Ernesto Ottone – La tentación autoritaria
Después de 1980 coincidiendo con la revolución conservadora de Reagan y Thatcher, los partidos autoritarios, sobre todo de orientación populista de derecha comienzan a ganar adherentes. Las razones que explican estas tendencias parecen ser variadas. [En este sentido, el autor destaca que] En el reciente “Informe sobre las desigualdades” se refrenda lo que ya venía señalándose por muchos autores y diversas mediciones: el aumento de la brecha de desigualdad y el fin del régimen tendiente, en las economías desarrolladas, a una mayor igualdad que surgió a partir de la post Segunda Guerra Mundial.
Las democracias modernas son un fenómeno relativamente reciente en la historia de la humanidad, ella arranca sus raíces en la Reforma Inglesa, la Fundación de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa, procesos que crearon las condiciones para su existencia a partir de la creación del Estado Moderno y el concepto de ciudadanía. Ellas demoraron en adquirir forma teniendo desde entonces un desarrollo plagado de interrupciones, guerras civiles y catástrofes políticas.
Las democracias modernas en ningún momento han sido el sistema mayoritario en el mundo, no lo fueron ni en el siglo XIX ni en el XX ni tan siquiera después de la derrota del fascismo ni posteriormente después de la caída del comunismo.
Hay momentos en los que la idea democrática ha tenido una cierta hegemonía intelectual como aspiración (el peor sistema a excepción de todos los demás, como diría Churchill). O a través de la ilusión de Fukuyama después de la caída del comunismo, quien pensó ingenuamente que terminada la guerra fría solo quedaría en pie la democracia liberal junto al capitalismo en un mundo sin conflictos.
Bien sabemos que este pensamiento, toscamente hegeliano, no se verificó en la realidad[1].
El mismo Fukuyama después de una cura de realismo nos ha dicho que las democracias electorales o, digámoslo mejor con Bobbio, las democracias procedimentales, vale decir donde se cumplen reglas básicas de este sistema, aumentaron su número entre 1970 y 2010, pasando de 70 a más de 110 en el mundo.
Pero esa cifra comienza a disminuir coincidiendo con la caída de bonanza económica. Un punto de flexión importante fue la crisis financiera de 2008 y 2009. En ese mismo período aumenta el crecimiento de las desigualdades en gran parte del mundo[2].
A la luz de estos acontecimientos, la democracia representativa comienza a perder prestigio y estructuras dictatoriales combinadas con capitalismo, que obtienen resultados importantes en el crecimiento económico y en la disminución de la pobreza como el de China, comienzan a ser mirados con ojos indulgentes.
En Europa y en Asia, aun conservando una fraseología democrática, Rusia, Hungría Tailandia, Polonia, Turquía y Filipinas entre otros, retroceden lo avanzado en materia democrática y se inclinan cada vez más hacia regímenes que algunos llaman “iliberales” pero que resultan cada vez más, francamente autoritarios.
La primavera árabe, salvo en el caso del debilitado Túnez, terminó en una catástrofe de guerras civiles y nuevos dictadores. África da unos pasos hacia adelante y retrocede otros tantos.
América Latina, después del fin de las dictaduras que la habían ahogado en los años 70 y 80 logra una solidez democrática sin precedentes en los años noventa.
Sin embargo, las frustraciones provocadas por un desarrollo volátil en todos los países, con excepción de Chile, de resultados sociales mediocres y de fenómenos de corrupción política extendidos dieron lugar al surgimiento en el siglo XXI de Populismos de lenguaje izquierdista, algunos de los cuales adquieren crecientes rasgos autoritarios y en el caso de Venezuela y Nicaragua de estructuras dictatoriales. Estas experiencia a su vez ayudan a generar tentaciones autoritarias de signo inverso como en Brasil.
En Europa, los partidos nacionalistas autoritarios entre 1945 y 1959 tenían en promedio el 7% de los votos y entre los años 60 y 70, en pleno período de los treinta gloriosos solo el 5%.
Después de 1980 coincidiendo con la revolución conservadora de Reagan y Thatcher, los partidos autoritarios, sobre todo de orientación populista de derecha comienzan a ganar adherentes.
