Gerard Oliger – Batallas por la memoria en la actualidad: cuando el pasado se hace presente de modo conflictivo
Es frecuente que existan personajes que dividen al público, pero decidir su exclusión de las plazas, calles o parques debe hacerse con mucho cuidado, ya que puede ser un catalizador del odio más que su morigeración o eliminación, una antorcha en medio de miles de contradicciones y heridas sociales, caldo de cultivo de nuevas fisuras en el tejido comunitario, en breves palabras, un despropósito.
Muchos recordarán los “Dukes de Hazzard”, serie en que se contaban breves historias en que una familia de un pequeño pueblo del sur de Estados Unidos lidiaba contra los afanes de los poderes fácticos y políticos.
El lector podría decir con justicia ¿pero esto es sólo ficción? ¿Qué importa?
La importancia es sutil, pero evidente, está detrás de los símbolos que dan sustento al relato, y el más importante entre todos, el auto modelo Dodge Charger de 1969, que lucía una bandera confederada en el techo y cuyo nombre está en el centro de una disputa antigua y actual, “General Lee”.
La memoria, tradicionalmente vinculada a la psique del individuo, es un fenómeno que admite también una expresión de naturaleza colectiva, y en ocasiones, quizás en la mayoría de los casos, es un campo de batalla reducido al debate público y académico, pero se puede traducir en luchas callejeras.
Por supuesto que las refriegas y atentados son protagonizados por “grupos de odio”, los que en Estados Unidos son más de 900, un fenómeno aparentemente marginal, pero nadie sabe cuán masivo pude llegar a ser, porque discursos supremacistas permitieron el acceso al poder de los fascistas y Nazis en Europa en la primera mitad del siglo XX, y en la actualidad se expresa, nuevamente, en la emergencia de partidos europeos con serias aspiraciones a alcanzar el poder, en especial el Frente Nacional en Francia.
La llegada de Donald Trump al salón Oval parece ser una manifestación de que la radicalidad de un discurso de extrema derecha tiene una audiencia nada despreciable, muy probablemente en sintonía con los manifestantes de Charlottesville que, con antorchas en mano, marcharon por las calles de la ciudad reclamando para sí la propiedad del país pero, más aún, de su historia.
El sur no sólo alberga un considerable número de grupos supremacista blancos, sino que también es heredero de la derrota en la guerra civil, lo que los mantuvo bajo el control del norte durante décadas, además de sumidos en una pobreza que los afectó muy fuertemente hasta la segunda guerra mundial.
En el período de la posguerra, como consecuencia del desarrollo de un eficiente sistema de carreteras, que ayudó a la industrialización del sur, se superó en gran medida la grave condición de pobreza que afectaba un importante número de habitantes del sur de Estados Unidos, pero que subsiste en áreas como Kentucky, los Apalaches y en especial en la frontera con México, lo que provoca descontento en sus habitantes, insatisfacción que es usada por grupos extremistas para fomentar el odio hacia inmigrantes, a los que culpan de la situación, además de colgarles carteles de una supuesta decadencia moral e inclinación delictual.
En las primeras décadas del siglo pasado, muy probablemente en base a una errada pretensión de reivindicar una identidad negada (o, si se quiere, vedada), instalaron en sus plazas, parques y edificios públicos imágenes de sus “héroes”, las mismas que hoy son retiradas por recordar un pasado esclavista que incomoda a unos, y alienta reclamaciones históricas (las que claramente son revisionistas) a otros.
Esta batalla por la memoria no es cosa del pasado, es parte del presente y nos compromete a todos.
La primera potencia global pone en cuestión sus raíces, elige un mandatario que tiene como slogan de campaña “America first”, frase que no sólo alberga un mensaje directo a la masa, sino que también otro codificado para grupos que fomentan el odio racial, que invita a levantar muros físicos, pero también culturales y económicos, que se traducen, por ejemplo, en una política migratoria fundada en la desconfianza y en la revisión del TLCAN.
“America First” terminó con las negociaciones del TPP y con las del tratado Transatlántico (con Europa); endureció los controles migratorios estableciendo medidas discriminatorias contra personas provenientes de algunos países de mayoría musulmana; pero tan importante como lo anterior, en un mundo globalizado, es el mensaje a otros grupos intolerantes que, con consignas nacionalistas y proteccionistas, buscan alcanzar el poder para imponer sus visiones racistas y cerriles en sus países.
