Alejandra Villablanca – Estallido Social en Chile: una disyuntiva entre los desafíos a la democracia y el futuro incierto del capitalismo
“el bajo crecimiento de la economía a nivel mundial, disminución del empleo asalariado; aumento de la desigualdad y pobreza […] y el agotamiento de las fuentes de recursos […] están poniendo en jaque tanto los fundamentos del sistema capitalista […] como al conjunto de instituciones internacionales”
El estallido social que hemos presenciado en Chile ha puesto en la discusión nacional el modelo de país que deseamos construir. Se han desplegado una serie de demandas legítimas por parte de la ciudadanía que exigen un rol más protagónico e interventor por parte del Estado en materias que son cruciales para disminuir los niveles de desigualdad, como por ejemplo, educación, salud, pensiones, salario mínimo, entre otros. Si bien el Gobierno está intentando avanzar en una agenda social para responder a estos requerimientos, la discusión se está limitando sólo a esta coyuntura política y social que está atravesando el país, sin considerar por una parte, nuestra precaria y escasa cultura de participación democrática (principalmente por la democracia representativa que nos rige) y, por otra parte, los cambios que se están produciendo a nivel internacional. Esta última variable, en particular, resulta ser clave a la hora de tomar decisiones, ya que el modelo político y económico que finalmente se adopte para crecer en las próximas generaciones, debe ser capaz de afrontar y sobrellevar las grandes transformaciones globales que se avecinan.
El capitalismo salvaje, característico del siglo en que vivimos, ha llevado a idear una suerte de “nuevos valores políticos”, como el exitismo, apariencias de status, consumismo desmedido, estereotipos y estándares sociales, que acompañados de una pobreza espiritual e intelectual, están generando una nueva forma de legitimidad democrática: una “legitimidad financiera”. En este sentido, los valores democráticos de las nuevas sociedades post industriales están fundamentados en una búsqueda de bienestar social de tipo más ideal, es decir de valores más abstractos, que han ido poco a poco reemplazando a los valores como “justicia social” o “equidad” devenidos de los fines materiales representados en las necesidades básicas de las familias de las sociedades pasadas, ya que, por lo general, el proceso de desarrollo posterior a la Primera Revolución Industrial, que fortaleció al capitalismo en pleno siglo XVIII, pudo, en alguna medida suplir las necesidades básicas- materiales- por las que luchaban miles de familias (vivienda, educación, salud, etc.).
En consecuencia, las actuales democracias, y en particular el ejercicio de ésta en Chile en el último tiempo, no estaría fundamentada precisamente en la participación de la ciudadanía propiamente tal sino más bien en los resultados económicos que del ejercicio político se obtienen tanto para el país como en la prosperidad material individual que podamos alcanzar. La misma élite política se ha alejado del centro virtuoso de esta actividad, cayendo en un verdadero aburguesamiento de clase, una suerte de bienestar económico que los ciega y enajena de la realidad cotidiana que vive el resto de la población, esto sin considerar otros males no menores como es por ejemplo la corrupción.
Esta “nueva” legitimidad a la cual nos estamos refiriendo, es precisamente la que nos ha llevado a construir un sistema político frágil, el cual, a su vez, está descansando en un modelo de desarrollo capitalista exacerbado que, al generar prosperidad, por definición, genera también un sentido de pertenencia y conformidad social. Por el contrario, cuando no percibimos materialmente estas mejoras que devienen del crecimiento económico de un país, porque la distribución desigual de la riqueza no lo permite, se provoca un distanciamiento por parte de la ciudadanía del sistema político y sus autoridades, deslegitimando a todo un sistema que se percibe como injusto y corrupto, que es precisamente lo que fue desencadenado poco a poco la crisis político-social en Chile.
Ahora bien, es necesario considerar, igualmente, los cambios profundos que se están produciendo a nivel internacional que están removiendo los fundamentos del modelo económico capitalista de corte neoliberal imperante en la mayoría de los Estados occidentales. Fenómenos políticos, económicos, sociales, naturales y tecnológicos emergentes tales como el auge de los populismos tanto de derechas como de izquierdas y una tendencia de vuelta más al unilateralismo que al multilateralismo; bajo crecimiento de la economía a nivel mundial, disminución del empleo asalariado; aumento de la desigualdad y pobreza sobre todo en los países periféricos; el cambio climático y el agotamiento de las fuentes de recursos; y, la cuarta revolución industrial que avanza velozmente en el desarrollo de nuevas tecnologías, robótica y la inteligencia artificial, respectivamente, están poniendo en jaque tanto los fundamentos del sistema capitalista, orientados en el crecimiento económico y desarrollo, utilización del trabajo en combinación con la naturaleza y aumento de los ingresos y de las ganancias (plusvalía), principalmente, como al conjunto de instituciones internacionales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC), que propiciaron un soporte estructural a dicho modelo, enfrentan hoy los síntomas de un evidente declive en nuestra era.
