Yo creo que no soy pobre, pero los demás me miran como si lo fuese: Alma, 10 años
Alma, Paula y Raquel viven en la extrema pobreza, una realidad que no quieren y no pueden reconocer: “con nuestras vidas es difícil ser niñas”. Las tres han dado a Noticias ONU su testimonio, uno en el que mejor que nadie cuentan cuál es su situación. En el 30 aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño, ellas aseguran que los derechos de la infancia no existen sin reconocer los derechos de sus padres.
Paula tiene 12 años, Rachel, 11 y Alma, 10. Las tres han llegado a Nueva York acompañadas por Rocío Suárez Martín, voluntaria permanente del Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo, que lucha por erradicar la extrema pobreza, no con soluciones diseñadas por técnicos que conocen la realidad de la pobreza de segunda mano, sino teniendo presente en todo momento la experiencia, el saber y las necesidades de quienes la sufren.
“Me llamo Raquel y las tres, con otros niños de nuestro barrio, formamos un grupo que se llama Tapori, donde nos reunimos cada semana para jugar, pasárnoslo bien y aprender de los derechos y de la vida de nuestras familias y nuestro barrio”.
Rachel, Alma y Paula viven en el barrio de La Ventilla en Madrid, la capital de España, y han viajado a la sede de las Naciones Unidas para dar testimonio de cómo es su vida cotidiana en un acto convocado con motivo del Día Internacional para la Erradicación de la Extrema Pobreza, este año enfocado a llamar la situación de los niños aprovechando la celebración del 30 aniversario de la Convención de los Derechos del Niño.
“Con nuestras vidas es difícil ser niñas, pero creemos que es más difícil ser mayor porque, además, se tienen que preocupar por nosotros. Al hablar de los derechos de los niños, pensamos que no pueden existir nuestros derechos sin los derechos de nuestras familias”.
“Nuestros padres y nuestras madres tienen trabajos que otras personas no quieren y muchos de esos trabajos no les permiten pasar tiempo con nosotros. Son trabajos muy duros”, cuentan las tres.
Después profundizan: “Hay una madre que recupera y vende libros de segunda mano para poder vivir. Muchas veces los niños la acompañan. Ella va con un carrito lleno de libros y pesadas mochilas. Sabemos que la madre sufre mucha vergüenza cuando por todo el esfuerzo de dos o tres días, solamente gana dos o tres euros. Otra madre trabaja como planchadora. Se levanta pronto, soporta grandes temperaturas y está de pie todo el rato. Cada día tiene que ir lejos, pero como no puede gastar dinero en el autobús, camina mucho y atraviesa dos parques”.
“Con nuestras vidas es difícil ser niñas, pero creemos que es más difícil ser mayor porque, además, se tienen que preocupar por nosotros. Al hablar de los derechos de los niños, pensamos que no pueden existir nuestros derechos sin los derechos de nuestras familias”.
Tras explicar que ese testimonio ha sido preparado por todo el grupo al que pertenecen las niñas, Rocío Suárez comenta que las tres son conscientes de que tienen derechos, como el de ir a la escuela o el de no ser explotadas laboralmente, pero muchas veces sus derechos pasan por los que no tienen los padres: “Yo creo que ese es el mensaje más importante que traen. No podéis legislar derechos para nosotros si no legisláis los derechos de nuestros padres y nuestras madres”.
Trabajos que otros no quieren
“Nuestros padres y nuestras madres tienen trabajos que otras personas no quieren y muchos de esos trabajos no les permiten pasar tiempo con nosotros. Son trabajos muy duros”, cuentan las tres.
Después profundizan: “Hay una madre que recupera y vende libros de segunda mano para poder vivir. Muchas veces los niños la acompañan. Ella va con un carrito lleno de libros y pesadas mochilas. Sabemos que la madre sufre mucha vergüenza cuando por todo el esfuerzo de dos o tres días, solamente gana dos o tres euros. Otra madre trabaja como planchadora. Se levanta pronto, soporta grandes temperaturas y está de pie todo el rato. Cada día tiene que ir lejos, pero como no puede gastar dinero en el autobús, camina mucho y atraviesa dos parques”.
Estos son ejemplos de cómo los derechos de los niños no son suficientes y se necesita reconocer los de los padres, explica Suárez: “Este tipo de trabajos tiene que ser reconocidos. Es decir, cuando hablamos de trabajo siempre hablamos de un trabajo con un salario, una nómina, un contrato, pero… ¿cuándo se va a reconocer que quienes viven en situación de extrema pobreza trabajan cada día en trabajos que no se reconocen como tales y se les llama holgazanes, vagos que viven de la asistencia social, aunque en el fondo trabajen cada día. Para cuándo definir ¿qué es un trabajo?”
“En el colegio siempre es difícil. Por ejemplo, un amigo nuestro que se llama Jesús ni siquiera va a la escuela porque no tiene una casa dónde vivir. Está claro que la casa es algo muy importante, porque sin casa ¿qué tienes? En nuestro barrio hay personas que tienen dificultades con la casa. Que tienen que ocupar, que viven en locales que no se han pensado como casas. Tener una casa es un refugio. Con todas las dificultades que tienes, si te quedas en casa, nadie se entera”.
