Eduardo Vío Grossi (1944-2022)

Eduardo Vío Grossi
1944-2022

El Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso lamenta la partida de nuestro socio fundador Eduardo Vío G. (QUEPD). Eduardo contribuyó de manera sobresaliente a la creación del Foro y su posterior desarrollo.

A continuación reproducimos el discurso de despedida a Eduardo Vío G. que pronunciara nuestro amigo y colaborador Sergio Allard N., cuyas palabras hacemos propias.

“Queridos Juanita, hijos, nietos y familia Vio,

Quisiera aprovechar esta oportunidad para hablar sobre Eduardo en una etapa esencial de nuestras vidas: la reforma universitaria en la Universidad Católica de Valparaíso de 1967. Eduardo era presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Derecho y yo director de la Federación de Estudiantes y consejero superior de la universidad en representación de los estudiantes.

Los presidentes de la Federación de Estudiantes de la universidad de tiempos de la reforma me pidieron que hablara en representación de ellos también, lo que cumplo con agrado. Sin embargo, estoy seguro de que si todos los estudiantes de la universidad de aquellos años pudieran hacerlo, también me pedirían que hablara en su nombre.

Eduardo y yo estudiamos en los Padres Franceses de Viña del Mar, ciudad de 35.000 habitantes en aquel entonces en la que todos nos conocíamos. Sin embargo, fueron los años de la segunda mitad de los 60, en la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso, organización que ambos presidimos en 1966 y 1968 respectivamente, los que nos pusieron en un rumbo común que duró por décadas.

Sin duda, el mundo vivía tiempos de cambios.

Los años 60 realmente comenzaron el 1 de enero de 1959, con la llegada al poder de Fidel Castro y el inicio de la revolución cubana, con un gran progreso social en sus etapas iniciales. Consciente del efecto demostración que esa revolución podía tener en el resto del continente, John Kennedy, recién asumido como presidente, lanzó su programa de la Alianza para el Progreso con el objeto de mejorar la vida de todos los habitantes del continente, ratificado en agosto de 1961 en Punta del Este. En el ámbito de la Iglesia, el gran acontecimiento fue el Concilio Vaticano Segundo, entre 1962 y 1965, convocado por Juan XXIII, que buscó un  “aggiornamento”, una puesta al día de la Iglesia, proporcionando una apertura dialogante con el mundo moderno; En 1964, los Estados Unidos intervino en Viet Nam, iniciándose una guerra que enfrentó en un nuevo escenario a Estados Unidos y la Unión Soviética; En 1968, los movimientos estudiantiles remecieron las bases institucionales de Francia y en 1969, por primera vez el hombre llegó a la luna a bordo de la misión espacial Apolo XI.

Y en Chile, la campaña presidencial de 1964 fue una marea de juventud incontenible y enfervorizada que penetró en los cauces políticos derribando todo lo que encontró a su paso. La candidatura de Eduardo Frei Montalva y su programa de revolución en libertad fue un tsunami juvenil que se anunciaba desde hacía tiempo.

Verdaderamente, eran tiempos de cambios profundos.

Quienes por aquellos años dirigimos la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso queríamos cambiar el mundo. Ni más ni menos. Queríamos cambiar el mundo y la historia. Eran tiempos de cambio y la juventud tenía conciencia de que esta vez, sí que sí, los cambios se podían materializar. Quizás por primera vez, eran posibles.

Queríamos cambiar nuestro país y erradicar el hambre y la miseria. Por eso, apoyamos y nos comprometimos sin reservas con la reforma agraria, la nacionalización del cobre, la promoción popular y la reforma universitaria, mientras construíamos escuelas en sitios apartados en el verano.

Ortega solía decir en sus discursos que la vida nos la disparan a quemarropa.

En junio de 1967 brotó un chispazo que dio vida a un movimiento que se venía incubando internamente por muchos años e incendió a la Universidad Católica de Valparaíso, tocando las esencias mismas de la universidad: ser, misión, ciencia, filosofía, profesión, relaciones con la sociedad, soberanía y organización, y dio origen a uno de los mayores movimientos universitarios que hayan agitado a Chile.

El conflicto duró un mes y medio, una comisión de reforma trabajó asiduamente durante el segundo semestre de 1967 y en diciembre, el primer Claustro Pleno celebrado en la universidad elegido democráticamente, aprobó por 183 votos contra 171, el proyecto de Constitución Básica presentada por la Federación de Estudiantes y cien profesores.

