Es nefasto confundir el crecimiento del PIB con desarrollo
En la anterior entrega de “Interpretaciones sobre el actual estadio del capitalismo histórico” presentamos las conjeturas de los cultores de la macrosociología histórica acerca de qué vendría después de la crisis.
Esta sexta entrega completa esas conjeturas resaltando el crítico análisis de Immanuel Wallerstein sobre el valor del PIB como medición idónea del desarrollo económico y social. Esta crítica refuerza nuestro interés en cuestionar la creencia en que la recuperación del crecimiento “as usual” es deseable y posible. A todas luces esa creencia sólo puede sobrevivir si no miramos la crisis como una oportunidad para la búsqueda de grandes transformaciones y dejamos de aferrarnos al rezo dogmático- irreflexivo de los mandamientos que nos conducirían a la recuperación de un sistema en estado de desequilibrio caótico.
Estagnación y crisis
En The end of the recession? Who´s kidding whom?, Immanuel Wallerstein nos recuerda que a inicios de 2010 los medios de comunicación en Estados Unidos declaraban que la “crisis” había terminado porque la economía-mundo había retornado a su “modo normal de crecimiento y tasas de ganancias”[1]. En diciembre de ese año Le Monde se mofaba de esos pronósticos al señalar que los Estados Unidos “querían creer en un crecimiento en alza”. Ese optimismo también se vivía en la Eurozona. Se ignoraba que la economía estaba viviendo un proceso de estagnación observable desde fines de los sesenta. Las reservas de Wallerstein podrían ser válidas también para desestimar los optimistas pronósticos sobre el crecimiento del PIB en algunos países -entre ellos Chile- hechos por algunas agencias internacionales, bancos, “técnicos” y políticos.
Cuando la estagnación continúa, los medios de comunicación comienzan a hablar de una crisis y el sistema político busca controlarla mediante la conocida apelación a la “austeridad” que se manifiesta en la reducción del gasto en las pensiones, los servicios en educación y salud, cuidados de la infancia, caída de los ingresos y beneficios sociales de los trabajadores. Además, se recurre a la devaluación de sus monedas con el fin de disminuir transitoriamente sus tasas de desempleo a costas de las tasas de empleo de otros países
El objetivo de estas medidas es lograr que sus trabajadores sean más competitivos y darían lugar a una aparente prosperidad con grave perjuicio para las personas que carecen de un sistema de seguridad social fuerte. Wallerstein repasa cómo esta situación se pudo constatar tanto en Estados Unidos como en varias naciones de la eurozona durante la primera década del siglo XXI.
En general, aquellos países que se encuentran altamente endeudados y sin capacidades para obtener préstamos con un altísimo costo se sienten forzados a recurrir al expediente más a mano, esto es, la disminución del Estado de Bienestar. Otras vías a las cuales se podría recurrir si la capacidad de obtener préstamos está vedada, es el aumento de los impuestos progresivos de las personas que perciben los ingresos más altos y las grandes empresas, pero ellos son muy resistidos porque se dice que generarían más desempleo y afectarían la inversión, asunto que ha sido ya desmentido muchas veces y con evidencias empíricas sólidas.
Otras medidas adicionales son el control de la evasión tributaria y la eliminación de las exenciones otorgadas a determinados sectores.
Wallerstein arguye que debajo de una presunta recuperación de la normalidad en Estados Unidos y la eurozona durante la primera década del siglo XXI se escondía el desmantelamiento del Estado de Bienestar y el inmenso deterioro de las condiciones económicas y sociales de amplios grupos de personas.
Recuperación, caos y transición
En La decadencia del Imperio. EEUU en un mundo caótico, Wallerstein destaca algunos rasgos de la trayectoria de la economía-mundo en el largo plazo (siglos XVI a comienzos del XXI) afirmando que no es descartable una nueva fase de expansión. No obstante, este desarrollo no implicará una recuperación del sistema porque las fluctuaciones de la economía se volverán cada vez más caóticas agudizando las condiciones que presionarán la transición a un nuevo sistema que no será igual al que hemos conocido hasta hoy. En entregas anteriores se explicaron más dichas condiciones al tratar las diferencias entre desequilibrios propios del funcionamiento normal del sistema (los ciclos Kondratieff B) y la bifurcación histórica.