De nuevo, en ese testimonio traslucen los derechos de las familias, señala Suárez: “La extrema pobreza es algo hereditario. Son padres y madres que están muy marcados por ella, con lo cual el acceso a la vivienda resulta difícil”.
Viviendas no, hogares
Pero la vivienda, no son solo cuatro paredes, explica. “Cuando se habla de vivienda se habla de hogar, pero cómo se puede construir uno si se tiene el miedo permanente de que lo expulsen, si en un año hay que cambiar tres veces de domicilio, si se está situación de ocupación aunque en el fondo no se quiera ocupar porque lo que se quiere es una casa propia pero que, al mismo tiempo, no la puedes pagar, porque no hay vivienda social”.
Este es un derecho fundamental porque cuando uno encuentra un lugar seguro, uno puede desarrollarse como persona y, a partir de ahí, buscar un trabajo que permita crecer personalmente con la familia, resalta la voluntaria de ATD Cuarto Mundo.
“Y nuestro barrio no siempre es seguro. A veces, tenemos miedo de estar en las calles. Nuestras madres tienen que decidir trabajar menos tiempo para poder estar con nosotros. Hacen grandes esfuerzos y a veces se mueren de vergüenza por todo lo que tienen que pasar. Esa vergüenza, a veces se convierte en una rabia que se vuelve contra todos. En nuestras casas se discute por problemas de dinero o por falta de trabajo. Nuestros padres a veces pierden la esperanza y cuando las personas pierden la esperanza se les empuja a hacer cosas que no deben (…) Para los niños que podemos ir al colegio, también es algo difícil. Hacemos muchos esfuerzos para que nos vaya bien en la escuela, pero vamos a estudiar con todas las preocupaciones que vivimos en casa. Vamos al colegio a estudiar llenos de cosas de adultos”.
Otro derecho fundamental esel de la educación, pero, para que exista, Rocío Suarez señala la necesidad de que la escuela sea integradora: Cómo adaptar una escuela para que todo el mundo pueda ser parte de ella, donde no se culpabilice a un niño por no aprender, sino que el propio colegio haga autocrítica.
La marca de la pobreza
Más allá del derecho a la educación, al trabajo digno, a la vivienda, hay otros como el derecho a poder vivir en familia o poder disfrutar de estar en la calle sin que nadie te señale, pero ¿cómo disfrutar cuando se tienen tantos problemas o se está tan marcado?.
“Yo creo que no soy pobre, pero los demás me miran como si lo fuese. Son los demás los que me hacen saber que soy pobre y diferente. No nos da igual cuando las personas nos critican, en todos los sitios hay dificultades o problemas. Pero siempre se ven más los nuestros. Nosotras mismas, a veces, queremos superar nuestros problemas criticando a otras personas porque pensamos que así no se verán los nuestros pero, al final, terminamos haciéndonos daños unos a otros. Muchas veces, tenemos que mentir para proteger a nuestras familias, pero no son mentiras, son secretos para que dejen de preguntarnos”.
Concienciación
A través de su discurso, Alma, Raquel y Paula demuestran que son muy conscientes y capaces de explicar esa realidad en la que viven pero no pueden ni quieren reconocer.
Rocío Suárez explica que ese es el trabajo que desarrolla su organización, el hacerlas conscientes de esa realidad para empoderarlas: “Es un trabajo, porque al final siempre tienes la vergüenza, el no querer y el rechazo a no querer ser diferente. Esta vergüenza muchas veces no solo te marca, sino que te calla y te hace reaccionar con reacciones que los demás no entienden, como cuando en colegio te tratan de pasota (tener actitud indiferente ante las cuestiones que importan) o de no estar interesadas en estudiar. En realidad es una postura para esconder la vergüenza y la humillación que les están haciendo sufrir. Es como un puntito de dignidad, de decir: bueno, si yo paso de ti, por lo menos no me estás humillando”.
Tender puentes
Y ese trabajo de concienciación es de doble vía, porque también hay que hacer consciente de esta realidad a quienes no la viven. Para ello, como señala la voluntaria de ATD Cuarto es fundamental no culpabilizar. “Cuando vives en situación de pobreza, te sientes culpable porque los demás te hacen sentir culpable de ella. Dejar de pensar que alguien es pobre porque quiere es ya un paso”.
Rocío Suárez está convencida de que se romperían más barreras si nos conociéramos, nosotros a ellos y ellos a nosotros y estima que hay prejuicios por ambas partes. “Es en ese puente de diálogo donde la sociedad puede hacer algo”.
Mientras, Paula, Alma y Raquel todavía tienen una última cosa que decir: “Cuando vemos todo el sufrimiento de nuestras madres o de nuestras familias, nos preguntamos pero ¿por qué hacen esto por nosotros? Creemos que es porque piensan en un futuro diferente para nosotros, un futuro mejor, un futuro que todavía no vemos. La gente solo ve algunas cosas de nosotros, pero no ve que también somos felices, que nos queremos y que nos apoyamos”.
Se estima que en el mundo 1300 millones de personas viven en la pobreza multidimensional, la mitad son niños.
Fuente: Naciones Unidas.
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