La pandemia de la sociedad global y su reto digital en Chile
La incapacidad del sistema global para detener la explosión de la pandemia, teniendo los avisos previos de la OMS, obliga a la reflexión crítica, pero también a soluciones cívico-tecnológicas que marcarán las próximas décadas de nuestro país.
Con la emergencia del coronavirus estamos asistiendo a la configuración de un nuevo tipo de sociedad global. Similar a lo acontecido con la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, los efectos los iremos conociendo y asimilando, rápidamente, una vez la pandemia comience a dar una tregua gradual durante los próximos meses.
Por ejemplo, a partir del 11 de septiembre de 2001, la seguridad en los espacios públicos y la consiguiente variable de tecnología para el control masivo, entre otros aspectos, experimentaron un drástico giro hacia la vigilancia que no volvería atrás. La crisis de alteridad se integró a la vida cotidiana de toda una civilización, independiente de que la gran mayoría de los países no estuviese en conflictos internacionales.
Los debates sobre los excesos, contraofensivas, resguardos y libertades en las relaciones entre las potencias y los ciudadanos globales, tuvieron alcances que se extendieron con intensidad durante toda esa década (y hasta nuestros días). La industria de la defensa en las naciones más poderosas no se detuvo, como tampoco el desarrollo de los sistemas de inteligencia y los mecanismos de recolección de información para mejorar la predicción y anticipación táctica desde la desconfianza.
A medida que ese mundo cambiaba, la digitalización lo aceleraba todo. Aquella sociedad global de la amenaza permanente, vio en internet un nuevo espacio de democratización y conocimiento entre las personas. De tipo contracultural, inicialmente, se forjó una sociedad red que potenció otras características, en las que el intercambio de lo multicultural, diverso, híbrido, volátil y los espacios digitales (de producción colectiva y programación informática) fueron un continuo que alteró la política, la economía y las comunicaciones.
Seres digitales
Las interacciones humanas abrieron flujos de virtualización que establecieron umbrales desconocidos para el poder y el contrapoder. Las redes sociales llenaron esos espacios estratégicos, debilitando las estructuras globales o llevando a esas instituciones hacia la naturaleza vital de Facebook, Amazon o Google. El nuevo péndulo del poder simbólico y el inédito ecosistema político de características comunicacionales que surgió desde allí, desorientaron a la democracia y las elites, que no lograban ajustarse a la velocidad de las exigencias de ciudadanías activas y protagonistas de sus relatos.
Mientras las tensiones polarizadoras crecían entre los dirigentes y sus representados en este sistema-mundo virtual, siendo potenciadas electoralmente por una oleada de populismos digitales en el Norte Global, también la disputa por el liderazgo geopolítico de la inteligencia artificial aceleraba un nuevo tipo de Guerra Fría, ahora entre China y Estados Unidos, sobre todo desde el segundo periodo de Barack Obama y la administración de Donald Trump.
Aquí aparece el temido COVID-19, estableciendo un reordenamiento de prioridades para los gobiernos mundiales. De hecho, los convulsionados días en Hong Kong, Líbano, Chile, Francia e Irak, entre otros países involucrados en una dinámica 2.0 de las primaveras árabes (2010-2012), fueron cesando con la expansión de la crisis sanitaria a nivel planetario.
El año 2020 también marcará una nueva fase de ajustes e hibridaciones para cualquier sujeto que forme parte de la especie humana. Por de pronto, el virus develó con dureza una serie de cuestiones que ya venían evidenciándose en la crisis del multilateralismo y la gobernanza global, lo que se estaba manifestando en estilos, acciones y discursos en la comunicación política que eran alertados por diversos grupos de investigación y organizaciones no gubernamentales. Desde la limitación propia de una reflexión que está en pleno curso por el desarrollo de los eventos, se pueden hipotetizar una serie de escenarios que Chile debería comenzar a sopesar con atención, para no terminar como uno de los grandes afectados a nivel internacional por esta crisis.
