Chile y la post pandemia que vendrá
En esta columna, Pedro Serrano caracteriza la evolución de la pandemia resaltando algunos de los desafíos que sobrevendrán en la postpandemia en los ámbitos de la producción de alimentos, la nueva arquitectura y la conectividad. En el campo de la producción de alimentos, señala “en esta área es y será el 54% de la población trabajadora de Chile que desarrolla un empleo informal, emprendimientos por necesidad, microempresarios, venta callejera y servicios informales desde la jardinería, la estiba, los cargadores, la construcción, el servicio doméstico, etc., que está quedando sin opción de ingreso diario, por lo que, dadas las restricciones y cuarentenas, tendrán poco acceso económico a los productos y dependerán de medidas estatales para no agregar el hambre a los problemas de la pandemia”.
Estamos en Chile en el mes de mayo 2020, plena pandemia de Covid19, donde se han acelerado los contagios. Ya se pasó en una semana de los 2000 a los 3500 y 4000 contagios diarios, superando la curva estadística mas conservadora de epidemia. Mientras esto ocurre y se precipita, un gobierno algo dislocado, instaura y cierra cuarentenas básicamente por temores económicos propios de una economía de mercado, para una población poco disciplinada en estos menesteres. Se decretó cierre total de la capital del país e igual los últimos días se atochan las carreteras con quienes escapan irresponsablemente de la cuarentena más grande y tardía jamás decretada en Chile.
Por lo visto hay para rato, en un estado de emergencia sanitaria que se prolongará por los siguientes meses. Si pasado el invierno 2020 logra aplanarse la curva, no va a significar ausencia de contagios, por lo tanto la única distopía posible es que la población entera se contagie, que entre el 1% y el 5% muera y que los sobrevivientes adquieran los anticuerpos correctos. En Chile somos según el INE 19.450.000 potenciales contagiables. La esperanza de muchos está puesta en que surja una vacuna o varias vacunas, y tratamientos ojalá no invasivos, que funcionen, y hagan infinitamente millonarios a los controladores de la industria farmacéutica global. 10.000.000.000 de vacunas que duren un año serán un buen negocio por décadas. Hasta la próxima mutación natural o industrial de algún virus.
Mientras tanto, pasando el tiempo, varios meses más, habrán sucedido varias cosas que harán que la tan discutida “normalidad” haya cambiado para todas y todos.
Lo primero es que tendrá su impacto político. Es la clara conciencia nacional e internacional que la economía de Mercado, en la propuesta de la escuela de economía de Chicago, no sirvió para enfrentar un virus. Unos fragmentos de ARN, multiplicados por miles de millones, hicieron colapsar las bolsas de valores en sólo semanas, algo nunca visto: se acumuló el petróleo en sus productores, miles de barcos petroleros cargados a la gira, miles de aviones comerciales en tierra, en pocos meses la cesantía local y global creció a niveles nunca vistos y también en pocos meses la pandemia derrumbó expectativas a todas las 194 economías del planeta. Esto por los próximos años, cambiará muchas cosas en nuestro mundo globalizado y en todos los países.
De hecho, imagino que todo el espectro político ha llegado a la conclusión que debe sumarse la capacidad de salud privada de mercado a la de salud pública, dado que la pandemia no es una enfermedad privada si no que una crisis de vida de la nación. Por allí ya es posible leer que la salud es una sola y que allí hay derechos que no debiesen pasar por el mercado. Está aun por verse como despertará la salud en Chile post pandemia.
Es muy probable que durante este y el próximo año y tal vez durante más tiempo, el turismo de viajes, los cruceros y los vuelos en avión, tengan un baja ostensible. Algunas líneas quebrarán, otras resistirán, pero ya nada será igual. Tal vez los habitáculos y protocolos de viaje de los aviones cambien y también cambie la arquitectura de los cruceros, restaurantes, hoteles y lugares a visitar, puesto que la llamada “distancia social” y el uso de al menos mascarillas en espacios públicos se deberá mantener por mucho tiempo, hasta que estemos todos vacunados, con suerte el 2022.