En el año 2015 constituían el 12% en 32 democracias. Marine le Pen en Francia el 34%, en Alemania, con todo lo que ello conlleva como marca histórica, el 13%. En Hungría y Polonia gobiernan los partidos autoritarios, en Austria tiene el 46% de los votos. En Dinamarca, Suiza y los Países Bajos constituyen la segunda fuerza política. En Italia las encuestas dan el 34% a la Liga xenófoba y fascistoide que se ha transformado en el partido más grande de la derecha. De paso a través de una extraña alianza jibarizó completamente al movimiento Cinque Stelle, portador de un populismo sin pensamiento ni orientación.
De otra parte, en los Estados Unidos Trump, que representa a su manera un autoritarismo nacionalista, sigue teniendo un apoyo del 46%[3].
Las razones que explican estas tendencias parecen ser variadas . En el reciente “Informe sobre las desigualdades”[4] se refrenda lo que ya venía señalándose por muchos autores y diversas mediciones: el aumento de la brecha de desigualdad y el fin del régimen tendiente, en las economías desarrolladas, a una mayor igualdad que surgió a partir de la post Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos de América y Canadá, el 10% de mayores ingresos tiene una participación del 54% del ingreso total y las cifras se vuelven aun más desiguales cuando nos referimos al 1% y al 0.1%.
En Estados Unidos el 1% pasó a apropiarse del 10% que tenía en 1990 al 20% en 2015, mientras el 50% de menores ingresos descendió del 20% al 13%.
La riqueza privada creció desmesuradamente respecto de la riqueza pública, fenómeno que también se vive en Europa, aun cuando en esta región el crecimiento de las desigualdades ha sido mucho menos rápido.
El 10% solo participa del 37% de los ingresos totales. Si bien la desigualdad ha aumentado, las políticas públicas tendientes a morigerar la desigualdad continúan resistiendo.
En los países emergentes con la excepción de América Latina, donde ha habido una disminución persistente aunque moderada de las desigualdades, también se ha vivido un crecimiento de las desigualdades.
Este aumento de las desigualdades no se ha producido por lo tanto solo en los países que tienen un sistema democrático, lo ha hecho también en los países que venían del llamado “socialismo real” y siguieron instalados en regímenes autoritarios o dictatoriales. En China el 10% más rico ha alcanzado una participación del 41% y el 1% aumentó su participación del 15% al 30%. En Rusia el 10% tiene una participación del 46% y el 1% aumentó del 22% al 43%.
Otros países y regiones donde tampoco la democracia es un fenómeno extendido el 10% del ingreso tiene también una alta participación: 54% en África y 61% en Medio Oriente. En India, donde la democracia tiende a convivir cada vez más con tendencias autoritarias y nacionalistas, el 10% tiene una participación del 55%
Todo indica que en materia de desigualdad, si las tendencias actuales no se encaminan a adecuarse a la trayectoria europea, el futuro se presenta extraordinariamente oscuro. Para que ello no ocurra es necesario que la misma Europa no sufra un proceso de degradación.
Vale decir que si bien el proceso de globalización tiene resultados positivos que mostrar en términos de disminución de la pobreza, millones de personas lo perciben y no sin razón, como un proceso injusto, desequilibrado, incapaz de extender sus beneficios y ligan la actual fase del proceso de globalización y sus problemas a una ausencia de capacidad de gestión del sistema democrático.
Es finalmente en esos sistemas donde los ciudadanos pueden mostrar su desaprobación a veces extrema en la cual se busca como chivo expiatorio a las recientes migraciones de origen geopolítico.
Lo hacen eligiendo populistas autoritarios que atacan al sistema político, a los políticos o, “tout court”, a la política. Lo hacen desde la perspectiva de un populismo de derechas las más de las veces construyendo respuestas fáciles a problemas complejos.
Pero el aumento de la desigualdad de ingresos no lo explica todo, por lo menos en Europa y América Latina, donde las cifras en el caso de Europa y las tendencias en el caso América Latina no calzan del todo.
