La guerra de Putin: cuando vencer resulta en una derrota del vencedor y de todos nosotros
En las próximas semanas debiésemos comenzar a sentir los efectos económicos de la guerra y de las sanciones que los países europeos, Canadá y Estados Unidos han impuesto a Rusia. Por de pronto, debiésemos prever un alza en el precio del petróleo, y también del trigo – Ucrania y Rusia producen el 25% del total mundial-. Además, el COVID-19 no ha sido superado y se cierne sobre el mundo la amenaza nuclear. Se trataría, al parecer, de una versión moderna de aquella letanía que se repetía durante las calamidades que asolaron a la Europa medieval, “a fame, peste et bello libera nos Domine” (“del hambre, peste y guerra, libéranos Señor”).
En 2013 fue publicado el libro ¿Tiene Futuro el Capitalismo? En él, Immanuel Wallerstein, Randall Collins, Michael Mann, Georgi Derluguian y Craig Calhoun discutieron los posibles futuros del mundo y las perspectivas del capitalismo.
Para Immanuel Wallerstein, Randall Collins y Georgi Derluguian, el capitalismo como lo hemos conocido no sobrevivirá debido a sus contradicciones internas, pero Michael Mann y Craig Calhoun piensan que aún poseería recursos para innovarse y seguir subsistiendo, si no acontece antes una crisis medioambiental. El cambio climático sería la consecuencia de un modo de producción basado en el excesivo uso de recursos naturales con la consiguiente contaminación y emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Otros peligros que consideraron eran las hambrunas, las pandemias y la amenaza nuclear. Con respecto a la primera, la FAO ha estimado que el precio de los alimentos se incrementó en un 28,1% en 2021, causado por el elevado costo de los insumos, la pandemia y la creciente incertidumbre climática. Con relación a la segunda, el COVID-19 a lo largo de dos años ha causado la muerte de casi seis millones de personas, varios millones más de secuelados, y enormes impactos económicos que se han reflejado en un aumento del déficit fiscal y de la inflación a nivel global.
En cuanto a la amenaza nuclear, creían poco probable que ocurriese un enfrentamiento entre Estados. Para ellos el riesgo principal residía en que grupos terroristas se apoderaran de armas nucleares, químicas y biológicas.
Una década después de la publicación de ¿Tiene Futuro el Capitalismo?, la amenaza nuclear se ha hecho patente con la guerra entre Rusia y Ucrania. Vladimir Putin ya amenazó con el empleo de armas nucleares en caso de que las potencias occidentales intervengan directamente en el conflicto.
Rusia cuenta con el mayor arsenal nuclear del mundo, con más de 6 mil ojivas nucleares, herencia de la época soviética. Su ejército es uno de los más poderosos a nivel global, pero aún así no ha tenido hasta ahora la capacidad de doblegar rápidamente a su adversario. Las fuerzas ucranianas aún están resistiendo y se prevé un duro enfrentamiento en terreno urbano, la pesadilla de los ejércitos modernos. Rusia conoce el costo de este tipo de combate: durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania Nazi esperaba conquistar rápidamente la ciudad de Stalingrado, pero la determinada resistencia del Ejército Rojo obligó a las fuerzas alemanas a luchar casa por casa, habitación por habitación, sufriendo espantosas pérdidas durante el proceso.
En términos económicos, sin contar la producción militar, Rusia no cuenta con industria tecnológica de punta, debiendo recurrir a la importación. Los productos de exportación clave del país son los recursos naturales, principalmente hidrocarburos -petróleo y gas-. La capacidad de poder cerrar la llave y detener el flujo de combustible a Europa parecía ser una herramienta al servicio de la política exterior rusa. Pero, con la invasión de Ucrania, los países de la Unión Europea y la OTAN decidieron imponer duras sanciones económicas. Al decidir también asumir en conjunto los costos económicos de estas medidas, perdió relevancia la amenaza rusa de cortar el suministro de combustibles a Europa.