Esto de no poder juntarnos físicamente está alterando profundamente nuestra condición humana gregaria. Probablemente pueblecitos, comunas, vecindarios o pequeñas agrupaciones territoriales se conviertan en “islas de relación”, celosamente protocolizadas, para evitar influencias o contagios foráneos. Quien lea este artículo ya se habrá dado cuenta que, tomar la temperatura en controles de acceso o salida a ciudades, no sirve para nada: al contagiarse se es asintomático por mucho tiempo antes de la fiebre, e igual se es vector de contagios. Se descubrió que para éste y otros virus la vía aérea era la fuente principal de contagios, montados por miles en las llamadas “gotículas” y micro gotículas de saliva, que salían desde los infectados al estornudar(11 mts), toser (3mt) o simplemente hablar 1 a 2 mts. Que las más pequeñas flotaban por horas en los recintos y esperaban hasta por días en superficies y que, sólo reunirse con un contagiado asintomático inocente de su condición, podía contagiar a todos los participantes, sentados silla por medio y con mascarillas, cosa que ha sucedido con ministros y legisladores esta semana de mitades de mayo. Así las cosas, volver a juntarnos con desconocidos o incluso cercanos, en recintos cerrados será poco recomendable por lo menos un año más. Esto tendrá grandes consecuencias en la espacialidad de nuestras actividades “normales”: los bancos, lo supermercados, los trámites, los deportes y por supuesto, las clases en jardines, colegios y universidades, que ya no serán nunca más en salas abarrotadas de sillas contiguas.
De pronto, tres cosas de la llamada “transformación digital” (T.D.) tomaron alta importancia para enfrentar consecuencias la pandemia y aceleraron su desarrollo: El llamado teletrabajo, eso si para quienes pudiesen, y con esto creció súbitamente la importancia de tener un sólido y distribuido Internet global, tener acceso y saber manejar computadores, tablets y celulares inteligentes, programas y aplicaciones. La segunda realidad emergente ha sido la Inteligencia Artificial (I.A.), con su capacidad de cómputo rápido de millones de datos y los algoritmos complejos que permiten tomar decisiones cada vez más rápidas y certeras a partir del análisis de esos miles de datos y finalmente; la robótica, con la automatización electromecánica e informática de cada vez más trabajos de humanos ausentes o complicados por las normas de distanciamiento o confinamiento.
De todas formas, una robótica supervisada por teletrabajo, asistida por algoritmos de I.A. obligará a capacitar y equipar a los operadores en este nuevo mundo aceleradamente abierto. Todo esto en conjunto además, deberá cambiar las dinámicas de las y los trabajadores. Es muy probable que en adelante, la relación dueño-patrón–obrero-operario-administrativo-tiempos de trabajo, cambie para siempre. Esto siempre que la red global se perfeccione, crezca y mejore acelerada y constantemente. Si la red, por alguna razón desconocida deja de operar, sería un desastre difícil de enfrentar. Hoy en día todos los operadores de internet están afrontando problemas de saturación en sus sistemas, que no estaban diseñados para esta demanda. Pareciera que el Internet por cable va a ser sustituido por fibra óptica y tal vez llegue la 5G con más y nuevas inversiones.
Cambio climático, sequía y pandemia
Lo que no se ha detenido para nada con la pandemia es el Cambio Climático Global, debido al alza de temperaturas durante años, fundamentalmente en los grandes océanos de la Tierra, asunto que también sucede en el Pacífico Sur frente a Chile. Este calentamiento ha desviado las grandes tormentas de lluvia, que antes llegaban desde la IV Región hacia el sur del país y que ahora llegan desde la VIII Región más al Sur, dejando una sequía desastrosa en la parte más poblada de nuestro país (CR2)[1], con derretimiento de los glaciares, cada vez menos lluvias, menos infiltración, menos flujos transversales, menos depósitos subterráneos y embalses que se secan: Peñuelas, los Aromos, La Luz, todos en Valparaíso.