Sería absurdo por ejemplo decir que los países nórdicos viven inmersos en la desigualdad, tampoco el tema de la injusticia y de la corrupción tiene sentido cuando hablamos de ellos. Sin embargo, también allí han crecido los partidos autoritarios, nacionalistas y xenófobos e igualmente juega un papel el miedo a los migrantes, aunque el porcentaje de ellos sea muy bajo.
Sin duda hay otros fenómenos que explican esta tendencia tan global.
Entre ellos están los efectos no buscados, pero que hoy sabemos inevitables, del paso de la sociedad industrial a la sociedad de la información, que ponen en cuestión tanto las instituciones como los procedimientos de la democracia representativa y su reemplazo por la democracia continua, donde se expresan permanentemente opiniones que difieren muchas veces del voto popular y que atenúan la necesidad de la intermediación política , desmaterializando así el campo de la política. Debilitando a final de cuentas el concepto de lo público.
Al separarse la política del cuerpo ciudadano, ésta cae bajo sospecha, muchas veces con fundamentos reales y crecientemente irritantes, de perseguir solamente dineros, poder y honores.
Quienes ejercen las funciones políticas son acusados de pertenecer a una casta necesariamente corrupta.
El cuerpo ciudadano es invitado a percibirse como un pueblo abusado que requiere de un mesías salvador que viene desde fuera o que se separa de la casta y pasa a fusionarse con el dolor de ese pueblo así descrito, con sus aspiraciones y resentimientos, con sus humillaciones reales o imaginarias.
Las reglas democráticas comienzan a aparecer disfuncionales para esta epopeya, que si bien se inicia por vía electoral, requiere vaciar a las instituciones democráticas desde dentro, pues la nueva legitimidad no está dada por el cumplimiento de las reglas democráticas, sino por la vibración entre el líder y el pueblo.
Claro, ello funciona, mientras el pueblo tenga algo que echar al estómago. Cuando el desplome de la gestión es total, la vibración desaparece y se abre paso la catástrofe, como en Venezuela.
Pero tampoco la revolución de las comunicaciones alcanza a explicarlo todo, hay quizás también un fenómeno más profundo.
Aquellos que no entran con ventajas al mundo global, que son muchos, no solo ven disminuido el valor de sus ingresos y el prestigio de su quehacer, no solo sus trabajos emigran e inmigran sino que también quienes están dispuestos a realizarlos a menor costo, o simplemente desaparecen producto del avance científico-tecnológico cuya velocidad es mucho mayor a los cambios políticos capaces de generar protección social hacia quienes resultan perjudicados.
Ellos perciben que valen menos, que sus valores y creencias van de caída, que su mundo, su colectivo comunitario que alguna vez fue mayoritario, hoy compite casi de igual a igual con otras estructuras comunitarias identitarias que reclaman su existencia.
Se sienten atacados entonces tanto por la globalización como por otras identidades con las que deben competir.
El votante populista autoritario, sobre todo de derecha, es similar en todas partes : Es mas rural que urbano, más viejo que joven, poco escolarizado, blanco o de la etnia mayoritaria, xenófobo. Es el voto de Trump y el del Este de Alemania.
Quizás la única excepción sea el voto que eligió a Bolsonaro en Brasil que reunió a sectores sociales muy diferentes.
Ello probablemente fue producto de su vastedad y de la preeminencia gigantesca que tuvo para muchos de quienes votaron, la extendida sensación de inseguridad ciudadana y el convencimiento de que todo el sistema político estaba podrido y que se necesitaba para producir un cambio un marginal con pasado castrense políticamente incorrecto y amenazador, aunque fuera un oscuro y eterno diputado solo conocido por su lenguaje bárbaro.
Al votante del populismo nacionalista no le gusta la diferencia, simplemente detesta a quien no tiene sus valores, por ello no se indigna con las “fake news”, siempre que esas noticias interpreten sus sentimientos.
Es decir, hay un “tercer hombre” como se titulaba la novela de Graham Greene, llevada al cine magníficamente por Carol Reed, hace ya mucho, mucho tiempo.