Wallerstein dice que
“Sucede un poco como si uno tratara de conducir un coche cuesta abajo con un motor todavía intacto pero con el chasis y las llantas en pésimo estado. No hay duda de que el coche avanzará, pero no en la línea recta que uno hubiera esperado ni con las mismas garantías de que los frenos funcionen de manera eficiente. Es bastante difícil afirmar desde ahora la forma en que se comportará. Inyectándole más gasolina al motor podría acarrear consecuencias inimaginadas. […] Para continuar con la analogía del coche en mal estado, no hay duda que un conductor sabio sería capaz de manejar sumamente despacio, bajo tan difíciles condiciones. Pero en la economía-mundo capitalista no existen los conductores sabios”[2].
Como todos ellos toman las decisiones teniendo en vistas sus propios intereses, es probable que el coche no baje de velocidad. Como es de esperar que prevalezca la imprudencia, cuando
“La economía-mundo ingrese en una nueva etapa de expansión exacerbará las condiciones mismas que la han llevado a una crisis definitiva. En términos técnicos, las fluctuaciones se irán volviendo cada vez más desquiciadas o caóticas y la dirección que adopte la trayectoria se volverá más incierta, conforme el camino haga más zigzags cada vez a mayor velocidad. Al mismo tiempo es posible esperar la disminución- acaso vertiginosa- del nivel de seguridad individual y colectiva, conforme las estructuras del estado pierdan más legitimidad. Y no hay duda que lo anterior incrementará la violencia cotidiana en el sistema-mundo. Esto aterrará a la mayoría de la gente. Políticamente, esta situación será de gran confusión, toda vez que los análisis políticos que hemos desarrollado para entender el sistema-mundo parecerán no servir o caducados. Estos análisis se aplicarán fundamentalmente a los procesos en marcha del sistema-mundo existente y no a la realidad de una transición. De ahí que sea importante ser claros sobre la distinción entre los dos y sobre la forma en las que concluirá esta doble realidad”[3].
Absurdas recomendaciones “técnicas”
Stiglitz también ha sostenido que el PIB no es una buena métrica del rendimiento económico y el progreso social. Es necesario incorporar otros factores: sostenibilidad, desigualdad, salud, y seguridad de ingresos. Como esta seguridad es difícil de garantizar en el mercado, es fundamental tener buenos sistemas de seguridad social.
Si el PIB no es una buena métrica, resulta absurdo observar algunas recomendaciones:
- que el déficit no debe exceder el 30% del PIB, “un número que salió de la nada”,
- que la inflación no puede superar el 2% del PIB, o que
- los impuestos no deberían ser mayores al 60% del PIB.
Todas estas cifras no consideran las incertidumbres de las tasas de intereses, el crecimiento, el aumento de la población, el aumento de la productividad. Todo esto fue expresado con “mucha arrogancia […] La ironía era que esas medidas neoliberales presentaban muchas imperfecciones y el resultado claro es que no funcionaron”.
Además, si lo que se pretende es la adopción de nuevas políticas, también es imprescindible reformar los marcos que se adoptan para llevarlas a cabo: nuevos marcos presupuestarios para formular mejores políticas monetarias y espacios para políticas capaces de responder a las necesidades que se van revelando[4].
“Mínimos comunes” demasiado mínimos para enfrentar el Covid-19
Las apreciaciones generales indicadas anteriormente asumen formas muy específicas cuando son examinadas en los contextos socioeconómicos de los Estados-nación, pudiendo así calificarlas de manera más particular. En este sentido dirigiremos ahora el foco hacia algunas políticas públicas adoptadas con el propósito de morigerar los desastrosos efectos de la irrupción del Covid-19 en la situación socioeconómica de los hogares. También se expondrá el optimismo sobre el crecimiento del PIB y sus grandes limitaciones como medida del desarrollo conforme con la percepción de la población.
Recordemos que el viernes 30 de abril de 2021 el gobierno se allanó a conversar con la oposición una “agenda de mínimos comunes” para enfrentar los efectos de la pandemia en la ciudadanía. La iniciativa fue impulsada por el presidente Piñera y la presidenta del Senado después que el Tribunal Constitucional rechazara la admisibilidad de la presentación del Gobierno de declarar inconstitucional el proyecto de un tercer retiro de los fondos previsionales, aprobado por el poder legislativo con los propios votos de algunos parlamentarios oficialistas. Las principales propuestas se referían al establecimiento de una renta básica universal o ingreso solidario, el fortalecimiento de los recursos financieros para las empresas pequeñas y medianas y una revisión de las exenciones tributaras existentes. Dichas propuestas vendrían a complementar las políticas sociales implementadas por el gobierno desde 2020 para mitigar los efectos del Covid-19, las que han sido objeto de críticas por su focalización[5].
