Algo va mal

En “Algo va mal”, título de uno de sus libros, el intelectual británico Tony Judt, notó que lo que iba así –mal– era la relación entre la democracia y la conducción de la economía, y ello no solo en países en vías de desarrollo, sino también en Inglaterra y los Estados Unidos. Preocupó a Judt el vasallaje de unas formas de pensar guiadas por el lenguaje y las categorías de análisis de la economía, con el efecto de que los especialistas en otros saberes parecen haber renunciado en masa a la relativa autonomía de sus campos y perspectivas de estudio y ofrecido una rendición incondicional ante el embate de los economistas y la hegemonía no discutida de los intereses materiales.

El escritor Claudio Magris, en una bella conferencia acerca del vínculo entre literatura y derecho, defendió los valores fríos de este último, así como aquellos que caracterizan a la argumentación racional, a la lógica, a la democracia y sus reglas, valores a veces despreciados por individuos vitalistas y rebosantes de pasiones que actúan en el terreno de la política o en el campo de las artes. Ejercer el derecho a voto, observar las leyes, razonar correctamente, puede producir un largo y sonoro bostezo en audiencias ávidas de novedad, fuego y acciones de gran intensidad emocional que no alcanzan a darse cuenta de que los así considerados valores fríos permiten que hombres y mujeres de carne y hueso puedan cultivar con total libertad sus propios valores y sentimientos cálidos, o sea, los afectos del amor, la amistad, las opciones morales, las inclinaciones políticas, y las preferencias de cualquier tipo.

Agustín Squella N.
Profesor de la Universidad de Valparaíso. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

Los valores fríos ponen una especie de marco que hace posible la expresión y el desarrollo de los valores cálidos. Así, por ejemplo, la democracia, tantas veces menospreciada por ser puramente formal, autoriza que gobierne la mayoría, aunque por breves períodos claramente determinados, obligándola a respetar los derechos de las minorías. Tal como advirtió Raymond Aron, la democracia escribe en prosa, no en verso, y lejos de pretender elevar nuestro espíritu hasta la altura del cielo, organiza, distribuye y limita el poder, todos los cuales –el poder político, el económico, el militar– tienen capacidad de causar daño a las personas y a las organizaciones que estas libremente forman.

Algo va mal con la democracia, y esto en el completo planeta. Las democracias plenas o en forma son una minoría y la mayoría de los países se ubican en los rangos de las democracias defectuosas e híbridas, cuando no, derechamente, en la condición de regímenes autoritarios. Matones de uno u otro signo asumen el gobierno de importantes países y algunos se perpetúan en el poder o intentan hacerlo. Fanfarrones también de uno u otro signo ejercen el poder con una infatuación sin límites, perdiendo casi la conciencia de su propia mortalidad. Iluminados por un foco que ellos mismos han encendido y dirigido sobre sí, piden que se les siga hasta el reino de la luz que solo ellos divisan en lontananza.

En “Algo va mal”, título de uno de sus libros, el intelectual británico Tony Judt, notó que lo que iba así –mal– era la relación entre la democracia y la conducción de la economía, y ello no solo en países en vías de desarrollo, sino también en Inglaterra y los Estados Unidos. Preocupó a Judt el vasallaje de unas formas de pensar guiadas por el lenguaje y las categorías de análisis de la economía, con el efecto de que los especialistas en otros saberes parecen haber renunciado en masa a la relativa autonomía de sus campos y perspectivas de estudio y ofrecido una rendición incondicional ante el embate de los economistas y la hegemonía no discutida de los intereses materiales.

Pero ese embate parece estar debilitándose –enhorabuena– y cada día hay más políticos y economistas dispuestos a revisar el enlace entre democracia y capitalismo, y no cualquier capitalismo, sino aquel que se ha visto reforzado como sistema económico prevaleciente por una doctrina que es mucho más que económica: el neoliberalismo. Sin ir más lejos, el Director Ejecutivo de nuestro Foro Valparaíso, Crisóstomo Pizarro, acaba de publicar un espléndido libro sobre la materia.

De más está decir que empleo la palabra “neoliberalismo” de forma descriptiva y no peyorativa, y con una cierta alegría ante el hecho de que muchos que hasta hace poco negaban que existiera algo así, reconocen ahora al neoliberalismo como una versión y aplicación muy definida de la doctrina liberal. El liberalismo, que es una doctrina política, ética y económica, ha dado lugar a varias versiones teóricas y aplicaciones prácticas, una de las cuales, por lo demás muy exitosa en el curso del último medio siglo, especialmente en nuestro país, es el neoliberalismo.

Tony Judt, muerto tempranamente, no alcanzó a presenciar el momento en que las lógicas neoliberales han empezado a decaer, después de ser abrazadas por largo tiempo incluso por la socialdemocracia. El futuro puede ser siempre peor que el presente, así como el presente puede serlo respecto del pasado, pero eso que llamamos futuro no está trazado por la divinidad ni tampoco escrito en algún libro sagrado. El presente, siempre tejido parcialmente en el pasado, anticipa también las posibilidades futuras, y son los hombres y las mujeres, así como quienes gobiernan, los que tienen que hacer las opciones del caso, aunque en una relación mucho menos vertical y jerarquizada entre estos y aquellos. La humanidad no es solo un conjunto movido por tendencias, sino por opciones.

¿Falta de reglas hoy en Chile? La verdad es lo contrario: hay demasiadas. ¿Transgresión de reglas? Nunca tanto como nos hacen creer los noticieros de televisión que viven de la anormalidad. ¿Nuevas reglas? Muy probable. La mayoría de las personas, incluidos por cierto los jóvenes, no están contra todas las reglas, como tampoco están contra toda autoridad, sino contra las formas de detentar y ejercer la autoridad que han prevalecido hasta ahora.

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