Ricardo Ffrench-Davis – Chile, América Latina y la economía mundial
La globalización se puede domesticar, para así recoger sus beneficios y controlar sus costos. Chile lo hizo en parte de los noventa y tiene los atributos para volver a hacerlo.
La evolución de nuestras economías depende de un conjunto de factores internos y externos. En estos decenios de intensa globalización, en particular hasta la llegada de la crisis financiera de 2008-09, se ha solido exagerar la incidencia de la dimensión externa y a promover políticas pasivas frente a ella; se sostiene que así “se importan” efectos positivos para el desarrollo nacional. Al mismo tiempo, cuantas veces se escucha que “No podemos hacer tal o cual cosa porque los mercados nos castigarían”; léase, los mercados externos, y más precisamente los financieros de corto plazo.
Ese enfoque de apertura pasiva, se refleja en nuestras políticas económicas, entre otros, en tener una cuenta de capitales abierta frente a los flujos financieros volátiles con el exterior y un tipo de cambio o precio del dólar libre de la intervención de los Bancos Centrales. Es la política que ha predominado en muchos países de América Latina desde 1999 o 2000. Su consecuencia han sido coyunturas económicas muy sujetas a los cambios de humores de los mercados internacionales financieros. Y estos humores son muy volátiles, en ciclos de años de euforia seguidos por años recesivos y luego nuevas euforias o auges, con cambios intensos en sus percepciones respecto a nuestra región.
La globalización financiera y América Latina
En 1999-2003 la mayoría de los latinoamericanos estuvimos recesionados. En 2004, todos nos reactivamos fuertemente. Curioso, pues tenemos muchas diferencias en diversos aspectos económicos, pero compartimos tipo de cambio libre y cuentas de capitales financieros abiertas, desreguladas, y mercados financieros débiles en segmentos de largo plazo. En 2004 pasamos desde tasas de crecimiento del PIB de 2% anual durante un largo quinquenio a 6% en este año. Esa es una señal de que prevalecía un grave desequilibrio macroeconómico en los años anteriores a 2004. En efecto, ese aumento del PIB fue posible porque existía trabajo y capital productivo sub-utilizado por la ausencia de políticas económicas nacionales que hubiesen debido tomar “la sartén por el mango” y dirigir una reactivación sin esperar que llegase el impulso desde el exterior. El impulso llegó con un alza de los precios de exportación y luego fue reforzado por el retorno de capitales financieros.
Para avanzar en el desarrollo se trata de conciliar la presencia de la globalización, distinguiendo, por una parte, sus virtudes (por ejemplo, las oportunidades que ofrecen el comercio de bienes y servicios y las posibilidades de financiamiento de largo plazo); por otra parte, implica no acoger con los brazos abiertos a la volatilidad financiera ni entusiasmarse con alzas transitorias de precios de exportación: ambos crean auges insostenibles seguidos por recesiones, que perjudican a la inversión productiva y al empleo, en especial a las PYMEs y a trabajadores de menor capacitación. En consecuencia, esos altibajos son depresivos del crecimiento y tienen un sesgo regresivo.
En 2004-07, América Latina (incluido Chile) tuvo 4 años excelentes con aumento de la producción y el empleo; pero, lo reiteramos, correspondió fundamentalmente a una recuperación gracias a la reutilización de lo subutilizado en 1999-2003. Se recupera el nivel, pero lo perdido en los años recesivos perdido queda. Y la pérdida se nota en el empleo, en los hogares, y en las utilidades de las empresas, en especial de las PYMEs. En el intertanto, la abundancia de fondos externos había provocado bajas del precio del dólar (tipo de cambio), lo que naturalmente abarató las importaciones, las que entonces crecieron desmesuradamente (hecho típico en estas situaciones, reiterado en los 70s, en 1990-94 y en 1996-98, todos seguidos por crisis recesivas). En 2008, llegó el nuevo ajuste recesivo con el contagio de la llamada crisis financiera global, originada ahora en el mundo desarrollado, y encontró a la región con un dólar barato y un exceso de importaciones y pasivos externos de corto plazo elevados. Obviamente, ante cualquier incertidumbre la señal de mercado es correr a comprar dólares y emigrar raudamente. Sucedió masivamente en 2008-09, en el conjunto de América Latina y en Chile, en particular. La salida de fondos desde Chile fue liderada por recursos de las AFP y de inversionistas financieros externos.