Finalmente, de todas esas propuestas se implementó un Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para el 90% de familias de menores ingresos del Registro Social de Hogares, que se extendería hasta el mes de septiembre. También se anunció la entrega de un bono de alivio para las PYMES ascendente a un millón de pesos. Con respecto al IFE, el monto aprobado de 467 mil pesos para un hogar de 4 personas distaba bastante de los 604 mil pesos propuestos por la oposición. Por otra parte, la oposición estimó insuficiente las políticas de apoyo a las PYMES, así como el silencio que guardó el gobierno en torno a financiar el gasto social mediante una reforma tributaria de tipo progresiva.
Los primeros días de agosto el gobierno anunció la extensión del IFE hasta el mes de noviembre, así como la creación de un IFE laboral, que implicaría transferencias monetarias para los trabajadores que encuentren un nuevo trabajo a partir del mes de agosto y cuyas rentas sean inferiores a un millón de pesos brutos, y que establece una discriminación positiva en favor de las trabajadoras mujeres. Estos anuncios también buscan evitar la aprobación de nuevos proyectos de retiro de ahorros previsionales.
Si bien el gobierno ha continuado guardando silencio con respecto al financiamiento del aumento del gasto social mediante una reforma tributaria, esta idea estaría siendo considerada por el candidato presidencial de Chile Podemos Más, Sebastián Sichel. Su programa de gobierno propone una reforma que permitiría aumentar la carga tributaria del país hasta en 3 puntos porcentuales del PIB al año 2030.
La relación entre crecimiento y generación de empleos de calidad no es automática
En el análisis de las deficiencias del PIB como métrica del desarrollo, hay que preguntarse qué tipo de crecimiento económico es capaz de generar nuevos empleos de calidad, esto es con salarios y beneficios sociales acordes con la satisfacción de las necesidades básicas. Cuando el crecimiento es inepto para crear esos empleos, también hay que preguntarse qué sistema de seguridad es idóneo para atender las necesidades básicas suficientemente, de manera oportuna, eficaz y eficiente. Y más aún cuando el crecimiento destruye los trabajos de la clase media desplazada por el veloz ritmo de la robotización. Este es un desarrollo estructural de largo plazo que puede verse aún más agravado por la pandemia. Esto es lo que está ocurriendo en muchos países, Chile entre ellos.
En la VII Encuesta de Protección Social 2021 realizada por la Subsecretaría de Protección Social entre diciembre de 2019 y diciembre de 2020 se constató que el 54% de los trabajadores disminuyó sus ingresos, principalmente por la pérdida de sus empleos, que sólo la mitad de ellos cotizaba en el sistema de pensiones y que un 20% aumentó su nivel de endeudamiento.
Según el INE la tasa de desocupación en el trimestre móvil diciembre de 2020- febrero de 2021 implicó un incremento de 2,5 puntos porcentuales en doce meses. Esto es atribuible a la reducción de la fuerza de trabajo en 7,4% y el incremento en 22,2% en el número de los desocupados, incididos únicamente por los cesantes. La Cámara de Comercio por su parte, señaló que la ocupación formal cayó solo marginalmente, después de siete periodos de alza. En el comercio existen 158.869 “ocupados ausentes”, aumentando un 6% respecto del trimestre móvil anterior y un 15% al año.
Para el trimestre móvil marzo-mayo, la tasa de ocupación reflejó un incremento de 7,9 puntos porcentuales en doce meses, alcanzando el 50,6% -aproximadamente 8 millones-. La tasa de desocupación alcanzó el 10%, esto es una disminución de 1,2 puntos porcentuales en doce meses. Por su parte, la tasa de ocupación informal se ubicó en un 26,1%. Durante los meses más duros de 2020 -mayo y junio- se perdieron 1,9 millones de puestos de trabajo, por lo que los ocupados descendieron a 7,1 millones. A ello debe agregarse el estancamiento en la creación de empleos: el 51,4% de los trabajos perdidos durante la pandemia sigue sin recuperarse, a lo que deben sumarse nuevas pérdidas de empleos[6].
En una entrevista del 10 de abril de 2021, Marco Kremerman se refirió a la calidad del empleo en Chile en 2020 y 2021 distinguiendo entre los más vulnerables las mujeres y hombres sin contratos de trabajo que se desempeñaban en condiciones precarias con ingresos muy bajos. Su número ascendería a 3,6 millones; un 70% de las personas contratadas o no con salarios bajos, ganaría menos de 550 mil pesos líquidos; y subempleados cuyo número comprende casi 960.000 personas que quisieran trabajar más, pero sólo consiguen una jornada parcial[7].