(Sobre)Vivir en comunidad
A gran escala, estamos sumidos en un conflicto de consecuencias similares a uno bélico, aunque contra una amenaza invisible. Esto, de por sí, para los niveles anímicos y emocionales de la población, a medida que transcurran los meses, puede ser igualmente perjudicial que una guerra convencional. En China se está analizando aquello y lo difícil que ha sido recuperarse. Lamentablemente, en nuestro país, hemos visto cómo muchos disfrutan de “vacaciones”, hacen una vida normal trasladándose por las carreteras, previa compra en supermercados atestados de personas, para descansar en apacibles localidades costeras.
Estas imprudencias tendrán costos, de variada índole, y forman parte de las respuestas humanas cuando no se comprende lo que es vivir en comunidad o afrontar colectivamente una amenaza. Mientras las muertes no se visibilicen para esos sujetos, no detonará en ellos una respuesta acorde a la gravedad de los sucesos.
En este tipo de crisis, si los métodos de sobrevivencia individual no se ponen a disposición de la protección del otro y su extensión, es decir, a todo el tejido social territorial en el que habita, la comunidad entera estará bajo riesgo. En este sentido, la comunicación del riesgo en cualquier nación debe focalizar la cohesión, pertinencia y tiempos necesarios para diseñar y compartir objetivos de corto y mediano plazo desde los organismos públicos, pensando en el bien común y procesando la mayor cantidad de data georreferencial, comunicacional y conductual posible, tanto para la toma de decisiones sobre la población, como para las formas de explicar esas decisiones a la ciudadanía.
De hecho, los gobiernos locales municipales en Chile, una vez más, superando la institucionalidad centralizada existente, han tomado medidas para darle coherencia a la gestión política que demandan los territorios, evidenciando la necesidad de abordar las crisis desde una mirada más cercana y expedita con la población. Sin embargo, las políticas públicas de crisis deben tener coordinación para no confundir a las personas.
El desafío nacional
Luego de minimizarse, por parte de influyentes esferas informacionales y gubernamentales de Occidente, lo que sería la tasa de mortalidad del virus, somos testigos de cómo la pandemia arrebata la vida de miles. También, el COVID-19 arrasará con una forma física de relaciones comunicacionales, comerciales y, probablemente, culturales. Estos devastadores efectos, sin embargo, pueden considerar nuevas oportunidades para Chile. Por de pronto, luego de un par de meses, el teletrabajo llegará para quedarse, no hay vuelta atrás. Y se instalará de manera transversal en la sociedad global, porque la forma que ocupemos los espacios públicos, tal como ese 2001 antes descrito, pertenecerá a otra práctica cultural, adoptada para minimizar la incertidumbre.
La distancia social o interpersonal, las medidas de higiene, nuevos protocolos de convivencia, nuevas reglamentaciones y convenciones, el diseño de los lugares de trabajo, los viajes intercontinentales, los sistemas de transporte, los patios de comidas, la dimensión de lo masivo y presencial en su conjunto, por citar algunas instancias, provocarán inevitables modificaciones en las estructuras físicas, industriales y productivas que no podrán ser fácilmente adecuadas por la fragilidad económica en la que quedarán algunas naciones, entre esas, la nuestra.
Estamos abandonando el mundo físico. En rigor, ya lo estábamos haciendo. Las nuevas generaciones intuían o sabían que estaban en ese camino. Ahora, será una “mudanza” de grandes proporciones, recordada por la historia como la del año 2020. En este traslado, hasta los más reacios del sistema político, económico y educacional chileno tendrán que evolucionar.
Todavía no veremos la distópica imagen de “Matrix”, pero la “uberización” de la vida en función de determinados aislamientos físico-sociales será una constante. Este será un tema controversial por las implicaciones laborales y por cómo nuestro país debiese entender un verdadero, necesario, urgente y cualitativo salto a la economía digital. En esta trascendente ocasión, el país deberá asumirlo con características nacionales descentralizadas, sostenibles, solidarias, inéditas, identitarias, diligentes y culturales.