Quienes luchamos por la reforma constituimos una coalición amplia, en la que participaron cien profesores que dieron profundidad e hicieron un aporte insustituible al movimiento y estudiantes de todas las tendencias del espectro cultural, académico y político.

Dadas las medidas extremas que adoptó la máxima autoridad de la universidad, la Federación de Estudiantes vertebró y le proporcionó solidez al movimiento, obtuvo apoyos y solidaridad fuera de la universidad y luchó denodadamente por la construcción de la nueva universidad.

Una coalición amplia, politonal, con lecturas y lenguajes distintos constituyó la mejor garantía de que el movimiento se mantendría canalizado con criterios y patrones universitarios. No teníamos otra opción que conversar, conocernos y llegar a acuerdos. Literalmente, hablamos horas de horas para entendernos. Y quienes hablan, se escuchan, se conocen y se esfuerzan por entenderse son agentes de paz.

Por las posiciones extremas y destituciones adoptadas por la máxima autoridad, la Federación de Estudiantes ocupó la casa central de la universidad, la que estuvo en nuestro poder por un mes y medio hasta el término del conflicto, el 8 de agosto de 1967.

Lo que vivimos durante el conflicto y en los meses posteriores fue una gesta que nos marcó para toda la vida y nos hizo amigos para siempre.

La universidad que juntos queríamos construir.

Sostuvimos que todas las autoridades debían ser elegidas por profesores, estudiantes y administrativos, acercándonos así al manifiesto liminar de Córdoba, de 1918.

Queríamos una universidad democrática en su acceso para que pudiesen ingresar a ella no sólo aquellos que tuvieran recursos económicos, sino los más capaces. Justamente la acusábamos de clasista pues ni siquiera un tres por ciento de los estudiantes era de origen obrero y campesino.

Decíamos que la universidad debía formar una persona integral ⸻yendo más allá del hombre culto “para situarlo a la altura de los tiempos” de Ortega⸻, con gran sensibilidad social y humana, al mismo tiempo que profesionales, investigadores y técnicos de calidad.

Abjurábamos de la estructura napoleónica de escuelas profesionalizantes ⸻escuelas túneles⸻, que impedía que ampliásemos nuestra visión mediante el estudio de asignaturas complementarias y diversas a las propias de las carreras.

Buscamos que la universidad hiciera ciencia pura y aplicada, arte y que especulara teóricamente, y que le diera un hogar a esas funciones para no continuar siendo mera estación repetidora de los centros del primer mundo. Una universidad que no hace ciencia es una universidad hemipléjica. La inactividad de un hemisferio paralizará órganos vitales de su cuerpo y la privará de la excelencia, y la búsqueda de la excelencia es un valor permanente e irrenunciable de la universidad.

Queríamos una universidad pluralista, principio reafirmado ese mismo año por los obispos reunidos en Buga, pues pensábamos que todas las tendencias e ideas podían expresarse con libertad y respeto recíproco y participar en la elaboración científica y en la docencia.

La queríamos comunitaria, pues trabajar en comunidades cada vez con mayor interacción de sus miembros potencia el trabajo en equipo y la circulación de las producciones, lo que resulta fundamental para la proliferación de la creatividad.

Queríamos una universidad vitalmente comprometida con la sociedad. No podíamos aceptar la pobreza y la miseria en que vivían millones de chilenos ni problemas e insuficiencias endémicas que se arrastraban por décadas afectando a la sociedad chilena. No aceptábamos el fatalismo imperante en las clases medias y altas de que siempre habría pobres y miseria. Fatalismo que conduce a la pasividad, a la inacción.

La universidad disponía de los instrumentos para hacer diagnósticos interdisciplinarios y proponer soluciones a problemas cruciales de la sociedad por lo que no podía permanecer pasiva ante su entorno.

Tan pronto iniciamos el movimiento, la dirección de la universidad nos cortó el suministro eléctrico por lo que los estudiantes del instituto técnico con un motor proporcionaban una luz mortecina por las tardes y noches hasta el toque de queda.

Enfrentamos momentos muy difíciles. El Consejo Superior, con declaración publicada en toda la prensa, convocó a clases para el lunes 17 de julio, amenazando con la cancelación de matrícula a los estudiantes y de rescisión de los contratos a los profesores que no concurrieran.