Uno de los rasgos más notorios del año 2021 es el aumento del desempleo formal e informal en las mujeres. Según el INE la pérdida de dos millones de empleos en un año ha impactado más fuerte en ellas que en los hombres volviendo a la situación en que se encontraban hace una década. La caída de la ocupación en las mujeres en 12 meses ha sido de 13,1%. Aquí se incluyen quienes se desempeñaban en el sector independiente, empleadoras y asalariadas del sector privado. En el servicio doméstico la caída llega a 33%. En número son 95.000 que no han vuelto a trabajar.
Kremerman también sostiene que la deuda pública chilena alcanza al 32,5% del PIB, mientras que en Uruguay y Croacia se eleva al 70% y al 80% del PIB respectivamente. El autor se refiere a estos países porque los considera relativamente comparables con Chile excluyendo a países de mayor tamaño como Estados Unidos en el que dicha deuda se dispara a 131% del PIB [8]. Aparentemente este país desatendió los límites “técnicos” al gasto público. Como ya se dijo, los límites al gasto público fueron criticados por Stiglitz porque carecerían de fundamentos sólidos.
El crecimiento del PIB no garantiza desarrollo social
El Informe de Finanzas Públicas (IFP) para el segundo semestre de 2021 ha pronosticado un crecimiento del PIB de hasta 7,5%, debido al mayor dinamismo de la economía mundial y la mejora de los términos de intercambio producto del alza del precio del cobre. Al respecto, dicho informe proyectaba un precio promedio de 4,11 dólares la libra. También consideraba el positivo avance del plan de vacunación, así como el impulso fiscal adicional aprobado en los últimos meses[9].
El Mercurio del 9 de abril resume la opinión de Sebastián Edwards sobre los optimistas pronósticos del crecimiento del PIB en 2021 en estos términos: “El sol que se vislumbra es casi exclusivamente un reflejo del mayor precio del cobre. Si sacamos ese impulso veremos una recuperación casi escuálida”.
Si analizamos ahora la evolución del IMACEC, podemos observar que el mes de junio de 2021 creció 20,1% en comparación con igual mes del año anterior. Pero el IMACEC de junio de 2020 cayó 12,4% en comparación con igual mes del año anterior. Entonces, el “crecimiento” de 2021 no es tan grande como se podría creer, ya que una parte sustantiva del mismo corresponde a la recuperación de los niveles de producción de antes de la pandemia y el estallido social. Lo que es más grave es que ese crecimiento no refleja necesariamente la creación de nuevos puestos de trabajo de calidad, como ya se ha mencionado.
El crecimiento del PIB no significa necesariamente que mejorarán las condiciones de los trabajadores debido a sus supuestos efectos en una disminución del desempleo, la mejoría de sus beneficios sociales y económicos, y condiciones de seguridad social. Por otro lado, estos optimistas pronósticos pueden ser deshechos por distintos desarrollos en la arena global. Especialmente nos referimos al comportamiento de los países de la Eurozona, el crecimiento de la economía china y estadounidense, y los numerosos conflictos bélicos que han adquirido durante estos últimos tiempos gran visibilidad en la guerra que se está desarrollando entre Rusia y Ucrania. Este conflicto podría resultar en una redefinición de todas las alianzas políticas entre los países que conforman la OTAN.
Los jóvenes no confían en el PIB como medida del desarrollo social
Si prestamos atención a la crítica al PIB como medida del desarrollo social es importante exponer algunos resultados de la encuesta de Criteria realizada en marzo de este año. La encuesta expone las diferentes opiniones con respecto al valor del crecimiento económico según orientación política y grupos etarios. En la síntesis de la encuesta el director de Criteria señala que el 62% de los encuestados que se identifican con la derecha creen que el crecimiento económico es el medio para llegar a ser una sociedad desarrollada. Este porcentaje cae a un 31% entre los que se declaran de izquierda.
Con respecto a las diferencias por edad, los encuestados entre 18 y 24 años son los más críticos y escépticos de los beneficios sociales del crecimiento. No más de un 25% de ellos cree que mejora la calidad de los empleos y un 60% considera que el cuidado del medio ambiente debe ser más prioritario que el crecimiento económico. El director de Criteria dice que el “el discurso sobre el crecimiento económico y posiblemente su nombre también tiene que adaptarse e incluir demandas actuales como la sostenibilidad ambiental, el tiempo libre y la igualdad.