Este es el momento de abrir, de par en par, las puertas de la innovación científica y el emprendimiento digital para darle opciones de trabajo a nuestro país, pues quedaremos en una posición en extremo debilitada. Se requerirá inyectar esperanza y focalizarnos en cómo enfrentamos los riesgos globales que nos golpean (y mucho) como sociedad chilena, desde un modelo de economía digital criollo, que potencie la creatividad, la inteligencia artificial y la rapidez en la generación de los proyectos durante los próximos meses.
La logística y distribución de los productos que llegan al hogar, las aplicaciones médicas que necesitamos, sistemas de alerta para celulares, herramientas de entretenimiento e información virtual, oficinas de trabajo online, los nuevos materiales para nuestras prendas y artículos para evitar que los plásticos, hojas y metales actuales propaguen los nuevos virus, por citar cuestiones urgentes, ya comienzan a trabajarse en el mundo del COVID-19 y son aspectos que requieren de una “bajada tecnológica a la chilena”.
Ésta podría ser una arista fundamental para una mesa social complementaria, que se instauró a propósito de la gestión de crisis sanitaria de la pandemia. En paralelo, se debería gestionar la crisis productiva y de parálisis social provocada por el coronavirus, pero ahora con mayor sentido de urgencia y bajo un nuevo paradigma de transición digital-comunicacional:
¿Cómo entendemos un país que se abre a nuevas opciones digitales, desde su identidad, para nivelar y agilizar los accesos y recursos, dinamizando su economía y actualizando un sistema político que depure sus vicios en favor de una transparencia de datos que motive la recuperación de las confianzas, generando bienestar y resguardo en tiempos y medidas que sean comprensibles para la ciudadanía?
El virus avanza rápido, las respuestas para Chile también. La incapacidad del sistema global para detener la explosión de la pandemia, teniendo los avisos previos de la OMS, obliga a la reflexión crítica, pero también a soluciones cívico-tecnológicas que marcarán las próximas décadas de nuestro país.
Un destacado científico y divulgador chileno expresaba que dentro de todo lo complejo de la crisis, nosotros estábamos en una “máquina del tiempo”, con cierta ventaja porque podíamos mirar el futuro, observar lo que pasaba, por ejemplo, en España e Italia, para actuar con responsabilidad y celeridad. Todavía tenemos un tiempo estratégico para actuar en diversas líneas para intentar concretar la mitigación de la pandemia global. Que ese valioso tiempo no se agote, pues la sociedad global ya no será la misma.
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Estimado Claudio:
Hace tiempo que la ocupación del espacio público (en varias de sus dimensiones) ha quedado supeditada al imaginario colectivo, a merced del uso y práctica del mismo.
Se ha escrito respecto del valor de uso que tiene el espacio público sobre su valor de cambio. Hoy ya es el tiempo en que el espacio público debiera ser re-pensado, asentando sus bases y fundamentos no sólo desde su condición físico-funcional, sino que también desde su mérito “digital”.
Desde mi punto de vista, planificadores deben considerar esta condición, que se ha transformado ya en una constante, con el objeto de replantear el nuevo modo que tendrán (y que ya tienen) las ciudades y los espacios públicos que las caracterizan.
Saludos Claudio y agradezco tu reflexión.
Estimado Germán, gracias por tu lúcida reflexión. Me entregas valiosas pistas para integrar lo que significa “la ciudad” a este entramado global de dinámicas alteraciones desde el espacio público. Un saludo muy atento.
Necesaria, lúcida, integradora de perspectivas, la reflexión del Profesor Elórtegui.
Gracias por las generosas palabras provenientes desde un referente de la PUCV. Un honor.