Esta sequía está poniendo en peligro tanto la disponibilidad de agua de uso agrícola, como el acceso al agua de consumo humano. El uso agrícola representa el mayor consumo porcentual de la disponibilidad de aguas en Chile, con el 88%. El agua de consumo humano es sólo un 6,3%. (FL)[2]. Ante la sequía evidente, deberá (debería) primar el derecho humano al agua limpia y potable, que es lejos la más difícil de conseguir, guardar y tratar.
Es muy probable que en la zona central deban migrar hacia el sur muchas actividades agrícolas y pecuarias, asunto que, sumado a la pandemia y sus restricciones de traslado para la gente, impactará obligadamente al trabajo en el sector productivo agroalimentario. Sequía en la zona hay hace 10 años y todo científicamente indica que seguirá por los próximos 10 o más, dado que las grandes obras de infraestructura necesarias para paliar la escasez no comienzan aún: la construcción de nuevos embalses, franjas de infiltración, canales longitudinales, o desalinización, tomará años. Todas las señales indican que, durante toda la pandemia, tendremos además sequía consolidada.
Producción alimentaria, protocolos de Compras y protocolos de reparto
Los seres humanos sólo nos alimentamos de otros seres vivos (a excepción del NaCl), ya sean del reino animal o el vegetal. Ya abandonamos la caza y la recolección, para lo cual debimos ser pocos y nómades por miles de años. Ya hace unos 10.000 años descubrimos la agricultura y jugamos con la evolución genética acelerada artificialmente de muchas plantas: convertimos algunos pastos en las lechugas que comemos por millones y evolucionamos aceleradamente, por selección forzada, muchas frutas, tubérculos y gramíneas.
También descubrimos y nos aventuramos en la crianza y evolución genética de aves y mamíferos, hasta llegar, por ejemplo, a las miles de millones de gallinas y vacas de cuyos derivados y carnes nos alimentamos ocho mil millones de seres humanos, que ahora vivimos fundamentalmente (80%) en ciudades, algunas con hasta 30.000.000 de habitantes. Por ello debemos estar permanentemente cultivando, criando, procesando y distribuyendo alimentos que son mayoritariamente producidos lejos de los centros urbanos. También practicamos aún la cacería descontrolada de especies marinas con técnicas cercanas a la masacre industrial, que han vaciado los mares de muchas especies alimenticias, muy pocas de las cuales hemos aprendido a criar y cultivar.
Así las cosas, la producción alimentaria es lo último que se debiera detener en tiempos de crisis. Agregar la hambruna a los problemas hará insostenible todo intento de definir normalidades. Por fortuna para la producción y por desgracia para las opciones de trabajo, hay cosas que la pandemia también ha acelerado, como la robótica en los procesos de preparación, riego, cultivo y cosecha, acompañado esto de la robotización de granjas y criaderos. Todo esto ya estaba ocurriendo antes de la pandemia, con cada vez menor mano de obra no calificada y se ha debido acelerar debido a los nuevos protocolos de trabajo humano en la crisis. La cesantía en el agro venía acumulándose hace años, en la medida que el riego tecnificado, las cultivadoras robóticas, las cosechadoras mecánicas y las plantas de proceso automatizados se venía implementando. Esta implementación se acelerará durante y después de la crisis pandémica. El antiguo peón de fundo ya casi no tendrá cabida, por lo que sus hijos deberán aprender la operación de las nuevas tecnologías. La sequía impulsará nuevas tecnologías para el uso mínimo eficiente de agua y por supuesto, aumentará la lucha por la propiedad y uso de las aguas, que en Chile son insosteniblemente privadas. Los grandes amenazados en esto son los pequeños productores, primero por la sequía y luego por la suspensión de ferias y puestos de venta al público. Su única defensa será la agrupación y organización.
Ya comprar verduras desde un puesto de feria o verdulería debiese tener protocolos a seguir, sobre todo la manipulación en la larga cadena de intermediarios, cosa que suele ser increíble cuando se investiga por cuantas manos pasa una lechuga o un tomate antes de su venta final en las bandejas de un supermercado.