Para los nacionalistas radicales de todo el mundo, en especial los europeos, la elección y ejercicio del poder de Donald Trump es un balón de oxigeno para su fuego segregador.
Esta escalada racista “ha salpicado” otros símbolos históricos, como la estatua de Colón en Nueva York, ya que el alcalde Bill de Blasio abrió un periodo para el análisis de la remoción de los “símbolos del odio” en la ciudad, y hay quienes ven en la figura del descubridor de América uno de ellos.
Los cuestionamientos a figuras del pasado están presentes en distintas latitudes del mundo. Un ejemplo de ello es la estatua del Capitán Cook emplazada en el parque Hyde de Sidney, en la que hace un par de meses atrás se podía leer, a consecuencia de un acto vandálico, la frase “no pride in genocide”.
Es frecuente que existan personajes que dividen al público, pero decidir su exclusión de las plazas, calles o parques debe hacerse con mucho cuidado, ya que puede ser un catalizador del odio más que su morigeración o eliminación, una antorcha en medio de miles de contradicciones y heridas sociales, caldo de cultivo de nuevas fisuras en el tejido comunitario, en breves palabras, un despropósito.
Gerard Oliger A.
Abogado. Magister en Relaciones Internacionales, CEAL-PUCV.
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Excelente artículo, se logra comprender con claridad sobre el tema planteado, con ejemplos a nivel mundial y analogías. Felicitaciones al autor, da gusto leer sus artículos. Saludos
Gracias Franco. La claridad es muy importante, y es difícil tarea cuando se quiere explicar una realidad social con cierta profundidad. Saludos.
Considero que deben existir este tipo de estudios con tintes histórico- sociológicos para poder enmendar polarizaciones ideológicas que dividen civilizaciones a lo lrgo y ancho del mundo. Los avances en tecnología lamentablemente no han ido necesariamente a la par con el ascenso en la valoración del patrimonio histórico y el cuidado del recuerdo de este como parte fundamental de la comprensión de un grupo humano.
Felicitaciones por este artículo tan equilibrado, me sentí favorablemente interpelada a querer educar para un país mejor.
La educación es muy importante para mí, trato de estar permanente conectado con la enseñanza y/o el aprendizaje (el que siempre es bidireccional claro está).
Es alentador saber que la motivé en su noble interés por la pedagogía.
Excelente artículo Gerard. Por el otro lado los chinos de la RPC han seleccionado a Confucio como personaje histórico con su mensaje ético/moral con el que la mayoría de los chinos y también una parte de los asiáticos se identifican; por su parte los rusos de la actual federación están reviviendo la memoria del último zar como ícono de su pasado imperial que buscan retomar. Sin duda que la pensaron dos veces.
Interesante reflexión Enrique, sin duda el pasado se vuelve presente en forma de discurso renovado, generando un relato que convoca a propios y extraños. Es un fenómeno universal que, con el avances de las comunicaciones, en ocasiones ni siquiera reconoce fronteras.
Desde esa perspectiva, y tomando en cuenta que son dos conceptos distintos con características propias, los chinos intentas “exportar” su manera de entender el desarrollo y el modo de conducir las relaciones internacionales, y estos aspectos, más otros que dicen relación con su cultura, integran el soft power chino.
Respecto de Rusia, Putin ha señalado que la caída de la Unión Soviética fue una tragedia para el país y el mundo ( en sus palabras «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX»). Desde esa perspectiva, a la nostalgia zarista hay que sumar la soviética pero, no obstante lo anterior, todo evoluciona, y el mismo Putin no ha realizado ninguna celebración por el centenario de la revolución Bolchevique.
Nuevamente gracias Enrique por tu interesante aporte.
Lo de los “Dukes de Hazzard”.Es buen ejemplo,la realidad de este país es que no se puede combatir ni nadar contra la corriente.
La unión hace la fuerza, eso es los que nos hace falta, lo que jamás ocurrirá aquí en Chile. Me gusto tu artículo Gerard.
Ricardo, le agradezco su comentario. Tengo una visión más optimista de lo que somos como país pero, al igual que ud., estoy preocupado por su presente, en especial por una creciente polarización política.