Ahora, debemos recordar que para ellos no fue fácil tomar esta decisión. Los primeros días de la invasión parecía ser que habían quedado estupefactos frente a Putin. Pero conforme avanzó el tiempo, dichos países han sido capaces de actuar de manera concertada. Años atrás esto habría sido impensable: Donald Trump ya había dado por muerta a la OTAN y Emmanuel Macron había sostenido que estaba con “muerte cerebral”. En paralelo, no hay que olvidar el trabajo soterrado que estaba llevando a cabo Moscú para minar la Unión Europea y desestabilizar también a la OTAN. Esto no es nuevo: en 1997 Aleksandr Dugin publicó Fundamentos de geopolítica, en el que desarrolla los pasos que Rusia debía seguir para recuperar su posición en el sistema internacional. Algunas de sus ideas apuntaban a la conquista de Georgia, la ampliación de la presencia rusa en el Mar Negro, la anexión de Ucrania, sacar a Reino Unido de la Unión Europea para quebrar la alianza transatlántica entre Europa y Estados Unidos, y sembrar la división interna en este último. El libro de Dugin ha tenido gran influencia en la dirigencia y forma parte de los planes de estudio de la Academia militar rusa. Es tal la influencia de este pensador que ha sido tachado como el “Rasputín” de Vladimir Putin.
En relación con lo anterior, Rusia ha financiado a partidos políticos europeos de ideología radical populista de derecha que se han mostrado como euroescépticos y antiglobalistas. También pesan sospechas de intervencionismo electoral en la campaña de 2016 en Estados Unidos, en favor de Donald Trump. No fue extraño entonces que durante su mandato la alianza transatlántica estuviera en su punto más bajo.
Tras una semana de guerra, los planes de Putin no estarían dando los resultados esperados: la OTAN parece atravesar por su mejor momento, y Rusia, como agresor, ha recibido el repudio internacional. Sus únicos aliados son países que no cuentan precisamente con credenciales democráticas: Cuba, Irán, Venezuela, Corea del Norte, Bielorrusia y Nicaragua. China, que no ha prestado apoyo explícito a Putin ha llamado a las partes a negociar y respetar las fronteras.
Putin ha hecho de Rusia el paria del mundo: su país ha sido excluido de SWIFT -el sistema de comunicaciones entre bancos y otras entidades financieras-, de ligas deportivas, y sus medios de comunicación – Sputnik News y Russia Today- han sido vetados en Europa, Estados Unidos y Canadá. A ello debe sumarse la aprobación por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas de un proyecto de condena en contra de Rusia por su invasión de Ucrania, en respuesta al veto ruso a un intento similar llevado a cabo por el Consejo de Seguridad.
Citando a Harari, pese a la retórica de Putin de negar la existencia misma de Ucrania como Estado independiente, ha quedado demostrado que “Ucrania es una nación muy real, que los ucranianos son un pueblo muy real y que definitivamente no quieren vivir bajo un nuevo imperio ruso. La pregunta principal que queda abierta es cuánto tardará este mensaje en penetrar los gruesos muros del Kremlin”.
Ahora, ¿qué efectos tendrá este conflicto sobre la economía y el medio ambiente? Todo dependerá de su extensión temporal y de su escalamiento. En las próximas semanas debiésemos comenzar a sentir los efectos económicos de la guerra y de las sanciones que los países europeos, Canadá y Estados Unidos han impuesto a Rusia. Por de pronto, debiésemos prever un alza en el precio del petróleo, y también del trigo – Ucrania y Rusia producen el 25% del total mundial-. Además, el COVID-19 no ha sido superado y se cierne sobre el mundo la amenaza nuclear. Se trataría, al parecer, de una versión moderna de aquella letanía que se repetía durante las calamidades que asolaron a la Europa medieval, “a fame, peste et bello libera nos Domine” (“del hambre, peste y guerra, libéranos Señor”).
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