En el 2010 tuvo lugar una fuerte recuperación de los precios de exportación y del retorno de capitales, con una reactivación del PIB regional desde -1,6% en 2009 a 6,3% en 2010. Positiva la rápida reactivación, gracias a una mejora de los precios de exportación y la fuerza de los nuevos flujos de fondos externos, curiosamente provenientes de la expansión monetaria, contra-cíclica, efectuada por los Estados Unidos (el llamado “quantitative easing”). Esos fondos, en lugar de reactivar a la economía estadounidense, fluían hacia la América Latina y otros países. La liberalización financiera presionada por ese país en años previos, lo estaba perjudicando, pero beneficiando a nuestras economías en esa coyuntura de escasez de fondos en 2009. Cuando hay una situación recesiva por escasez de fondos, naturalmente su llegada desde el exterior es muy positiva.
Pero, cuán clave es cómo se procesan y utilizan esos recursos. Nuevamente, el tipo de cambio se fue apreciando (tipo de cambio libre, entrada de dólares, y precio a la baja naturalmente), importaciones crecientes, incremento de pasivos. No obstante una positiva acumulación de fondos soberanos fiscales de los gobiernos por los buenos precios de exportación, se fueron generando vulnerabilidades frente a cambios en el exterior. Este cambio se produjo, en parte, porque los mercados se dieron cuenta de esos tres desequilibrios: un dólar muy barato, importaciones mucho más elevadas que las exportaciones y un stock de pasivos financieros creciente. Los precios de las exportaciones cayeron y los fondos externos emigraron. En el 2013 la región ya estaba en un nuevo ajuste recesivo que se ha extendido por cerca de un quinquenio.
Desde el 1999, Chile compartía los recurrentes ciclos financieros con el resto de la región, experimentando sus mismos ciclos con recesiones, recuperaciones y nuevas recesiones. Se había incorporado a esa ciclicidad, dañina para el crecimiento y la inclusión en 1999 al liberar su tipo de cambio y luego en 2001 su cuenta de capitales.
La globalización financiera y Chile
Se repetía la historia, no obstante que en parte de la economía mundial se registraba una relevante revisión de la visión modal dominante hacia 2008, intensa en liberalizaciones financieras a expensas del crecimiento productivo y del empleo. La crisis de ese año abrió los ojos a analistas muy sobresalientes, incluyendo varios premios NOBEL de economía. Incluso, el Fondo Monetario Internacional (FMI), gran promotor de la liberalización financiera hasta entonces, ha efectuado un cambio notable de enfoque: Autoridades del FMI han publicado que los flujos financieros suelen ser muy especulativos, no se dirigen a la inversión productiva y por el contrario, provocan desequilibrios que conducen a ajustes recesivos que desalientan la inversión productiva. Precisamente, lo que un conjunto de economistas hemos sostenido desde hace años y que se aplicaron exitosamente al comienzo del retorno a la democracia en 1990.
En este escenario, la autoridad económica procuró reconciliar dos objetivos -una tasa de interés capaz de preservar los equilibrios internos y un tipo de cambio compatible con la mantención del equilibrio externo-, recurriendo a diversas políticas contra-cíclicas. El equilibrio interno incluye una política monetaria que no solo comprende metas de inflación bajo control sino también una demanda interna consistente con la capacidad productiva; esto es imprescindible para lograr un nivel elevado de empleo y el estímulo a la inversión productiva (donde se genera el empleo). A su vez, el equilibrio externo requiere de un manejo cambiario que mantenga un tipo de cambio que logre un sano equilibrio entre exportaciones e importaciones (evitando precios del dólar muy caros o muy baratos). El diseño y aplicación de las políticas se efectuó en estrecha colaboración entre el Ministerio de Hacienda y el Banco Central, pues afortunadamente para Chile en ese entonces el Banco no impuso su “autonomía”. Para dar lugar a esas políticas estabilizadoras era imprescindible regular las entradas de capitales financieros. Ello se logró con la imposición de un encaje sobre los créditos externos y los flujos líquidos, que de esta forma se encarecieron, a fin de limitar lo que se consideraba un exceso de oferta.
Tales políticas tuvieron éxito en reducir la entrada de capitales de corto plazo y volátiles, dejando espacio a la política monetaria, al tiempo que evitaba el efecto desestabilizador de una apreciación cambiaría excesiva. En esos años se alcanzó un crecimiento excepcional del PIB (sobre el 7% anual), del empleo y de los salarios, con una mejora de los ingresos laborales y de las PYMES.
La globalización se puede domesticar, para así recoger sus beneficios y controlar sus costos. Chile lo hizo en parte de los noventa y tiene los atributos para volver a hacerlo.
Ricardo Ffrench-Davis M.
Académico del Departamento de Economía de la Universidad de Chile. Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades 2005.
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