Reconstrucciones a la porteña. Velocidad del habitante versus lentitud institucional

“La ciudadanía, los habitantes, reconstruirán siempre antes que los programas estatales, por lo que habría que enfocar los esfuerzos técnicos, materiales, de planificación y de operación en el habitante organizado. ¿Cuánto tiempo toma construir 9.000 viviendas sólidas y seguras, que ojalá no sean bloques de departamentos pequeños imposible de ampliar, que es precisamente lo que el Estado pretendería por eficiencia, pero la gente estadísticamente no quiere? De seguro que, cuando se sepa claramente esto en sus futuras programaciones, ya estará todo reconstruido a su manera por el habitante”.

Valparaíso ha demostrado históricamente ser una ciudad de desastres. Por su territorio habitado han pasado tsunamis, terremotos, aluviones, derrumbes, inundaciones, marejadas, remociones de masa, grandes incendios. Evidentemente en esto hay mala memoria y se repiten los errores del pasado. Por lo tanto, podríamos deducir que el habitante antiguo tiene culturalmente asentado que deberá reconstruir tozudamente las veces que sea necesario sus viviendas, sus juntas de vecinos, sus templos, sus colegios, etc.

Lo curioso y particular en estos casos es que, normalmente luego de un desastre, muchas familias que se quedan sin techo, no esperan, no pueden esperar las reacciones del Estado, puesto que estas burocráticamente suelen tardarse más de la cuenta.

Nunca hay disponibles suficientes estructuras o viviendas de emergencia o de tránsito, albergues preparados, por lo tanto, las familias siguen con ayuda ciudadana cercana, el procedimiento nunca escrito para enfrentar este tipo de desastre. Vale decir, primero que nada, enfrentar el desastre mismo cuando ocurre. Los terremotos suelen ser rápidos y con secuelas, por ejemplo, una semana; los incendios pueden ocurrir entre 1 y 3 días; los aluviones son 30 segundos y así; es de suma importancia que hoy el habitante sepa o tenga al menos una capacitación y acuerdos respecto a resguardos previos, preparaciones, para protegerse, o para evacuar, o para colaborar con sus vecinos. Luego de esto y hablo aquí desde mi experiencia, viene la difícil tarea de rescatar cadáveres, ayudar a las víctimas, salvar mascotas, rescatar enseres posibles, y, rápidamente, determinar un modo de albergue, un modo de alimentar la familia, conseguir agua, sanitario y en casos que la mala suerte agregue mal tiempo a la situación, el cobijo inmediato, que debiese soportar viento, lluvias, frío, e inseguridad.

Durante el último gran incendio de Valparaíso, en el que se quemaron 3000 hogares, esta faena difícil de remoción de escombros, de ayuda a las víctimas y búsqueda de refugio rápido, demoró un par de semanas con la ayuda de equipos de socorro, y de miles de estudiantes comprometidos.

Se levantaron ollas comunes, comedores solidarios, recolección de alimentos y organizaciones ciudadanas que velaban por alimentar a los miles de habitantes siniestrados, a los estudiantes y a los cuerpos de socorro. Todo esto nuevamente, sin la intervención oportuna a nivel aceptable de las entidades responsables correspondientes.

Mientras esto ocurría, en las atochadas oficinas de las instituciones públicas y el Estado se discurría como hacer frente al desastre, echando mano a leyes, catastros, normas y disponibilidades. De nuevo en ausencia de protocolos. Por supuesto, este proceso suele superar en el tiempo la urgencia de las realidades, tornándolo entre torpe, ineficiente y hasta ridículo. El habitante en su desesperación es desde ya mucho más rápido.

En Valparaíso, 3 meses después de la tragedia, estaba casi todo reconstruido, con algunos subsidios, las ideas, manos y recursos de la gente, por supuesto con total ausencia de planificación, en condiciones muy precarias y con estructuras riesgosas e imposibles, en lugares peligrosos y muy poco acompañamiento profesional. Un poco la manera como siempre se ha expandido Valparaíso por los cerros.

Por supuesto, esto deja a la ciudad alta como un conglomerado abigarrado y de mal planificadas escaleras, pasajes donde no caben vehículos de emergencia, callejones sin salida, casas de madera contiguas, nada con cortafuegos, ocupación de quebradas inundables, sin prevenir situaciones de riesgo, en la urgencia por conquistar el terreno y construir un cobijo para familias normalmente extendidas.

El último incendio de Viña del Mar fue un 4 de febrero de 2024 y se quemaron 9800 casas. Hasta fines de mayo se han entregado unas pocas casas de emergencia, pequeñas, muchas de ellas sin sanitario, lo que las hace inhabitables. Mientras miles de casas nuevas precarias de madera, barras de acero livianas, sin aislante, techos livianos, vuelven a aparecer en los mismos terrenos recientemente quemados, han conseguido llegar con agua, energía eléctrica, pequeños servicios, almacenes, recuperando la vida cotidiana por mano propia.

La seguridad, siempre habrá saqueadores oportunistas, el acceso a la energía, para iluminar calentar o ventilar, el acceso al agua potable y sobre todo a sistemas sanitarios adecuados, son vitales para evitar epidemias, problemas de salud, problemas de suministro y todos aquellos recursos que son fundamentales cuando se habla de urbanización. Sin embargo, hay que reconocer que un gran porcentaje de las viviendas quemadas eran y son viviendas de asentamientos precarios irregulares, donde propiedad y urbanización son cuestiones en duda permanente.

Y ya viene el siguiente desastre, siendo imposible determinar su tipo, cuándo ocurrirá y a cuántos afectará. Nuevamente se destaca aquí que debiese haber protocolos estrictos, claros y disponibles, tanto para las autoridades, equipos de emergencia, como para la población. Mientras estos procedimientos no estén claros, será evidente señal que hemos aprendido poco.

La ciudadanía, los habitantes, reconstruirán siempre antes que los programas estatales, por lo que habría que enfocar los esfuerzos técnicos, materiales, de planificación y de operación en el habitante organizado. ¿Cuánto tiempo toma construir 9.000 viviendas sólidas y seguras, que ojalá no sean bloques de departamentos pequeños imposible de ampliar, que es precisamente lo que el Estado pretendería por eficiencia, pero la gente estadísticamente no quiere?, De seguro que, cuando se sepa claramente esto en sus futuras programaciones, ya estará todo reconstruido a su manera por el habitante.

Pedro Serrano R.
Director Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM. Presidente de Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

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