Es muy probable que la distribución de verduras y frutas entre de lleno al mercado de internet, y que lleve desde el productor al usuario pedidos completos, como ya está sucediendo en este escenario de confinamiento (de nuevo: para los que pueden y acceden a internet) y supresión de las ferias locales. Curiosamente, la verdura por encargo, incluidos la miel o los huevos, llegan a precios iguales o menores que la antigua feria. Parece que la supresión de intermediarios ha permitido a los productores locales vender directamente. Además, en pandemia, los protocolos indican que hay que sanitizar envoltorios hojas, tubérculos y frutas. Esto es a todas luces filo paranoico, pero obliga la falta de información sobre las manipulaciones previas.
Las productos animales ya tuvieron sus propias pestes -las hormonas, la fiebre aftosa, el cólera, la disentería, el mal de las vacas locas y etc.-, que hicieron de éste un mercado más controlado y seguro, al mejorar el control de seguridad sobre las carnes, huevos y los lácteos. Todo además ha tenido en este área del la alimentación una gran transformación tecnológica hacia la automatización de procesos, que se está acentuando durante la pandemia.
Otro impacto en el área alimentaria es y será ese 54% de la población trabajadora de Chile que desarrolla un empleo informal, emprendimientos por necesidad, micro empresarios, venta callejera y servicios informales desde la jardinería, la estiba, los cargadores, la construcción, el servicio doméstico, etc. que se está quedando sin opción de ingreso diario, por lo que, dada las restricciones y cuarentenas, tendrán poco acceso económico a los productos y dependerán de medidas estatales para no agregar el hambre a los problemas de la pandemia.
Aquí se vislumbra un asunto complejo, ya que se trata al menos de 4 de los 8.5 millones de chilenos que forman la fuerza de trabajo nacional, dato en el que no hay acuerdo, (29% según INE). Por su parte el economista de la Fundación Sol Marco Kremerman indica que el 39% no tiene vínculo laboral, y advierte que 3 millones 600 mil trabajadores se verán en serias dificultades para quedarse en la casa porque carecen de un contrato que les dé protección. habría que agregar los 300.000 empleos formales desvinculados por empresas.
Muchos chilenos ahora no pueden producir dinero, y sin este no pueden acceder a los alimentos diarios. Que 4 millones no consuman, porque simplemente no pueden, es además un fuerte golpe a la economía de mercado. En estas condiciones el Estado debiera asegurar la alimentación, la energía y el agua de la ciudadanía por algunos meses, sobre todo este invierno. Esta situación, por supuesto, jamás había sucedido en la historia de Chile, pero que debiese resolver de un modo alejado de las fórmulas de Chicago. Son meses de desocupación los que vienen y son 5 millones de habitantes que están en la desesperación. Las ya famosas “canastas” de alimentos con mucha suerte salvarán una semana de algunos pocos. Se requiere una solución del Estado que parece que al gobierno (que no es lo mismo que el Estado) le está costando asumir. Y los días pasan.
El ingreso mínimo ciudadano
La aparición en los últimos meses de un porcentaje grande de la población que no puede acceder a ganar dinero, que no puede por un lado consumir o hacer circular dinero y que además esta en riesgo de carencias mayores como la alimentación y otras menores como el pago de cuentas y deudas con la incapacidad además, de endeudarse con el sistema financiero, es algo que está sucediendo en todos los países del mundo. Se trata de un hecho curioso para el cual las economías no estaban preparadas.
Dado lo anterior, algunos países han planteado “un ingreso mínimo ciudadano”, acelerando una situación que se venía dando con el aumento de la población, la baja del empleo dado el avance de la automatización en muchos sectores de la producción. Ésta es una tendencia que se veía venir en la economía, y que en Chile se reflejaba en una cesantía real muy alta. Según Fundación Sol, “al 2017 el 48,6 % de los ocupados está en el sector formal y el 51,2 % en el sector informal en categorías como: “independiente encadenado, cuenta propia no profesional, familiar no remunerado, dependientes periféricos, asalariado desprotegido” y etc. Si las cifras midiesen sólo el empleo formal, el desempleo real chileno sería un impresentable 52%. Es precisamente ese 52% el que no puede acceder al dinero debido a las cuarentenas y restricciones propias de la pandemia.