El crecimiento del PIB está limitado por el desequilibrio de la economía-mundo
Todo el análisis precedente debe enmarcarse en el contexto de gran inestabilidad política global existente en los Estados y entre ellos, y cómo esta situación impacta en sus competencias para responder a una crisis multidimensional. No debe ignorarse que el inicio de este siglo ha estado cruzado por los conflictos en Afganistán e Irak, en el marco de la “Guerra contra el Terrorismo” librada por Estados Unidos y sus aliados contra Al Qaeda y Saddam Hussein. Dicho conflicto ha escalado y obligado a Estados Unidos a enfrentar diversos grupos terroristas islamistas. A ello debe sumarse su intervención en la guerra civil en Siria, apoyando a los rebeldes moderados contra el régimen de Bashar Al Assad. Mientras ello ocurre, sigue latente el conflicto árabe-israelí, con periódicos rebrotes de violencia, particularmente en la Franja de Gaza. Todo esto hace recordar la hipótesis de la guerra de treinta años sostenida por Wallerstein, que marcaría la declinación de Estados Unidos como la potencia hegemónica del sistema-mundo y el ascenso de una nueva. Considerando que la Guerra de Afganistán se inició a fines de 2001, ya van 20 años de guerras regionales más o menos ininterrumpidas. Esto deja muy en claro el vergonzoso papel del Consejo de Seguridad, que no ha podido generar resoluciones que permitan enfrentar los conflictos mencionados ya que Rusia y Estados Unidos han hecho un uso discrecional de su derecho a veto para defender sus intereses particulares en la región.
Hemos transitado de la dimensión global a la dimensión del Estado-nación y viceversa solo para enfatizar que lo que acontece en la dimensión del Estado-nación debe situarse siempre en sus inextricables relaciones con la primera. En un sistema-mundo compuesto por Estados centrales, semiperiféricos y periféricos, cualquier análisis es extraordinariamente débil si hace caso omiso de este supuesto teórico-metodológico. Y, además, arroja luz sobre la inexistencia de instituciones transnacionales dotadas de poderes políticos concedidos por los Estados-naciones para regular de manera integrada los problemas que toda la humanidad sufre hoy y que han sido paradigmáticamente expuestos en nuestra incompetencia para afrontar la crisis medioambiental.
En la era del Antropoceno todas las personas somos responsables de la muerte o toda forma de vida en el planeta tierra. Dicha responsabilidad no es atendida de modo adecuado mediante la simple enumeración de una lista de objetivos
- compartimentados y descoordinados entre sí,
- de corta duración,
- con un sesgo en favor de una definición meramente instrumental del PIB, y, en consecuencia,
- totalmente insuficientes como concepción del desarrollo humano.
No se trata de volver a la normalidad. Como dice el último Informe de Desarrollo Humano,
“como si volver a la normalidad fuera deseable o incluso posible […] volver a la normalidad del pasado es un retorno a una situación en la que el futuro se reduciría a una interminable gestión de crisis, no al desarrollo humano.”
[1] Wallerstein, Immanuel, “End of the recession? Who’s kidding whom”, Commentary no. 296, enero 2011. Disponible en http://bi.ly/eZMbfO
[2] Wallerstein, La decadencia del Imperio. Estados Unidos en un mundo caótico (País Vasco: Txalaparta, ERA, LOM, Trilce, 2005), pp. 86-87
[3] Ibidem.
[4] Ver Charla de Joseph Stiglitz en el Congreso del Futuro 2021, 21 de enero.
[5] En el sitio web www.reddeproteccion.cl se encuentra publicado el listado de todos los beneficios asociados al Plan de Acción Coronavirus.
[6] Instituto Nacional de Estadísticas, “Boletín Estadístico: Empleo Trimestral” Edición n◦272 / 30 junio 2021. Disponible en https://bit.ly/3xiY7D5.
[7] Ramos, M., “Entrevista A Marco Kremerman, investigador de la Fundación Sol: ¿Por qué la pandemia le ha hecho tan bien a los más ricos?”, CIPER Chile, 10 de abril de 2021. Disponible en https://bit.ly/3iaHyoh.
[8] Se estima que la deuda pública, debido al déficit fiscal y el aumento del gasto social para paliar los efectos del Covid19, podría alcanzar el 50% del PIB, con el correspondiente incremento de los intereses asociados a ella.
[9] Dirección de Presupuestos, Informe de Finanzas Públicas Segundo Trimestre 2021, P. 7.
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