Ese tercer elemento es la percepción de amenaza que plantea Karen Stenner en “The Autoritarian Dynamic”, esa predisposición psicológica que lleva a la intolerancia cuando los que se sienten mas vulnerables perciben una amenaza a su mundo, a su orden moral y tratan de protegerse atacando con su voto a los que perciben como demasiado tolerantes. Dejan de aceptar, a fin de cuentas, cualquier forma de pluralismo[5].
Esta predisposición no tiene que ver necesariamente con el pensamiento político conservador clásico, pero quienes encarnan su representación, logran muchas veces el apoyo de esos conservadores quienes tienden ancestralmente a preferir siempre lo que evite el cambio. Ello explica el matrimonio de conveniencia entre Trump y los Republicanos en Estados Unidos[6].
Es muy importante que quienes quieren defender la democracia liberal, naturalmente renovada, entiendan la complejidad de las razones de la crisis. Que todos estos factores existen y que si no se abordan en su conjunto, seguirá creciendo la tentación autoritaria.
Es necesario encontrar la forma de persuadir acerca de los valores universales y la acumulación civilizatoria a través de políticas públicas que disminuyan los espacios de los enemigos de la democracia. Fortalecer Europa sin menoscabar sus Estados Naciones, defender el derecho de la migración, combinándolo con reglas que favorezcan la convivencia y la adaptación, defender los derechos de las minorías asegurando un mayor bienestar del conjunto[7].
Para ello se deberá impulsar un fortalecimiento de las instituciones democráticas frente a la tentación movimentista y referendaria, defender la delegación democrática con rendición de cuenta y control desde las reglas, como asimismo el logro de una mayor igualdad en lo que Marx llamaba las condiciones materiales de existencia.
Ello requerirá la progresividad impositiva, el fin del actual nivel de desregulación de la economía financiera, la previsión social frente a los pasos que vienen de la revolución digital y la robótica en el mercado laboral, la transformación educativa como parte de las política públicas más complejas, que no carguen en el puro sistema educativo el peso de la igualdad social y un mayor equilibrio entre lo público y lo privado.
Todo ello deberá realizarse en una situación geopolítica difícil y con niveles de crecimiento relativamente lentos, de allí la necesidad de sacar a la acción política de su actual atolladero.
En los años que vienen requeriremos mucha acción política. Claro que necesitaremos otra política llevada a cabo por demócratas capaces de entender que lo que hoy está en juego es la existencia de la democracia misma.
*Esta columna recoge la conferencia dictada por Ernesto Ottone en el tercer coloquio de la cátedra “Destinos mundiales de America Latina” del Colegio de Estudios Mundiales/FMSH de Francia que él dirige junto a Yvon leBot. El coloquio tuvo lugar en Santo Domingo, República Dominicana el 13 y 14 de febrero 2019 en colaboración con Funglode, fundación dirigida por el ex presidente Leonel Fernández.
[1] Fukuyama Francis, El fin de la historia y el último hombre, Planeta, 1992
[2] Fukuyama Francis “Against Identity Politics. The new Tribalism and the crisis of Democracy”, Foreing Affairs, September October 2018
[3] Inglehart Ronald F. “The age of insecurity”, Foreing Affairs May/June 2018.
Ver también Inglehart Ronald F., Norris Pippa “Trump, Brexit and de rise of Populism: Economic Have-Nots and Cultural Backlash” Faculty Research Working paper Series, Harvard Kennedy School. August 2016.
[4] “Informe sobre la desigualdad global”. Coordinado por Fernando Alvarado, Lucas Chancel, Thomas Piketty. Emmanuel Saez, Gabriel Zucman. World Inequality LAB 2018.
[5] Ver al respecto Jonathan Haidt “The rigtheous mind” Why peaple is divided by political and religion, Penguin, 2013
[6] Haidt Jonathan “When and why Nationalism beats Globalism” American Interest 2019
[7] Ver Mark Lilla “L’identitá non é di sinistra , oltre l’antipolitica” Marsilio Editori 2018
Recommended Posts
¿Por qué estudiar los maximalismos doctrinarios en el fracaso del proceso constitucional?
Noviembre 19, 2024
Trump, Putin y Netanyahu: Tiempos de renovación imperial
Noviembre 13, 2024
La crisis que ya está
Octubre 24, 2024