Al extrapolar una situación así a un futuro incierto se tiene algo curioso y preocupante: que el PIB aumentará mientras el empleo real baja, lo que significa que habrá productos, pero no habrá poder adquisitivo en la gente común. Esto ha llevado a plantear en algunos países industrializados la implementación de un ingreso mínimo ciudadano que cubra sus necesidades básicas a modo que las industria y el comercio tengan una “clientela” de consumidores garantizada como piso mínimo.
Éste es un asunto del todo impensable en las antiguas reglas de la economía. El gobierno chileno ha llegado a plantear con cautela un “Ingreso Familiar de Emergencia (IFE)” que según “Chile atiende.gob.cl” es una ayuda económica para las familias que reciben ingresos informales, y que han visto disminuidos estos recursos debido a que no pueden trabajar a causa de la emergencia producida por el virus Covid-19.
La nueva arquitectura
Está claro que, para hacer cuarentena en casa, como dice la propaganda estatal, primero hay que tener casa, y teniendo casa se necesita que ésta sea apta para una cuarentena. Se trata de un estado nuevo que nunca apareció en los programas de un proyecto de arquitectura. El análisis de la CChC de mayo 2020 indica que un 13% de la población chilena no tiene acceso a vivienda, viven en una estructura inhabitable o es allegado. Considerando que somos 19.558.504 habitantes según la exacta proyección INE a mayo 2020, habría entonces 2.500.000 personas que no tienen vivienda, y el déficit mínimo es de 739.603 viviendas. De acuerdo a un informe del Hogar De Cristo, un 4,5% de la población no cuenta con servicios higiénicos, (vital para una cuarentena) un 9,8% vive hacinado (lo que físicamente y mentalmente imposibilita una cuarentena o “distancias sociales”). De los 2.500.000 sin casa 600.000 (3,4%) viven la pobreza multidimensional, pobreza en todas sus formas. Por otra parte, gente en condición de calle, o sea definitivamente sin techo, hay unos 20.000, muchos de los cuales se mueven por las regiones buscando mejores intemperies. Todos estos dramas que afectan a una buena proporción de chilenos, incluidos aquí miles de inmigrantes, que viven en precarias condiciones, han salido a la luz por las circunstancias que impone la lucha contra el Covid19.
Igual para las y los que pueden hacer teletrabajo en cuarentena, en un departamento pequeño, con dos hijas menores que revolotean por la casa que también tienen tele enseñanza y hay que atenderlas, jugar y alimentar, más las labores compartidas de aseo, abastecimiento, alimentación etc., esta opción de trabajo ha sido agotadora. La organización del trabajo familiar, el espacio diseñado, e incluso los muebles, no estaban pensados para esta emergencia. En la post pandemia la opción de ir al colegio y al trabajo, abrirse al mundo social con los nuevos protocolos, una arquitectura adaptada, y algo así como el nuevo “manual de Carreño” socio sanitario, serán un mundo nuevo en la nueva “normalidad”
Es más, el desafío que nuestra arquitectura debiese abordar, no sólo es proponer soluciones de vivienda social, si no que éstas sean dignas y funcionales para enfrentar condiciones de pandemia en distintos climas, en familias de al menos 5 habitantes, por salud fisiológica y sobre todo por salud mental. Salen a colación aquí los “conventillos o guetos verticales”, el gran invento de las inmobiliarias en el último decenio. Miles de personas en un sólo edificio de 30 pisos, en espacios mínimos se encuentran atrapadas en pandemia. Incluso en algunos de esos edificios, fallan los ascensores.
Por otra parte, según los datos del Catastro Nacional de Campamentos 2019, (MINVU), “se contabilizaron 802 campamentos y se estimaron 47.050 hogares. Las regiones con mayor cantidad de hogares en campamentos son Valparaíso (11.228) y Antofagasta (7.641).”