El rechazo que recibió por parte de las autoridades nacionales y de la ciudadanía fue tan contundente que tuvieron que desconvocar la llamada a clases el día antes.

A instancias de un decano, las autoridades provinciales usaron fuerza pública desmedida en nuestra marcha del día 1 de agosto de 1967 frente al Obispado. ¿El resultado? El previsible. 13 estudiantes heridos, uno de ellos de gravedad, el presidente del Centro de Alumnos de Agronomía, y 12 carabineros heridos.

El Pleno de la Cámara de Diputados, de inmediato, condenó la agresión.

Nicolás Guillén nos honró y deleitó con un recital, y el Teatro Ictus, con Carla Cristi, Nissim Sharim y Jaime Celedón, representó Libertad Libertad, repletando el salón de honor de la universidad, en apoyo del movimiento.

El movimiento de reforma universitaria que se inició en la Universidad Católica de Valparaíso en junio de 1967 luego se expandió a todas las universidades del país.

Por razones fácilmente explicables, ese inicio del movimiento de reforma ha sido olvidado reiteradamente, en gran medida por haberse originado fuera de Santiago, y se sabe, lo que no ocurre en Santiago o no tiene efectos directos en Santiago jamás existió.

Fue en los momentos más complejos y difíciles cuando surgió un dirigente de la talla de Eduardo: hombre amplio, acogedor, generoso, sociable, de gran calidad humana, gran oyente de sus amigos y adversarios y respetado por unos y otros, buscador de consensos sin renunciar a sus convicciones y valores, con una gran vocación social, cristiano, firme en sus principios, claro en sus posiciones, certero en sus juicios, profundo en sus reflexiones, hombre de familia grande, lo que imprime carácter, y buen amigo de sus amigos.

En el congreso de estudiantes de la universidad en 1966, ante múltiples citas de autores por los arquitectos y por nosotros, Eduardo reaccionó con respeto y firmeza: “Yo no conozco a Rodin, pero conozco a Cristo y trato de seguirlo”, con lo que la discusión quedó zanjada.

El año del conflicto, 1967, Eduardo presidió con talento, convicción, democracia y destreza el Centro de Alumnos de Derecho, normalmente refractario a adherir a movimientos como el que vivíamos, convirtiéndose en un líder natural de los centros de alumnos de escuelas y facultades de la universidad.

Fue miembros de la comisión negociadora que llegó a acuerdo con el Gran Canciller de la universidad y que puso término al conflicto el 8 de agosto de 1967.

Y como presidente de la Federación de Estudiantes, en 1968, convocado al Vaticano por los cardenales de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, propuso soluciones para encausar la reforma que fueron acogidas por sus interlocutores y que tuvieron efectos positivos para la universidad por largos años.

Posteriormente, ya como profesor y no como dirigente estudiantil, participó activamente en la implementación de la reforma en la universidad.

Quienes dirigimos el movimiento de reforma nunca dejamos de estar en contacto y vernos en nuestro distanciamiento forzoso o voluntario de Chile. Yo llegué una vez a ver a Eduardo y familia a Lovaina y dos o tres veces a Caracas. Y la familia en pleno llegó a verme a mi oficina en el Chrysler Building en Nueva York y a cenar en casa en Greenwich, Connecticut.

¡Qué gran amigo de sus amigos!

¡Qué coherencia y firmeza en la lucha por sus ideas!

¡Qué amplitud y comprensión con sus adversarios!

¡Qué juez de principios en sus sentencias!

Brillante y preciso con la palabra.

Luchador incansable por la vida.

Su existencia fue un himno a la vida.

Amigo del alma, descansa en paz.”

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Comments

  1. FERNANDO ANTONIO VIÑUELA DE LA VEGA : Diciembre 9, 2022 at 10:36 am

    Se ha ido un hombre BUENO.- Un luchador por los Derechos de la humanidad. Fue nuestro compañero de Estudios, amigo de sus amigos y de la Comunidad.
    Sergio Allard N., lo ha expresado magistralmente en su discurso de Despedida, haciendo un breve análisis de las circunstancias en que Eduardo Vío desarrolló sus actividades académicas y de Líder……. Y los HGombre4s BUENOS se van en silencio a conversar con Dios sobre el apostolado ya cumplido …….

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