Agustín Squella – Libres, iguales, solidarios
“si en nuestras actuales sociedades nos sigue costando mucho conciliar libertad con igualdad, ello se debe a que la gran ausente es la fraternidad o, en palabra laica sin connotaciones religiosas, la solidaridad”
Libres, iguales, solidarios
Todas las palabras presentan problemas. Tienen siempre varios significados o, más precisamente, diversos usos. Esto pasa con palabras tan simples y de uso común como “mesa”, de la que nuestro Diccionario de la Lengua registra nada menos que 14 usos, y es también lo que ocurre, con mucha mayor razón, con palabras que reputamos importantes desde un punto de vista filosófico, político o moral. Así, por ejemplo, “libertad”, “igualdad”, “fraternidad”, “justicia”, “liberalismo”, “socialismo”, son términos con múltiples significados que hasta se oponen a veces entre sí .No obstante haberse en cierto modo universalizado como la forma de gobierno más deseable para cualquier sociedad de nuestros días, con “democracia” ocurre lo mismo. Se trata también de una palabra que reconoce varios usos o significados, tantos que a veces se la emplea para aludir a algo que es por completo contario al empleo común del término, es decir, “dictadura”. Tal es el prestigio que conserva la palabra “democracia” que prácticamente todos los dictadores y autócratas de nuestro tiempo, de cualquier signo que sean, suelen presentarse como demócratas y calificar de democráticos los regímenes dictatoriales o autocráticos que encabezan. El general Franco en España autocalificada su régimen de gobierno como una “democracia orgánica”. Hitler presentaba el nacionalsocialismo como una “democracia real”. Pinochet en Chile hablaba de “democracia Protegida”. Chávez en Venezuela habló más de una vez de “democracia autoritaria”. Y los hermanos Castro nunca han vacilado a la hora de decir que lo que ellos encabezan en Cuba es una “democracia popular”.
“Libertad”, “igualdad”, “fraternidad, el célebre tríptico revolucionario de los siglos XVIII y XIX, contiene tres palabra tan difíciles como cualquiera de las que hemos mencionado antes, con el agravante de que, una vez que se clarifica cada una de ellas, queda pendiente la tarea de analizar cómo se relacionan entre sí. Queremos sociedades libres, conforme, pero ¿qué es la libertad? Queremos también sociedades igualitarias, pero ¿qué se entiende por igualdad? Consideramos que debemos comportarnos fraternalmente unos con otros, pero ¿qué es la fraternidad? Y supuesto que tengamos respuesta para cada una de esas tres palabras,¿ cómo es que podemos ser libres, iguales y comportarnos fraternalmente?
Los socialismos reales que conocimos el pasado siglo intentaron hacernos creer que para conseguir igualdad en las condiciones materiales de vida de las personas era necesario sacrificar la libertad de estas. Por su lado, las sociedades capitalistas de nuestro tiempo intentan convencernos de que si queremos libertad no hay más remedio que renunciar a cualquier ideal igualitario. Tanto aquellos como éstas presentan la díada libertad/igualdad como si se tratara de valores contrapuestos entre los que es preciso elegir. Sin embargo, doctrinas más moderadas y sensatas aclaran que se trata de dos valores deseables, que no tendríamos que renunciar a uno en nombre del otro, y que el ideal no es solo el de una sociedad de libertades –que sería lo primero-, sino una en la que exista una igualdad básica en las condiciones materiales de existencia de los individuos. No una igualdad de todos en todo –por ejemplo, todos comiendo pan y nadie torta-, sino igualdad de todos en algo –todos comiendo a lo menos pan, sin perjuicio de que algunos, o muchos, merced a su mayor esfuerzo y trabajo puedan acceder también a las tortas y a manjares incluso más sofisticados-, y donde “pan” no es solo ese delicioso alimento fabricado con harina, sal, agua y levadura, sino el conjunto de bienes indispensables para llevar una vida digna. Bienes que se relacionan con la salud, la educación, la vivienda, una previsión oportuna y justa.
¿Cómo conciliar libertad con igualdad? Es a propósito de esa pregunta que entra en escena la fraternidad, esa buena unión y correspondencia entre quienes son hermanos o que, sin serlo, han decidido mirarse y tratarse como tales. El poeta y ensayista mexicano Octavio Paz lo vio con claridad cuando señaló que la fraternidad, “la gran ausente de las sociedades capitalistas contemporáneas”, es el puente que se necesita tender entre libertad e igualdad, de manera que, reconociéndose como dos valores distintos que llegados a un cierto punto es posible que colisionen, pueda cada uno de ellos ceder de sí justo en la medida que se requiere para permitir la realización simultánea del otro.
Por lo mismo, si en nuestras actuales sociedades nos sigue costando mucho conciliar libertad con igualdad, ello se debe a que la gran ausente es la fraternidad o, en palabra laica sin connotaciones religiosas, la solidaridad. Y vean ustedes como eso puede ser apreciado, por ejemplo, en nuestro actual debate previsional. Todos están de acuerdo en que la cotización previsional debería ser alzada en 5 puntos, pero mientras algunos postulan que esa mayor cotización debería ir íntegramente a la cuenta de capitalización individual de cada trabajador, otros proponen que parte de ella vaya a un fondo solidario que permita mejorar las pensiones más bajas del sistema.
Detrás de cada palabra hay más de un problema, pero desatar esos nudos que son las palabras puede ayudar también a solucionar problemas prácticos de nuestra vida en común.
Agustín Squella
Doctor en Derecho. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.
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