Hacia una mejor república
En esta columna, Agustín Squella escudriña los distintos significados de república para, finalmente, resaltar que la discusión de una nueva constitución es una gran oportunidad para preguntarnos qué queremos decir exactamente con el título que volverá a tener nuestra carta fundamental, “Constitución de la República de Chile”.
La palabra “república” suena bonito y es por eso que está siempre en boca de los actores y analistas políticos. Se trata de un término presente en todas las Constituciones que Chile ha tenido hasta ahora y lo estará con seguridad en la próxima, aunque esa persistente presencia en nuestras cartas fundamentales responde a solo uno de los sentidos de “república”, a saber, aquel en que esa palabra se opone a “monarquía”, al gobierno de uno en el que se concentra todo el poder. Es en ese sentido de la palabra que en el siglo XIX se celebró la formación de las “repúblicas hispanoamericanas” que venía de soltar amarras con monarquías europeas y de transformarse en países independientes, aunque en el extremo presidencialismo actual de los países de América Latina queda aún un resabio del régimen monárquico. Tendemos siempre a creer que alguien tiene que mandar y que ese debe ser siempre un solo, perdiendo de vista las ventajas del trabajo colectivo y colaborativo.
Íntimamente ligado a ese primer sentido, “república” alude también a un régimen en el que el poder se encuentra dividido en ramas –ejecutiva, legislativa, judicial, contralora-, a la vez que debidamente limitado y sujeto a la publicidad de las actuaciones de quienes lo ejercen en un momento dado.
“Republica”, una palabra de origen latino, se usa también para “democracia”, que es una palabra griega, aunque hay una marcada diferencia entre ambas: la democracia es una forma de gobierno y la república un modo de gobernar. La democracia responde a la pregunta acerca de quién debe gobernar, mientras que la república contesta a la cuestión de para qué y quiénes se gobierna. La democracia es gobierno de la mayoría y la república es gobierno para todos, para el bien público, colectivo, común, y no para los intereses de los gobernantes ni para los sectoriales de determinados grupos de la sociedad.
“República” se dice también del gobierno de las leyes, no de los hombres, o sea, un gobierno sometido a la ley y que gobierna por medio de leyes, o sea, no mediante decretos, sino de normas abstractas y generales válidas, comunes y vinculantes para todos. En esta acepción, “república” es una palabra emparentada con la noción de Estado de Derecho, aunque en Chile esta última expresión se ha empezado a utilizar tan mal como para afirmar que el Estado de Derecho se pierde allí donde se cometen muchos delitos todos los días, confundiendo de esta manera la Seguridad Pública con el Estado de Derecho. La Seguridad Pública es muy importante, pero no por ello se tiene que creer que cuando ella anda mal es el Estado de Derecho el que se pierde.
“República” es también ausencia de dominación, no dependencia de la voluntad arbitraria de otro, sea este un monarca, un dictador, un autócrata, un propietario de esclavos, un empleador abusivo, o el cónyuge masculino de la relación matrimonial a la antigua. En la antigua Roma, el nacimiento de la república coincidió con la sublevación de los plebeyos contra los patricios dominantes.
“República” es igualmente austeridad y sobriedad de los gobernantes, de los legisladores, de los jueces, y de cualquiera que ocupe un cargo público. En este sentido, lo mismo que en el tercer significado que precisamos antes, la república se relaciona con la virtud, incluida la de los gobernados.
Un sentido ahora banal de la palabra “república” es aquel que la vincula a determinados actos protocolares y más o menos solemnes de la vida de los países que suelen provocar fuertes emociones en el público y expresiones notablemente serias en quienes participan en ellas. Es en este sentido que se emplea dicha palabra como parte de la expresión “espíritu republicano” para referirse a los gestos protocolares y a las vibraciones emocionales que produce el izamiento del pabellón patrio, el juramento de un Ministro de Estado, el ingreso del Presidente todos los días a La Moneda en medio de un destacamento de policías formados, la cuenta anual ante el Congreso Pleno, o el funeral de un ex jefe de Estado. Y lo que uno puede preguntarse en este sentido es si nuestra república no habrá ido debilitándose hasta reducirse casi a este último e irrelevante significado de la palabra.
Pensar, estudiar, escribir y ratificar una nueva Constitución será una gran oportunidad para preguntarnos si tenemos hoy una república en los varios sentidos antes indicados, o bien cuánta república tenemos en cada uno de ellos, y para poner sobre la mesa la pregunta sobre qué querremos decir, exactamente, con el título que volverá a tener nuestra carta fundamental: “Constitución de la República de Chile”.
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