Once mil hogares de la Región de Valparaíso se encuentran en las condiciones más precarias de hacinamiento, falta de servicios y mala calidad de cobijo para enfrentar una pandemia. Un campamento en invierno y con contagios es una bomba de tiempo en cuanto epidemias y no sólo la de Covid 19.
En la “otra cara” de la arquitectura están los edificios de departamentos de clase media o alta, las viviendas sobre los 50 mts2, los cines, los restaurantes (algunos con mini invernaderos), los hospitales con nuevos protocolos de acceso, de separación, vestimenta y cotidianeidad; los loft, los recintos religiosos, hoy con prohibición de funcionar; los condominios, los hoteles, los museos, las segundas y terceras viviendas, las mansiones sobre los 300 mts2, los lodges de pesca, las cabañas junto al lago, los bancos, los estacionamientos, los malls, los campus universitarios, los edificios corporativos, las oficinas, los gimnasios, los campos y recintos deportivos, las escuelas, etc. Todos tendrán que incorporar el enfoque necesario para enfrentar esta y otras pandemias. Somos en la Tierra 8.000 millones y creciendo, con posibles pandemias que ojalá no vengan, pero que si vienen no nos pueden pillar sin preparación. El Covid 19 viajó por todo el mundo principalmente en avión comercial y también se repartió en cruceros de lujo. En ambos medios los viajeros no eran precisamente pobres.
Al menos por dos años esta pandemia nos tendrá respetando la llamada “distancia social”, que de acuerdo al país que se trate, fluctúa entre el metro y el metro y medio. Eso tendrá un gran impacto, que ya estamos viendo en nuestros edificios públicos, allí donde deba concurrir mucha gente. Hoy día hacemos colas en los supermercados, las farmacias, los almacenes, los bancos, el registro civil y las notarías, todas ellas entidades que nunca tuvieron la intención arquitectónica de acoger en sus programas estos modos sociales en espacios que no les alcanzan.
Por supuesto hay cambios evidentes en las vestimentas, nuestra primera arquitectura, el envoltorio artificial y de diseño que nos cubre. Hace un par de meses ver en las calles gente enmascarada, con pantallas protectoras, guantes de goma y botas especiales era algo impensable, pero ahora es “normal”
No cumplen estos nuevos estándares para la arquitectura los ascensores, las oficinas y los despachos de atención a público, los cines (se vienen los autocines), el teatro municipal, los templos religiosos, los centros comerciales, etc.. Tampoco los cumplen las salas de clases de una escuelita rural o los auditorios de una universidad. Es posible que en un par de años el Covid 19 haya sido superado, pero por precaución hay que pensar diseñar y construir la nueva realidad donde ya nada será igual.
Por supuesto la mirada urbana tendrá que hacerse cargo de estas nuevas exigencias, tanto en los espacios abiertos como las calles, los parques y las plazas, el transporte público, los terminales de bus, las estaciones de metro. Curiosamente el petróleo se acumuló y bajó de precio, porque se detuvieron los aviones, buena cantidad de barcos y cientos de millones de automóviles.
La bicicleta ha recibido en todo el mundo un impulso que nosotros los ciclistas (me incluyo) jamás imaginamos. Francia, España, Alemania están subsidiando a sus ciudadanos para comprar bicicletas, están aumentando las ciclovías, en número, longitud y ganado en anchura. La bicicleta no sólo no contamina y mejora la salud y las defensas, si no que permite, por sus dimensiones, mantener la ”distancia social” recomendada y viajar sin tocar el suelo con los pies.
La conectividad como derecho o servicio básico garantizado
Hay un tema nuevo y de total relevancia en estas circunstancias país, el Ministerio de Educación abrió el potencial de la educación a distancia, con las y los estudiantes en casa, profesores en teletrabajo y todo eso. Obviamente solo las clases más privilegiadas tenían las Tablet, los computadores, los celulares inteligentes y por supuesto una conexión a internet. De pronto nos dimos cuenta que millones de niños no tenían ni lo uno ni lo otro y que, para hacer funcionar el sistema educativo en fase domiciliaria, debían invertirse millones en equipos, bolsas de datos y conectividad. Con las universidades pasó lo mismo: se compraron y repartieron tablets y bolsas de datos.