Según Immanuel Wallerstein[1], la esencia del capitalismo, en cuanto sistema histórico existente desde el siglo XVI, estaría determinada por la incesante priorización de la acumulación de capital, esto es, la reserva de bienes de consumo, maquinarias o derechos de propiedad sobre objetos materiales en forma de dinero con el objetivo primordial de su propia expansión. Es decir, “se acumula para seguir acumulando”. De esta forma la incesante acumulación de capital, se constituye en la condición sine qua non para comprender su real existencia. Descarta así: la existencia del trabajo asalariado porque ha existido por miles de años antes del sistema-mundo moderno y porque hoy hay más trabajo no asalariado que trabajo asalariado, la producción para lucrar porque ha existido antes por miles de años, aunque nunca llegó a ser la realidad dominante en ningún sistema histórico, y la existencia del “mercado libre” porque nunca ha existido como una institución libre de la regulación estatal. Al contrario, el capitalismo sería impensable sin la intervención del Estado y la creación de cuasimonopolios.
En efecto, de acuerdo al autor, sería el mismo progreso del capitalismo el que traería consigo el desmoronamiento del mismo, ya que, no es posible mantener el fundamento por el cual se sostiene el capitalismo, que es la incesante acumulación de capital. Claramente nos encontramos ante una crisis planetaria, en que los recursos se están agotando, producto del cambio climático que está afectando a la agricultura y la ganadería, y con ello a las economías en muchos lugares del mundo y frente a esos cambios, tampoco está siendo posible mantener las fuentes de trabajo asalariado, ni mantener las promesas futuras de bienestar y aumento de salarios y/o empleos. Pero los cambios en el sistema internacional no sólo están derivándose de esta causa, sino que también de las grandes apuestas en la resolución de estos problemas mundiales, que están siendo enfocadas en la tecnología, la robótica y la innovación de nuevos productos que puedan, en alguna manera, paliar estos efectos tan nocivos en el planeta y en la vida humana. No obstante, estos cambios a la vez que desafían al hombre en solucionar dichos problemas, igualmente traerán consigo un efecto en la en la economía mundial, y con ello, en los trabajos y salarios de las personas, más aún, remodelarán los sistemas educativos, de salud y de desarrollo de los países.
Al respecto, Randall Collins[2], plantea que las vías de escape para que el capitalismo pudiera sobrevivir se están cerrando. Y vamos a llegar a un momento en que un grupo pequeño de capitalistas va a necesitar muy poco empleo, por lo cual seremos dominados por un sistema muy opresivo, y en este sentido, cabe preguntarse acerca de los escenarios sobre el futuro del capitalismo: ¿Qué ocurre cuando no hay trabajo? ¿Cómo se mantiene un sistema que busca la incesante acumulación del capital?
Estas interrogantes no son menores a la hora de avizorar el panorama futuro al cual nos aproximamos. Sólo por mencionar la estimación del Foro Económico Mundial (FEM) a principios de 2016, respecto de que en 2020, la automatización, la robótica y la computación avanzada harán desaparecer siete millones de empleos, y tan sólo creará dos millones de puestos nuevos de trabajo, podemos inferir que el escenario que se nos presenta, en este sentido, no es muy optimista si consideramos que el proceso de transición hacia la Cuarta Revolución Industrial significará desempleo y precariedad, por una parte, para quienes no se adapten lo suficientemente rápido a estos cambios y polarización, por otra parte, debido a la división entre quienes sepan someter y/o dominar las nuevas tecnologías y maquinarias y quienes no cuenten con el poder y las capacidades para hacerlo.
La
discusión en torno al debate actual entonces es de corta visión por cuanto se
está remitiendo sólo a una situación coyuntural, que por cierto no es menor,
sin embargo, no generará respuestas asertivas ni tampoco bienestar social en el
largo plazo si el enfoque sólo está puesto en la presión de los movimientos de
protesta que abogan por cambios inmediatos motivados, aunque se niegue y diga
lo contrario, por posiciones ideológicas si no se definen los lineamientos de
desarrollo que el país busca alcanzar en el largo plazo considerando las
exigencias que los propios cambios sistémicos están demandando a los Estados en
este tiempo.
[1] Pizarro, C. (2016). Immanuel Wallerstein: Globalización de la economía-mundo capitalista. Perspectiva de largo plazo. Santiago: Fondo de Cultura Económica. Pág. 24.
[2] Collins, R. (2013). The End of Middle–Class Work: No More Escapes. En I. Wallerstein, R. Collins, M. Mann, C. Calhoun, & G. Derlugian, Does capitalism have a future? (págs. 38-69). New York: Oxford University Press.
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