Alejandra Villablanca – Democracia y participación política en Jürgen Habermas: necesidad de una transición desde la ilusión democrática hacia una sociedad más participativa
“Ha llegado la hora de replantearnos la discusión democrática desde una nueva perspectiva, que comprometa a los ciudadanos en la vida política y pública; que los comprometa, en definitiva, con la vida democrática y no sean utilizados sólo como un instrumento político electoral, cada cierto tiempo en que se lleven a cabo elecciones, por necesidad de votos”.
La democracia como forma de gobierno ha venido a ser el máximo ideal de los pueblos que se proclaman “libres”. Alrededor de 1.600 años habían transcurrido desde que se dejó de practicar la vida democrática en las polis griegas hasta que resurge nuevamente este concepto en occidente con las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XVIII. Bajo un nuevo ideario democrático, por segunda vez en la historia, se volvía a hablar de democracia como sistema político ideal, bajo el cual los pueblos se proclaman soberanos. Sin embargo, en la práctica, observamos que en este “gobierno del pueblo” los que menos tienen incidencia en los asuntos políticos, paradójicamente, es el pueblo.
El problema que hoy estamos observando en gran parte de las sociedades democráticas es el planteado por Dahrendorf, en cuanto a que existe una falta de integración entre las estructuras de poder del Estado y la sociedad misma, que ha llevado a reproducir relaciones de desigualdad social, generando un inconformismo y disidencia con el sistema político y las instituciones. Todo este conjunto de instituciones no serían más que parte de la dominación de un grupo. Estos grupos nos mantienen subordinados para mantener sus posiciones de poder dentro de la sociedad. De modo que, aquello que aparentemente nos mantiene unidos haciendo que el sistema funcione, no sería este consenso ideario- a nuestro parecer dado por la fuerza movilizadora de la democracia- sino más bien, sería la dominación que los grupos de élites ejercerían sobre los ciudadanos. En palabras de Sartori esta democracia electoral “no decide las cuestiones, sino que decide quien decidirá las cuestiones”.
Así, la idea de la igualdad humana, de la titularidad del poder atribuida a todos los miembros de la comunidad, la protección de los derechos de las personas, la selección de los gobernantes mediante el voto popular, el derecho de todos los ciudadanos a intervenir en política y decisiones socioeconómicas, etc., desde el punto de vista práctico se ha constituido en la gran utopía contemporánea. En la realidad, estas ideas están siendo causantes de un permanente conflicto social, en el sentido de que el ejercicio del poder- sobre todo en las democracias representativas en que el único medio de participación formal es el voto popular- finalmente es concentrado en un grupo minoritario: las élites (grupos económicos, empresariales, ministerios del gobierno, comités legislativos, hombres importantes entre las fuerzas militares, grupos de interés, etc.). Estos son los grupos que en definitiva- como afirmaba Deutsch- gobiernan e influyen en el proceso de toma de decisiones políticas y no los ciudadanos. Ya lo anticipaba Robert Michels a principios del siglo XX, al plantear su teoría “La Ley del hierro de la oligarquía”, que da cuenta de cómo las instituciones de la democracia- como por ejemplo los partidos políticos- no son en definitiva organizaciones democráticas y cómo conviene a las élites que la participación política sea cada vez más reducida para mantenerse en el poder. En este sentido, el voto popular no es más que la ilusión ciudadana creada, mediante la cual se finge estar interviniendo en los procesos decisorios del Estado, sin embargo, es el instrumento mediante el cual las élites se legitiman en sus posiciones de poder, mientras el “pueblo soberano” continúa abrigando y sosteniendo un sistema desigual mediante una “participación ilusoria” que es reafirmada bajo la idea del proyecto democrático.
En contraposición, Jürgen Habermas en la “Ética del discurso” plantea la necesidad de establecer una nueva forma de democracia basada en la participación política, que plantee como elemento fundamental el consenso. De acuerdo al autor, lo que deberíamos hacer los ciudadanos que vivimos en una sociedad democrática- bajo esta idea- es participar en una situación de diálogo o discurso de consenso, en el cual todos tengamos exactamente las mismas oportunidades de participación, con el mismo nivel de importancia y sin exclusiones de ningún tipo. Si bien, el planteamiento de Habermas es un deber ser muy exigente, podríamos encaminarnos a hacer posible este ideal democrático, que permite construir una sociedad justa, libre e igualitaria, mediante la participación.
Los cambios actuales suscitados a nivel mundial producto de la globalización y de la nueva era tecnológica y de comunicaciones en la que estamos insertos, junto con crear un nuevo contexto político-social en las sociedades contemporáneas, puede contribuir a re-mover los fundamentos con los cuales nace la democracia representativa en las sociedades occidentales modernas como Estados Unidos y Gran Bretaña.
Estos fundamentos están basados en la imposibilidad de practicar un tipo de participación directa en las sociedades de masas, debiendo ser- por lo tanto- sólo un número suficientemente pequeño de personas el que tome las decisiones de manera más eficiente en representación del mayor número de ciudadanos.
Hasta hace unas décadas atrás, este argumento, que era sostenido con gran ahínco, llevó a la sociedad a acomodarse y acostumbrarse a un sistema de gobierno elitista- es decir, a que otros decidan- y que reduce la participación a lo más mínimo- voto popular- cerrando mecanismos de participación directa que sean abiertos a la sociedad, en los cuales la ciudadanía pueda participar en los procesos de toma de decisiones, por ejemplo, mediante la iniciativa popular de ley, referéndum, plebiscito y revocatoria o recall (procedimiento que permite a los ciudadanos dar cese de su cargo a un político o funcionario público antes del término de su respectivo período mediante votación directa o recolección de firmas), principalmente.
En efecto, los avances de la tecnología y de las redes sociales nos permitirían poner en cuestionamiento esta forma de participación de la democracia representativa actual, desafiando a su vez, a los Gobiernos a idear sistemas más inclusivos y participativos que legitimen aún más los procesos decisionales del sistema político. Ha llegado la hora de replantearnos la discusión democrática desde una nueva perspectiva, que comprometa a los ciudadanos en la vida política y pública; que los comprometa, en definitiva, con la vida democrática y no sean utilizados sólo como un instrumento político electoral, cada cierto tiempo en que se lleven a cabo elecciones, por necesidad de votos.
El debate queda abierto, finalmente, al desarrollo de nuevas sociedades que asuman el desafío de considerar esta necesidad de transitar hacia modelos de democracia en que el derecho a la participación en las decisiones políticas de cada uno esté absolutamente garantizado.
Alejandra Villablanca S.
Cientista Política. Magíster© en Relaciones Internacionales, CEAL-PUCV
Recommended Posts
¿Por qué estudiar los maximalismos doctrinarios en el fracaso del proceso constitucional?
Noviembre 19, 2024
Trump, Putin y Netanyahu: Tiempos de renovación imperial
Noviembre 13, 2024
La crisis que ya está
Octubre 24, 2024