvieron actividades productivas, sin calefacción eléctrica en pleno frío del invierno, hubo dramas con personas electrodependientes, se pararon semáforos y se suspendieron clases. Sobre todo, oh milagro, volvimos a ver los millares de cables y postes que ensucian la ciudad.
En medio de una crisis por el alza de las tarifas eléctricas, vimos, nos dimos cuenta de que todos esos cables, postes, energía y desastres, eran propiedad privada transnacional y vimos, con toda claridad, que el mal servicio tenía, dos semanas después, a 20.000 familias sin energía. Fuimos testigos de que el Estado de Chile no tenía control alguno sobre la situación de esa energía creada con recursos de la patria, administrada por terceros que, aun semanas después, no responden adecuadamente a un servicio vital pagado por todos. Obviamente hay daño económico, no prestación de servicio y daño moral. Los costos de las multas para las empresas deben ir más allá que la simple energía no suministrada
Mas allá de este contexto nacional, pude mirar desde las dunas al país con ínfulas ABC1 que se extiende en la extensión sur y la extensión norte del santuario nacional, perdido por la expansión de las inmobiliarias, incluidos los socavones, el fallido hotel de Punta Piqueros, y al lado norte los edificios sobre las antiguas dunas de Los Lilenes.
Sorpresa: en los dos kilómetros de grandes edificios interrumpidos sólo por las dunas públicas que quedan, no había un solo cable ni postación interrumpiendo el mirar.
Luego de regreso, cuando comienza el Concón urbano, a una mirada preparada, aparecen los postes y los miles de cables que inundan la ciudad de clase media más pobre.
Hay entonces una segregación y digámoslo así, inequidad, en el tratamiento del paisaje público por parte de las compañías eléctricas. El tratamiento de un servicio, supuestamente público, está asociado al estrato socioeconómico y en términos generales, el soterramiento de cables y desaparición de los postes es totalmente posible para todo asentamiento urbanizado de Chile.
Se viene un clima más cambiado con tormentas y vientos cada vez más fuertes. El decir que tal viento, lluvia o inundación, eran inesperadas o nos tomaron por sorpresa, ya no es posible: las condiciones serán peores. Solo queda asegurar que para mejorar las condiciones del servicio eléctrico y otras que hoy usan la postación, habrá que invertir en soterrar los cables y hacer desaparecer los postes.
El acceso a la energía eléctrica debe reconocerse como un derecho social indispensable para la población.
No se especifica en Chile, si dicho acceso tiene legalmente una discriminación en la calidad de servicio según estrato socioeconómico.
Si la constitución chilena establece el derecho a vivir en un ambiente sin contaminación ¿serán los cables y los postes contaminación visual?
Son muchas las preguntas a resolver con el Estado de Chile, que como mandante, debe normar en sus tratos con la empresas eléctricas privadas. Lo que realmente importa es avanzar en la calidad de vida de los chilenos.
Cumplir el justo sueño de una ciudad sin cables.
Pedro Serrano R.
Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso. Director Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM. Presidente de Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable.
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