Por fortuna, el 95% del territorio habitado de Chile cuenta con cobertura de internet. Según ADIMARK el 78% de los hogares cuenta con conexión a Internet (El Desconcierto, enero 2020) y el 53% de todos los chilenos accede todos los días a la red. Este dato habría que sopesarlo con la cantidad de gente sin hogar. 14 millones de chilenos accedían en 2018 a la red 4G. De esos el 78% lo hace con su teléfono como terminal. El número no estaba tan mal en enero del 2020. Se calcula que hay unas 1495 localidades sin conectividad alguna, que estarían fuera de la “sociedad digital chilena”.
Ya en febrero y marzo del 2020 se vendieron miles de computadores y tablets y la presión sobre la red aumentó considerablemente. Por supuesto, las garantías de las empresas de internet chilenas, sobre el volumen de datos y su velocidad se pulverizaron en un par de meses y hoy varias hacen crisis. Alguna empresas comenzaron a invertir aceleradamente, a la vez que sus ganancias aumentaban en las oportunidades que daban el teletrabajo y los millones de personas recluidas pero con conexión. Todo dice que aumentará la oferta de fibra óptica. Hoy en día el 25% de los chilenos (Agenda Digital mayo 2020), sobre todo empresas y universidades, está conectado a fibra óptica. FTHD. El ADSL o “par de cobre” irá en retirada. Las ofertas de fibra óptica domiciliaria llegan hoy hasta 900 MBps por segundo de bajada y 450 MBps de subida, lo que, comparado con los 20 MBps del ya antiguo cable, supone un enorme progreso.
Con todo, aquí aventuramos a plantear que, dada las circunstancias, la buena conectividad a internet, entraría a tener la categoría de un servicio básico como los es el agua potable, la energía eléctrica o los sistemas sanitarios y por lo tanto, comienza a vislumbrarse como una misión del Estado para con sus ciudadanos, dado que todo apunta al aumento de teletrabajo, la telemedicina, el control remoto sobre la producción agrícola, incluso la tele minería, la inteligencia artificial, los edificios, ciudades y casas informatizados, la producción robótica y todas aquellas cosas que la pandemia ha acelerado en la Transformación Digital de Chile.
Las universidades en Chile y en todo el mundo, más sus estudiantes investigadores y profesores han invertido millones en acelerar su transformación digital. Ya hay miles de computadores, tabletas, terminales nuevos distribuidos en una universidad extendida a los hogares. Se viene la 5G, las constelaciones de satélites de Space-X, que ampliarán la cobertura de internet de un modo nunca visto. Hemos descubierto, practicado, mejorado e innovado en la educación a distancia, usando cada vez mejores APP. Hemos comprobado que si, muchas cosas funcionan, incluso funcionan mejor y otras no funcionan bien y otras y simplemente no funcionan.
Aquí ha habido una gran aporte aprendizaje sobre la marcha, de ingenio y nuevas metodologías. La post pandemia nos encontrará con una capacidad intelectual, experiencia, equipamientos y saberes nuevos. La universidad ya nunca será la misma. Imagino se abrirá el campus mixto, presencial, y virtual. Hay que encontrar los equilibrios socio culturales, intelectuales, espaciales y de salud mental, que este cambio va a implicar después de las cuarentenas. Hemos encontrado cómo llegar instantáneamente a estudiantes en todo el mundo, lo que es una gran oportunidad a explorar.
[1] CR2, CENTRO DE CIENCIA DEL CLIMA Y LA RESILIENCIA. En él convergen y colaboran investigadores de la Universidad de Chile (institución patrocinante), la Universidad de Concepción y la Universidad Austral de Chile (instituciones asociadas).
[2]FL, Cifras nacionales fueron entregada por el estudio “Radiografía del Agua: Brecha y Riesgo Hídrico en Chile”, iniciativa coordinada por Futuro Latinoamericano, Fundación Avina y Fundación Chile.
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