Huachipato, los últimos vestigios de la clase obrera
Con los obreros del acero de Huachipato desaparecen 74 años de patrimonio económico y cultural, pero también nuestras oportunidades de saber competir en un mundo global con capacidades instaladas, que se construyen como parte de una herencia industrial, lo que se desvanecerá inexorablemente al apagar el horno de la usina.
En 1946, bajo la presidencia de Juan Antonio Ríos se impulsó la creación de la Compañía de Acero del Pacífico (CAP), como parte del ímpetu industrializador que Chile inició en 1939 con el objetivo de desarrollar una producción de bienes y servicios que sustituyese la importación de manufacturas desde el exterior. Este proceso fue conocido como modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con una dirección fundamental del Estado para orientar la inversión, capacidades instaladas y productividad. La Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) inició la construcción de la siderúrgica Huachipato en 1947, siendo inaugurada el 25 de noviembre de 1950 con la asistencia del presidente Gabriel González Videla, donde el Estado fue dueño del 47% de la empresa, a través de CORFO (33%) y la Caja Autónoma de Amortización de la Deuda Pública (14 %) y el restante 53% quedó en manos de accionistas privados.
El gran Concepción forjó así un polo industrial, portuario y minero, donde el golfo de Arauco, la bahía de Tomé y el puerto de Talcahuano dieron vida a una identidad obrera, que tuvo sus momentos singulares de huelgas, politización y relaciones socioculturales, pero también se sumaron con sus experiencias al ascenso de la clase obrera global, en tanto asalariados que se fueron integrando al consumo, la cultura de masas y los derechos ciudadanos. Sin los obreros del carbón, de textiles de Bellavista Oveja, de Loza Penco y del acero, es difícil comprender la configuración de los barrios, los clubes sociales, el deporte, las veladas culturales, las colonias de verano, los comedores populares, la expansión de la educación, las políticas municipales o las campañas sanitarias del Estado o los policlínicos de las empresas.
Esta semana, como una estampa del pasado, hemos vuelto a ver alrededor de las instalaciones de la siderúrgica obreros con sus uniformes y banderas, a leer lienzos con la consigna “orgullo obrero” y a escuchar discursos de dirigentes del sindicato nº1 y nº2 refiriéndose al “pliego de peticiones” o que debe buscarse una “conciliación y arbitraje” por parte del Estado, la empresa y los obreros. Una mirada reducida situaría este conflicto entre privados, ya que la actual Compañía Siderúrgica Huachipato S. A. fue creada en 1982 en el contexto privatizador de la dictadura civil-militar, y en el contexto de la competencia del acero proveniente de China. Sin embargo, una mirada de larga duración nos debe interpelar a observar cómo se van diluyendo nuestras herencias, identidades y patrimonios, tangibles e intangibles.
Los obreros de la siderúrgica Huachipato son parte de los vestigios de una cultura obrera que comenzó a desarticularse desde mediados de la década de 1970, cuando la dictadura optó por un modelo desindustrializador y los gobiernos democráticos, entre 1990-2010, vieron en la globalización de los mercados, el comercio de exportación y la financiarización (o bancarización) la fórmula que nos llevaría al crecimiento para superar las herencias de la dictadura: pobreza, desigualdad y baja escalabilidad de nuestra exigua canasta exportadora.
El resultado hoy -2010-2024-, es una baja productividad, un mercado del trabajo precario en habilidades tecnológicas y sobrecargado de actividades rutinarias, escasos controladores con baja competencia y un Estado neoextractivista, que en el discurso mantiene una agenda de sustentabilidad, pero en la práctica hace poco en estrategia y planificación para avanzar en industrias de base tecnológica, que implica repensar capacitaciones laborales y educación escolar, técnica y superior.
La polémica generada por la Ministra del Trabajo, Jeannette Jara, al demandar de los empresarios mejores salarios, ocultó el debate de fondo sobre los desafíos en la formalización del mercado laboral, la capacitación de los trabajadores para mejorar la productividad y debatir, al fin de cuenta, qué papel juega hoy el trabajo en la configuración de las identidades de las personas y en su inserción social.
Con los obreros del acero de Huachipato desaparecen 74 años de patrimonio económico y cultural, pero también nuestras oportunidades de saber competir en un mundo global con capacidades instaladas, que se construyen como parte de una herencia industrial, lo que se desvanecerá inexorablemente al apagar el horno de la usina.
Patricio Herrera G.
Académico de la Universidad de Valparaíso
Juan Carlos Yáñez A.
Académico de la Universidad de Valparaíso
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